Domingo XVIII (C) del tiempo ordinario
"En
aquel tiempo, uno de la gente le dijo: ‘Maestro, di a mi hermano que reparta la
herencia conmigo’. Él le respondió: ‘¡Hombre!, ¿quién me ha constituido juez o
repartidor entre vosotros?’. Y les dijo: ‘Mirad y guardaos de toda codicia,
porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes’.
Les dijo una
parábola: ‘Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre
sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy
a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré
allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes
en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le
dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que
preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no
se enriquece en orden a Dios’”.
COMENTARIO
La parábola que recoge el evangelio de san Lucas nos
muestra lo que, de verdad, será nuestro porvenir si actuamos según y cómo. La
verdad que dice Jesús debería hacernos reflexionar acerca de lo que
verdaderamente importa.
Dice muy bien este texto
que por muchos bienes que acumulemos no tenemos asegurada nuestra vida. Eso ha
de venir muy bien para aquellas personas que cifran importante su realidad en
lo que tienen y poseen. Sin embargo, bien dice Jesús que nada de lo material
importa.
La verdad es bien cierta:
nos conviene acumular no para este mundo donde, primero, todo acaba
desapareciendo y, segundo, nada de eso nos vamos a llevar al definitivo Reino
de Dios (en caso de ir allí, claro). Por eso nos conviene atesorar para el otro
mundo que dura, además, para siempre, siempre, siempre. En lo bueno y en lo
malo...
JESÚS, muchas veces nos recomiendas que actuemos
pensando más en el mundo venidero, la vida eterna, que en este mundo. Sin
embargo tantas otras veces hacemos, justamente, lo contrario.
Eleuterio Fernández Guzmán
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