5 de septiembre de 2014

Corazón nuevo, Ley de siempre de Dios



Viernes XXII del tiempo ordinario

Lc 5,33-39

“En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: ‘Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben’. Jesús les dijo: ‘¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días’. 

Les dijo también una parábola: ‘Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’’”.


COMENTARIO

No era extraño que, antes que Jesús se manifestara al mundo tras su bautismo los judíos tuvieran por razonables las leyes que habían recibido de sus padres y que, por eso, se extrañasen de cosas como las del no ayuno de los discípulos de Cristo.

Jesús, sin embargo, no es que viniera al mundo a traer una ley nueva. Él mismo diría que había venido para que se cumpliera la de Dios. Y eso es lo que hace. Por eso estando Él presente, Dios mismo hecho hombre, ¿a qué venía el ayuno?

Y luego, Jesús, define a la perfección lo que han de ser los corazones nuevos. Los que son viejos y no quieren mudar no aceptarán su Palabra. Sin embargo, aquellos que vengan a ser otros, nuevos, la acogerán con amor y gozo.




JESÚS, quieres que cambiemos el corazón para acoger, en el nuevo, la Ley de Dios, la verdadera y no la tergiversada por los hombres. Ayúdanos a ser capaces de acogerte bien dentro.

Eleuterio Fernández Guzmán


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