7 de agosto de 2013

Fe y confianza en Dios


  

Miércoles XVIII del tiempo ordinario

Mt 15,21-28

“En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: ‘¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada’. Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: ‘Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros’. Respondió Él: ‘No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel’. Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: ‘¡Señor, socórreme!’. Él respondió: ‘No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’. ‘Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos’. Entonces Jesús le respondió: ‘Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas’. Y desde aquel momento quedó curada su hija.”

COMENTARIO

En realidad, muchas de las personas que seguían a Jesús lo hacían porque esperaban algo importante de aquel Maestro. Aquella mujer también quería algo muy importante. No era para ella sino para su hija. Pedía el bien para otra persona.

Jesús busca ver si aquella mujer tiene la suficiente fe como para insistir por encima de todo lo que pueda pasarle entonces; ver si, en verdad, tiene confianza en el Hijo de Dios. Y la mujer insiste, es perseverante, sabe que con poco que haga aquel hombre su hija se salvará.

Jesús concede lo que tanto anhela aquella mujer que le sigue y le persigue y que, incluso, ha sabido responder muy bien a lo dicho por el Maestro. Su fe ha salvado, su confianza ha procurado la curación de su hija.


JESÚS, aquella mujer pedía para su hija su particular salvación. Pedía con perseverancia y con amor. Y eso es, justamente, lo que no siempre hacemos nosotros.





Eleuterio Fernández Guzmán


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