Lc 19, 45-48
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras."
Lc 19, 45-48
Lc 19, 41-44
COMENTARIO
Ciertamente, lo que aquí dice el hijo de Dios es más que terrible. Y es que les habla, a los que entonces le escuchan, de lo que va a ser la destrucción de la Ciudad Santa. Y ya podemos imaginar el espanto que eso debió causar en aquellos que lo escuchaban.
Alguien podría pensar que aquella reacción de los que aquello iban a llevar a cabo era algo exagerada. Sin embargo, las palabras de Jesucristo muestran bien a las claras lo que pasó pero, más que nada, porqué pasó.
La gran mayoría del pueblo de Israel o, al menos, aquellos que en Jerusalén sabían de la existencia del Enviado de Dios, no quisieron escucharlo y se alejaron de quien Dios había enviado al mundo para que el mundo se salvase. Y por eso pasó lo que pasó,
JESÚS, gracias por poner sobre la mesa todas las cartas de la Verdad.
Eleuterio Fernández Guzmán
Lc 19, 1-10
Lc
18,35-43
“En aquel tiempo, sucedió que, al
acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo
limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que
pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ‘¡Jesús, Hijo de David,
ten compasión de mí!’. Los que iban delante le increpaban para que se callara,
pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’. Jesús se
detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ‘¿Qué
quieres que te haga?’. Él dijo: ‘¡Señor, que vea!’. Jesús le dijo: ‘Ve. Tu fe
te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios.
Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.””
COMENTARIO
Aquel ciego sabía que sólo quien fuera el
Enviado de Dios podía sacarlo de la situación en la que estaba. Apartado de la
sociedad, pobre y necesitado de pedir limosna para vivir sólo algo milagroso podía
solventar aquella situación.
Muchos de los que acompañaban a Jesús no
tenían mucha misericordia. Y es que cuando aquel hombre se puso a gritar
llamando a Jesús Hijo de David le dijeron que se callara. Pero él tenía fe y
confianza en aquel Maestro de la Ley.
Y Jesús, que no podía dejar de darse
cuenta (sordo no era) que alguien le llamada Hijo de David y que pedía su
ayuda, sabe que tiene fe y que cree que es Él el Enviado de Dios. Y lo cura, lo
saca de aquella situación de postración en la que se encontraba. No nos
extraña, por tanto, que todos alabaran a Dios viendo aquello que había
sucedido.
JESÚS, ayúdanos a tener la fe de aquel ciego.
Eleuterio Fernández Guzmán