6 de septiembre de 2014

Señor del sábado



Sábado XXII del tiempo ordinario


Lc 6,1-5

“Sucedió que Jesús cruzaba en sábado por unos sembrados; sus discípulos arrancaban y comían espigas desgranándolas con las manos. Algunos de los fariseos dijeron: ‘¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?’. Y Jesús les respondió: ‘¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios, y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?’. Y les dijo: ‘El Hijo del hombre es señor del sábado’”.


COMENTARIO

Los guardianes de los preceptos judíos no estaban muy por la labor de que se quebrantara ninguno de los cientos que, con el paso del tiempo, se habían ido estableciendo. Les molestaba mucho.

Violar el sábado, trabajando o haciendo lo que estaba prohibido, no era muy visto por aquellos que no creían que eso pudiera hacerse. Por eso llaman la atención a Jesús y a los suyos por estar arrancando espigas “para comer”.

Jesús, sin embargo, sabe que la misericordia es mucho más importante que cumplir algunos preceptos. Es más, sabe que en determinadas ocasiones, se ha “violado” realidades más sagradas por cumplir con la necesidad del hombre. Y es que, además, Jesús es Señor y, por tanto, tiene prevalencia sobre cualquier tipo de precepto humano.


JESÚS, muchos de los que en tu tiempo vivían estaban muy equivocados al respecto de la Ley de Dios. Ayúdanos no caer en las trampas del Maligno a tal respecto.


Eleuterio Fernández Guzmán


5 de septiembre de 2014

Corazón nuevo, Ley de siempre de Dios



Viernes XXII del tiempo ordinario

Lc 5,33-39

“En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: ‘Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben’. Jesús les dijo: ‘¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días’. 

Les dijo también una parábola: ‘Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’’”.


COMENTARIO

No era extraño que, antes que Jesús se manifestara al mundo tras su bautismo los judíos tuvieran por razonables las leyes que habían recibido de sus padres y que, por eso, se extrañasen de cosas como las del no ayuno de los discípulos de Cristo.

Jesús, sin embargo, no es que viniera al mundo a traer una ley nueva. Él mismo diría que había venido para que se cumpliera la de Dios. Y eso es lo que hace. Por eso estando Él presente, Dios mismo hecho hombre, ¿a qué venía el ayuno?

Y luego, Jesús, define a la perfección lo que han de ser los corazones nuevos. Los que son viejos y no quieren mudar no aceptarán su Palabra. Sin embargo, aquellos que vengan a ser otros, nuevos, la acogerán con amor y gozo.




JESÚS, quieres que cambiemos el corazón para acoger, en el nuevo, la Ley de Dios, la verdadera y no la tergiversada por los hombres. Ayúdanos a ser capaces de acogerte bien dentro.

Eleuterio Fernández Guzmán


4 de septiembre de 2014

Pescadores de hombres



Jueves XXII del tiempo ordinario


Lc 5, 1-11

En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. 

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar’. Simón le respondió: ‘Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes’. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’. Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: ‘No temas. Desde ahora serás pescador de hombres’. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.”


COMENTARIO

Jesús no deja de enseñar. En el tiempo que pasó entre sus contemporáneos como Maestro aprovecha cualquier situación y cualquier circunstancia para transmitir la doctrina santa de Dios. Y esté donde esté se las arregla para llegar al corazón de los que le escuchan

Verdaderamente podemos decir que Pedro era casi un profeta. Le dice a Jesús que es un pecador y, como sabemos, con el paso del tiempo, demostraría que lo era. Pero ahora lo que siente es un tremendo agradecimiento por la muestra del poder divino de la que hace gala Jesús.

Jesús, sin embargo, sabe que aquel hombre rudo, aquella “piedra” iba a ser muy importante para la vida de la humanidad. Lo nombra “pescador de hombres” porque era la forma de decirle que iba a ser como Él: buscador de hombres para Dios Padre.




JESÚS, quieres que atraigamos a los hombres a Dios Todopoderoso. Ayúdanos a no evitar tan importante obligación.

Eleuterio Fernández Guzmán


3 de septiembre de 2014

Cristo vino para salvar

Miércoles XXII del tiempo ordinario


Lc 4, 38-44

En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 

Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: ‘También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado’. E iba predicando por las sinagogas de Judea.”


COMENTARIO

La voluntad de Dios era que Jesús viniera al mundo anunciara a la creación entre su Ley t su Palabra. Iba, pues, por los caminos del pueblo elegido por el Creador anunciando que el Reino del Todopoderoso había llegado, que era Él.

Aquellos que eran el Mal bien que lo conocían. Los demonios, discípulos del Ángel caído Satanás, conocían al Hijo. Le tenían miedo porque sabían que podía hacer con ellos lo que quisiera. Y huían, a diferencia de los discípulos de Cristo que lo buscaban y lo amaban.

Jesús fue consciente, al menos que sepamos desde que empezó la llamada vida pública del Hijo de Dios, que tenía que hacer lo que estaba haciendo. Por eso recoge este texto del evangelio de San Lucas que sabía que para eso había sido enviado.



JESÚS, sabes qué debes hacer. Nosotros, sin embargo, muchas veces pudiera dar la impresión de que lo olvidamos. Ayúdanos a no caer nunca en tal tentación.

Eleuterio Fernández Guzmán


2 de septiembre de 2014

Conocer a Cristo y creer en Él




Martes XXII del tiempo ordinario


Lc 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: ‘¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios’. Jesús entonces le conminó diciendo: ‘Cállate, y sal de él’. Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: ‘¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen’. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región”.


COMENTARIO


Cuando Jesús recorría los caminos del mundo enseñando era normal que muchos de sus contemporáneos no creyesen en Él. Lo que decía no les gusta nada de nada porque les ponía, ante sus ojos, los pecados en los que caían.

Sin embargo, otros muchos (no demasiados, es verdad) sí creyeron en Él y en la doctrina que presentaba. Por eso sabían que enseñaba con autoridad y no como otros conocidos como sabios y entendidos en la Palabra de Dios. Ellos sí recibieron el Espíritu de Dios.

Otros también lo conocían, Los demonios sabían que era el Hijo de Dios, Quien había de venir al mundo. Por eso huían a su voz y por eso demostraban, con aquellos hechos, que Dios había cumplido su promesa de enviar un Salvador.




JESÚS, muchos no creían en ti pero otros sí sabían que eras el Hijo de Dios. Ayúdanos a ser como los que te conocieron y te quisieron.

Eleuterio Fernández Guzmán


1 de septiembre de 2014

Dios es Padre de todo ser humano


Lunes XXII del tiempo ordinario
Lc 4,16-30


En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor'.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: 'Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír'. Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: '¿No es éste el hijo de José?'. Él les dijo: 'Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria'. Y añadió: 'En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio'.

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.
COMENTARIO

Los vecinos de Jesús, al parecer, no comprendían lo que el hijo de José y de María estaba haciendo. Lo escuchan complacidos en la Sinagoga pero, a la hora de entender lo que está leyendo y, en realidad, lo que a El le afecta, no dan el paso siguiente de creerlo.

Jesús sabe que los antepasados de aquellos que ahora lo rechazan mataron a otros profetas. Y lo hacían porque no les gustaba nada de nada lo que les ponía sobre la mesa de su realidad. Les hacía ver lo que ellos no querían ver. Y eso pasa con Jesús.

Resulta curioso el sentido de avaricia que llegó a adquirir el puedo judío. Creían que sólo a sus miembros salvaría Dios sin darse cuenta de que el Creador es Padre y lo es de todos. Por eso salvó en otro tiempo a personas no judías. Pero eso, según refleja este texto, no era comprendido por aquellos que debían conocer la misericordia de Dios.


JESÚS, muchos de tus vecinos no entendían lo que les estabas diciendo. Ayúdanos a tener un corazón abierto y no cerrado.




Eleuterio Fernández Guzmán


31 de agosto de 2014

Negarse a sí mismo




Domingo XXII del tiempo ordinario


Mt 16,21-27

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: '¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte'. Jesús se volvió y dijo a Pedro: 'Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios'.

Entonces dijo a los discípulos: 'El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta'”.


COMENTARIO

Jesús conoce a la perfección el pensamiento de cada ser humano. Por eso sabe que lo que le dice Pedro acerca de que a Él no le puede pasar aquello que está diciendo sobre su muerte no es propio de Cefas sino que el Demonio le está soplando al corazón lo que tiene que decir.

Pero Jesús tiene los conceptos más que clarificados. Por eso sabe que para seguirlo hay que soportar aquello que nos pesa en el corazón. Es como reconocer lo que nos pasa sin, por ello, venirse abajo sino, al contrario, tratando de arreglar ciertos desmanes.

En realidad, seguir a Cristo supone no estar con el mundo y a favor del mundo. Es lo que Jesús quiere decirnos cuando habla de perder la vida o de ganarla: se pierde cuando no se le sigue; se gana cuando se va tras el Hijo de Dios y se hace lo que quiere que hagamos.



JESÚS, quieres que te sigamos porque sabes que es lo mejor que puede pasarnos. Pero, para eso, debemos cargar con nuestra cruz y dejar atrás todo lo que éramos. Ayúdanos a tener esto muy en cuenta en nuestra vida.




Eleuterio Fernández Guzmán