30 de marzo de 2019

Conscientes o inconscientes



Lc 18,9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: ‘Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce será humillado; y el que se humille será ensalzado’”.


COMENTARIO

La parábola que Jesús les pone ante sus corazones a los que escuchan y, ahora, a nosotros mismos, tiene mucho que ver con el comportamiento que seguimos más veces de las convenientes.

Aquel hombre, el fariseo, se cree muy buena persona porque dice cumplir con todo aquello que la ley, hecha a medida por el hombre, establece. Se cree por encima de otras personas y tiene poca, muy poca, humildad.

El otro hombre, el publicano, sabe que es un pecador. Lo sabe y se lo dice a Dios que, por otra parte, nada tiene que escuchar de nadie porque lo sabe todo. Sin embargo, aquel hombre se conoce y reconoce ante Dios como lo que es, y como lo que somos, nada de nada.




JESÚS, aquellos hombres de la parábola andaban por caminos muy distintos. Ayúdanos a seguir el camino de quien se conocía bien y se sabía pecador.





Eleuterio Fernández Guzmán

29 de marzo de 2019

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Santos anhelos que debemos tener



Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.
Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.
Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

“Saber Esperar” – Santos anhelos que debemos tener

“Feliz, mil veces feliz, aunque en mi flaqueza me queje algunas veces. Nada deseo, nada quiero, sólo cumplir mansamente y humildemente la Voluntad de Dios. Morir algún día abrazado a su Cruz y subir hasta Él en brazos de la Santísima Virgen María.” (Punto 288)

No podemos decir que el hermano Rafael tenga malas intenciones sino, al contrario, buenas y más que buenas. Y  es que esto que nos dice es expresión de un anhelo que, por fuerza espiritual de su sentido, ha de ser santo.
Es bien cierto que nosotros queremos, para nuestra propia realidad y también para la del prójimo, lo mejor. Y hablamos de lo mejor pero de lo mejor para nuestra alma y el alma del prójimo. Y lo mejor es, sin duda alguna, morir en gracia de Dios.
San Rafael Arnáiz Barón lo tiene todo más que claro. Para él importa lo que importa y lo demás es todo superfluo.
¿Y qué es lo que le importa a nuestro santo?
Sería muy fácil sostener que, como era santo y llevaba una vida, así, de tal tipo de personas, para él todo era fácil. Y, sin embargo, en su vida muchas circunstancias (físicas y espirituales) hicieron que se sintiese mal con su forma de ser. Y es que, eso sí, tenía afán de perfección espiritual. Y aquí lo muestra.
Sabe que hay ocasiones, porque se sabe débil, en las que se ve sometido a un mal y tal mal hace que muestra su concreta queja. Y eso, en realidad, no es nada malo porque una cosa es saber que se ha de sufrir y sobrenaturalizar el sufrimiento y otra, muy distinta, es no manifestar nada de nada a tal respecto. Él, sí, se queja cuando cree que debe quejarse.
Eso, sin embargo, le preocupa tanto como para poner por escrito que es feliz, más que feliz… aunque se queje.
Pero ¿cuál es la razón de que sea tan feliz el hermano Rafael?
Como podemos imaginar, todo tiene relación con Dios, con su Hijo y con su Madre. Y ahí encuentra el consuelo que necesita pero, sobre todo, encuentra la esperanza que le es más que necesaria.
Le hace feliz cumplir con la Voluntad de Dios. Y eso, aunque pueda parecer lo más lógico el mundo… no siempre es lo que solemos porque no pocas veces nos viene mal o muy mal según somos nosotros, sus hijos.
Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón lo hace, cumplir con tal Voluntad, de una forma mansa, de una forma humilde. Y así lo hace porque tiene, en el Hijo de  Dios, el ejemplo importante y necesario que le hace hacer las cosas como debe hacerlas por mucho que, en un principio, le pueda costar hacerlas.
Pero hay más. En la esperanza de nuestro hermano Rafael entra en juego mucho más. Así, por ejemplo, anhela algo tan importante como morir abrazado a la Cruz de Cristo. Y podemos decir que así fue debido a su enfermedad. Y así cumplió con un ansia tan grande como era parecerse lo más posible a Quien había dado su vida por él; por él también.
Pero aún quiere algo más el hermano Rafael. Y es que quiere, así lo expresaba entonces y nosotros creemos que lo consiguió, subir hasta Dios, nada más y nada menos, que en brazos de su Santísima e Inmaculada Madre.
Y es que, como podemos ver, hay quien no se conforma con poco sino que lo quiere todo. Y por eso mismo debemos agradecer a quien, como San Rafael Arnáiz Barón, supieron lo que querían para que nosotros supiéramos lo que debemos querer, ansiar, anhelar.


Eleuterio Fernández Guzmán



Conocer la Ley de Dios


Mc 12,28b-34

En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: ‘¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?’. Jesús le contestó: ‘El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos’. 

Le dijo el escriba: ‘Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: ‘No estás lejos del Reino de Dios’. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas”.


COMENTARIO

Decir lo que era evidente no es un gran problema para quien sepa qué es lo evidente. Y aquella persona que le pregunta a Jesús no es alguien que no conozca la Ley de Dios sino que, como maestro, ha de saber todo al respecto de la misma.

El Primer Mandamiento de la Ley de Dios es amar al Creador por sobre todas las cosas. Y el segundo o, mejor, la expresión de los otros es amar al prójimo como a nosotros mismos. Eso lo sabía muy bien aquel maestro en la Ley. Otra cosa es que lo cumpliera.

Jesús le dice que aquel hombre que le pregunta no está lejos del Reino de Dios. Si dice que no está lejos es que aún no ha llegado. A lo mejor sabía Jesús que le faltaba la práctica de aquello que decía pues era probable que aquel maestro fuer partidario de los sacrificios y holocaustos que él mismo tenía como menos importantes que la mismísima Ley de Dios.




JESÚS, la Ley de Dios es clara al respecto de qué es más importante. Ayúdanos a no tergiversar nunca lo que la misma es y significa.





Eleuterio Fernández Guzmán

26 de marzo de 2019

Perdonar siempre, a lo mejor no es fácil, pero es más que bueno


Mt 18, 21-25

“21 Pedro se acercó entonces y le dijo: ‘Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?’ 22 Dícele Jesús: ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’. 23 ‘Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. 24 Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. 26 Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.’ 27 Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda. 28 Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes.’ 29 Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: ‘Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.’ 30 Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. 31 Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido. 32 Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: ‘Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. 33 ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?" 34 Y encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía. 35 Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano”.


COMENTARIO

No podemos negar que tiene mucha fuerza espiritual la parábola de los talentos que debe una persona a otra. Y es que aquella cantidad, si la llevamos a lo que sería hoy día una deuda económica era, al parecer, una barbaridad, mucho dinero. Lo que pasa es que el corazón de la persona a quien se le debe dinero es tierno y perdona una deuda tan grande a quien tanto le debe que, como sabemos, no devuelve el mismo trato a quien le debe, al contrario que debía él, una miseria.

El corazón, según nos enseña el Hijo de Dios, ha de ser de carne, tierno y blando para perdonar a quien algo nos debe: una ofensa o, en general, lo que sea. Por eso le dice a Pedro que ha de perdonar a su hermano...¡siempre!


JESÚS, gracias por enseñarnos una lección tan importante como es la del perdón.

Eleuterio Fernández Guzmán


25 de marzo de 2019

Anunciación y Encarnación

Hoy , 25 de marzo, recordamos y celebramos la Anunciación del Señor y su Encarnación. Para el que esto escribe, sobran las palabras y vale mucho una imagen. 







Eleuterio Fernández Guzmán

24 de marzo de 2019

Necesaria conversión



Lc 13, 1-9

“En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: ‘Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.’  Les dijo esta parábola: ‘Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo  encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?’ Pero él le respondió: ‘Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.’”

  

COMENTARIO

Es más que cierto que, en el tiempo de Jesucristo, el pueblo judío establecía una relación demasiado directa entre el devenir de una persona, en lo malo, y lo que se podía considerar pecado. Es decir, si una persona sufría alguna desgracia o percance era, según se creía, porque había sido castigada por Dios por haber pecado. Pero el Hijo del Todopoderoso sabía que las cosas no siempre eran así porque, en realidad, lo que debían hacer ellos, para aceptar la verdadera Voluntad de Dios en sus vidas era convertirse.

Jesucristo pide, pues, la conversión porque la sabe necesaria para la salvación eterna. Y por eso avisa con toda claridad: si no hay conversión, entendemos que de verdadero corazón y no falsa, no habrá salvación eterna. Así de simple y de sencillo de comprender.

JESÚS, gracias por poner en nuestro corazón la necesidad de conversión.

Eleuterio Fernández Guzmán