24 de noviembre de 2012

¡Viva Cristo Rey!










“¡Oh Cristo, Tú eres mi Rey!
Dame un corazón caballeroso para contigo.
Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo.
Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión que Tú me confías.
Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo ante mi cruz, verdadero Cireneo para las cruces de los demás.
Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a sus máximas.
Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los que me aman.
Magnánimo con mis superiores: viendo en su autoridad la belleza de tu Rostro, que me fascina.
Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti.
Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti.” 

Esta oración, dedicada a Jesucristo, Rey del Universo, nos pone sobre la pista de qué significa la celebración del tal día. Terminará, así, el Año litúrgico con la celebración del mismo y pronto llegara el tiempo de Adviento con el que esperaremos, otra gozosa vez, la llegada del Mesías.

Que Cristo es Rey y que es nuestro Rey lo tenemos como cierto aquellas personas que nos consideramos sus hermanos en la fe y, por lo tanto, discípulos suyos. Cristo es Rey y eso supone que Dios está a nuestro lado y que no nos abandonará nunca. Que es, también, nuestro Buen Pastor.

Escribe el profeta Daniel (7,13-14) que “Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás”.

Cristo, el Hijo del hombre, que vino para quedarse para siempre entre nosotros y para volver en su Parusía, es Rey del Universo porque todo ha sido hecho para Él y en Él y desde toda la eternidad Dios quiso entregárnoslo para hacer posible la salvación de la humanidad.

Decir, entonces, ¡Viva Cristo Rey! es, además de un grito de júbilo con el que muchos mártires se despidieron de este mundo (tanto en la España de los años treinta del siglo pasado como en el México de los años veinte del mismo siglo) una forma de manifestar, bien a las claras y para que no haya equivocaciones, que sus discípulos no queremos componendas con el mundo y que, si lo creemos con franqueza, no vamos a permitir que se zahiera ni su santo nombre ni lo que supone para nosotros ser hermanos del Hijo de Dios.

¡Viva Cristo Rey! ahonda en nuestro corazón la Verdad y la Verdad es lo único por lo que vale la pena luchar. Verdad que no es farisea ni cicatera sino cierta y llena de la savia con la Dios riega sus entrañas que, como sabemos, son de Misericordia y Caridad.

¡Viva Cristo Rey! es una forma de decir sí y de hacer cierto un fiat como el de María, en aquel día en el que el Ángel del Señor le pidió respuesta a su solicitud de parte de Dios de ser su Madre. Y respondió que era su esclava que es la única forma de responder a un requerimiento de Dios: “aquí estoy”, limpio de vinculaciones mundanas y con la preparación suficiente como para entender lo que quiere decir eso.

¡Viva Cristo Rey! es, además, una reivindicación de nuestra fe y el hacer patente que somos lo que somos (pues lo somos, dice San Juan en su Primera Epístola, 3,1) hijos de Dios.

Por lo tanto, decir ¡Viva Cristo Rey! nos pone en el camino recto hacia el definitivo Reino del Creador donde, si es su voluntad, tendremos la visión beatífica y podremos decir, ciertamente, que hemos cumplido con la misión que se nos había encomendado y que, en muchas ocasiones, no somos capaces de entender ni de comprender pero que está ahí, para ser entendida y comprendida.

El “¡Viva Cristo Rey!” no debería nunca caerse de nuestra boca pero, sobre todo, de nuestro corazón. Gracias a Él lo tenemos de carne y gracias a Él esperamos la muerte como una hermana que nos acompañará hasta el rostro de Quien todo lo puede.

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en  Análisis Digital

Lo que ha de venir lo manifiesta Cristo




Sábado XXXIII del tiempo ordinario

Lc 20, 27-40

“En aquel tiempo, acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: ‘Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer’.

Jesús les dijo: ‘Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven’.

Algunos de los escribas le dijeron: ‘Maestro, has hablado bien’. Pues ya no se atrevían a preguntarle nada".

COMENTARIO

Las leyes de los hombres son leyes para hombres y las leyes de Dios deberían ser para todos los hombres y estar por encima de las de los hombres. Y eso les pasa a los que preguntan a Jesús acerca de la situación de la mujer que se ha casado varias veces.

Las cosas son muy distintas en la vida eterna. En primer lugar hay que ser digno para alcanzarla. Para eso no basta con decir “Señor, Señor” y llevarse mucho la mano al pecho en señal de reconocer nuestros pecados. Hay que actuar según la voluntad de Dios y tener un corazón limpio.

En el más allá de acá, en la vida eterna, la realidad no es tal como la pensamos y vemos aquí, entre los vivos que caminan por el valle de lágrimas. Con la resurrección de los muertos se producirá la espiritualización de aquellos que hayan alcanzado el cielo. Las cosas no son como pensamos, seguramente.



JESÚS, pensamos como hombres porque, en realidad, es lo que somos en este mundo.  Sin embargo, deberíamos pensar más y tener más en cuenta lo que nos espera tras ser llamados por Dios.




Eleuterio Fernández Guzmán


23 de noviembre de 2012

Orar a Dios en su Casa




Lc 19,45-48

“En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: ‘Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!’. Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.”

COMENTARIO

Jesús tenía muy en cuenta que la Casa de Dios, la de su Padre, había sido construir para cumplir una clara misión que no era otra que orar en ella y dirigirse al Creador. Para eso se había construido y no para otra cosa.

Cuando se utiliza la Casa de Dios para menesteres demasiado humanos como, por ejemplo era el caso que nos trae el evangelio de San Lucas, la venta de animales para sacrificar en el Templo cuando Dios, según entendía Cristo, prefería otro tipo de sacrificios  y no la sangre de los animales.

A Jesús le escuchaba el pueblo, la gente común y no pegada al poder, con gusto. Sabía, aquel pueblo, que el Maestro enseñaba con una autoridad distinta a como lo hacían otros que eran los maestros oficiales.

JESÚS, la Casa de Dios ha de ser, siempre, casa de oración y no de banderías particulares o de negocios espirituales. Sin embargo, en muchas ocasiones, hacemos como aquellos que se querían servir de ella en propio beneficio.



Eleuterio Fernández Guzmán

22 de noviembre de 2012

Reconocer a Cristo



Jueves XXXIII del tiempo ordinario


Lc 19, 41-44

“En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: ‘¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita’”.

COMENTARIO

Jesús, en muchas ocasiones, nos avisa acerca de lo que vendrá, de lo que tiene que venir. Y lo hace para que estemos prevenidos y, al menos, hayamos preparado nuestro espíritu.

Nos avisa acerca de que hay realidades que están ocultas a nuestro corazón pero que, en verdad, sucederán cuando tengan que suceder según la voluntad de Dios. Pero no por eso podemos descuidarnos y pensar que no hemos sido avisados.

El mal que podemos recibir no lo recibimos sin razón ni causa alguna. Se nos propone la voluntad de Dios porque es buena para nosotros y porque, sencillamente, tenemos la obligación de cumplirla. De otra forma, ya sabemos lo que nos espera.

JESÚS, gracias a ti sabemos que estamos destinados al reino definitivo de Dios pero también sabemos que es una elección personal aceptarlo o no. Nosotros, muchas veces, puede dar la impresión de que no entendemos lo que esto quiere decir.





Eleuterio Fernández Guzmán




21 de noviembre de 2012

El tan cercano Adviento









Cuando María esperaba el nacimiento de su hijo, Aquel a quien Gabriel diera en llamar Jesús y que fue el nombre que José le puso, se estaba fraguando, en su vientre, el primer Adviento.

El primer Adviento tuvo que ser algo muy especial porque María sabía que quien iba a nacer era, en lo espiritual, más que un niño. Y eso, que siempre tuvo en su corazón como realidad buena, fraguó en su alma un amor eterno.
Desde entonces hasta ahora, en cada momento de espera de Quien llega para traer al salvación, los hijos de Dios que así se han considerado hemos ido restañando las heridas que nos produce la vida reconociendo que la pequeñez de un nacido, en el regazo de su madre, ha venido a ser una esperanza cierta.
Y ahora, ahora mismo, cuando ya estamos en el tiempo previo al de preparación de nuestro corazón, es cuando podemos sostener, para nuestros adentros y para nuestra relación con el mundo que nos rodea, que Cristo viene para quedarse para siempre.

Decimos, entonces que el Adviento, a pesar de ser antiguo, de aquel primero que María contempló, nuestro ser sabe y reconoce, en este tiempo especial que ya llega, que esperamos a sabiendas que, en efecto, Dios viene, el Emmanuel se acerca.

Y en nuestra vieja esperanza, antigua siembra de Dios en el corazón de su criatura, oramos, quizá, como sigue:

Dios, Padre nuestroque diste a María el amor
en grado sumo,
que con ella quisiste
entregarnos la salvación eterna
a través de Tu hijo,
permanece en nosotros
para que no olvidemos
tal regalo.
Dios, Padre Eterno,
que quisiste ver, en nosotros,
una esperanza en la difusión
de tu reino,
que de la felicidad nos das
el nombre de Cristo,
entre todo nombre el nombre
de Quien nos salvará
con su sangre,
quédate con nosotros
en un Adviento eterno.
Amén.

De todos los tiempos litúrgicos que a lo largo del año sazonan nuestra vida espiritual, el Adviento es, por decirlo así, el que nos proporciona, nos da, nos ofrece si queremos aceptarla, la posibilidad de mejorar nuestro corazón y ser, por eso mismo, hijos de Dios reconociendo que lo somos.

Por eso, cuando, poco a poco vayan transcurriendo las semanas hasta la deseada noche del 24 del último mes del año y vayamos recorriendo las figuras que, domingo a domingo, muestran el ejemplo de lo que significa creer en Dios, seamos como parte de las Sagradas Escrituras que, a lo largo de los siglos han sido faro y luz iluminadora. Y eso, ahora mismo, ya lo podemos ir viviendo porque no desconocemos lo que significa. Esperanza que ya, ahora, se va fraguando en nuestro corazón.

Adviento nuevo, vieja esperanza, porque el tiempo de espera es, desde entonces, desde aquel primer momento de gestación de la Vida, uno que lo es de grandeza y de gozo, tiempo de saberse en una comunidad de creyentes que dan consistencia a la creencia que nos sostiene.

Adviento nuevo, vieja esperanza, porque el tiempo que pasa, día a día y semana a semana no puede quedar vacío de intenciones de conversión y de confesión de fe.

Padre Nuestro,
luz que ilumina nuestra vida,
haz de nosotros unos hijos limpios
de corazón,
preparados para esperar
a Cristo, primogénito de la creación
y único santo entre los santos.
Amén.

Adviento nuevo, vieja esperanza porque, con el primero y la segunda nuestro corazón deja de ser mundano y es, por eso mismo, justo heredero de la herencia de Dios. Y ahora, ahora mismo, está tan cercano tal tiempo...

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Soto de la Marina

Ser fiel en lo poco





Miércoles XXXIII del tiempo ordinario


Lc 19,11-28

“En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: ‘Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’.

‘Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses’.

‘Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’’.

Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.”

COMENTARIO

En muchas ocasiones aquellos que seguían a Jesús querían escuchar lo que les contaba el Maestro. Aprendía de una forma que era, entonces, muy popular: las parábolas.

A cada uno de nosotros Dios nos entrega una serie de talentos que debemos descubrir. Algunos son fáciles de tener en cuenta porque son evidentes y otros, sin embargo, cuesta saber, siquiera, que los tenemos porque no son fáciles de ver. Sin embargo, se nos exige que no los escondamos bajo ningún celemín sino que hay que ponerlos sobre la mesa de nuestra vida.

Aquel señor se fue y cuando volvió a cada uno exigió lo que debía exigirle porque aquel señor sabía que podía exigir. Sin embargo, el que menos tenía nada hizo porque tuvo miedo. Y tal miedo fue una mala excusa para no hacer rendir aquel talento. Al que no tiene nada de fe también se le quitará hasta lo que cree que tiene


JESÚS, nos pides, pues es voluntad de Dios, que tengamos fe en lo más pequeño y que desde lo más pequeño caminemos hacia tu definitivo Reino. Sin embargo, nosotros, en muchas ocasiones, ni siquiera consentimos eso.




Eleuterio Fernández Guzmán


20 de noviembre de 2012

Conversión



Martes XXXIII del tiempo ordinario


Lc 19,1-10

”En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: ‘Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa’. Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.

Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: ‘Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo’. Jesús le dijo: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido’”.

COMENTARIO


Zaqueo sabía que necesita ver a Jesús. Lo busca, incluso, subiéndose a una altura suficiente como para divisarlo cuando venía. Tenía esperanza de mejorar su verdadera situación que era la espiritual.

Jesús también sabía que Zaqueo lo buscaba. Por eso le dice que baje del árbol en el que se había subido porque era muy importante que entrara en su casa. Venía para que se convirtiera y pasara a tener una vida más acorde con la voluntad de Dios.

Es cierto que Jesús dice, en alguna que otra ocasión, que es muy importante que se convierta quien necesita médico porque las personas sanas espiritualmente no necesitan, en efecto, médico del alma Pero Zaqueo sí lo necesitaba… y lo encontró en Jesús.


JESÚS, Zaqueo te necesitaba y acudiste en su ayuda. Él te busco y te encontró. El caso es que nosotros, en demasiadas ocasiones, no queremos buscarte por no encontrarte.




Eleuterio Fernández Guzmán


19 de noviembre de 2012

Poder ver






Lunes XXXIII del tiempo ordinario

Lc 18,35-43

“En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’. Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’. Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ‘¿Qué quieres que te haga?’. Él dijo: ‘¡Señor, que vea!’. Jesús le dijo: ‘Ve. Tu fe te ha salvado’. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.”

COMENTARIO

En el tiempo de Jesús determinadas enfermedades separaban a las personas que las padecían de la sociedad. Como el caso de hoy del evangelio de San Lucas, aquel ciego pedía limosnas fuera de la ciudad. Pero tenía algo que no todo el mundo tenía.

En muchas ocasiones Jesús tiene muy en cuenta qué cree la gente acerca de lo que se le pide. No hace, por decirlo así, cualquiera cosa por nada sino, siempre, cuando concurre la confianza en su persona o, por decirlo más claramente, la fe. Y el ciego la tenía.

Sabía aquel hombre enfermo que Jesús lo curaría. Tan seguro estaba que se atreve a pedirle nada más y nada menos que la vista que era, además, una forma directa de entrar en la sociedad que le había apartado de su lado. Y se curó. Y siguió a Cristo alabándolo por lo que había hecho. Reconoció lo hecho por el Mesías.

JESÚS,  cuando haces algo a favor de alguien, es posible que no se te reconozca lo que has hecho. No le pasó eso al ciego pero sí, muchas veces, nos pasa a nosotros.



Eleuterio Fernández Guzmán


18 de noviembre de 2012

Lo que tiene que venir Cristo lo avisa





Domingo XXXIII (B) del tiempo ordinario

Mc 13, 24-32

“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘En aquellos días, después de la tribulación aquella, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y los astros estarán cayendo del cielo, y las fuerzas que hay en los cielos serán sacudidas. Entonces, verán al Hijo del hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y congregará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde la extremidad de la tierra hasta la extremidad del cielo.

‘De la higuera aprended la semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y brotan las hojas, conocéis que el verano está cerca; así también, cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. En verdad, os digo, la generación ésta no pasará sin que todas estas cosas se hayan efectuado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas en cuanto al día y la hora, nadie sabe, ni los mismos ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre’”.

COMENTARIO

Jesús pone sobre la mesa la verdad de lo que ha de suceder. Sucederá porque el Hijo de Dios sabe que así va a ser porque ya lo ha visto y sabe que es importante que nosotros lo sepamos.

Tienen que venir malos tiempos para la fe y para lo que representa Cristo en el mundo. Muchos lo abandonarán porque se unirán al mundo y a sus mundanidades. Habrá una gran apostasía.

Todo pasará excepto Dios y su Palabra. Permanecerá para siempre el Verbo por quien todo fue creado. Y al respecto de la hora... sólo sabemos que tenemos que estar preparados para tal momento.



JESÚS,  nos avisas acerca de la importancia que tiene prepararnos para Tu segunda venida y par el fin del mundo conocido. Nosotros, sin embargo, no te hacemos, la verdad, mucho caso.



Eleuterio Fernández Guzmán