“¡Oh Cristo, Tú eres mi Rey!
Dame un corazón caballeroso para contigo.
Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo.
Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión que Tú me confías.
Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo ante mi cruz, verdadero Cireneo para las cruces de los demás.
Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a sus máximas.
Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los
humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los
que me aman.
Magnánimo con mis superiores: viendo en su autoridad la belleza de tu Rostro, que me fascina.
Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti.
Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti.”
Esta oración, dedicada a Jesucristo, Rey del Universo, nos pone sobre
la pista de qué significa la celebración del tal día. Terminará, así,
el Año litúrgico con la celebración del mismo y pronto llegara el tiempo
de Adviento con el que esperaremos, otra gozosa vez, la llegada del
Mesías.
Que Cristo es Rey y que es nuestro Rey lo tenemos como cierto
aquellas personas que nos consideramos sus hermanos en la fe y, por lo
tanto, discípulos suyos. Cristo es Rey y eso supone que Dios está a
nuestro lado y que no nos abandonará nunca. Que es, también, nuestro
Buen Pastor.
Escribe el profeta Daniel (7,13-14) que “Yo seguía contemplando en
las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía
como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su
presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos,
naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que
nunca pasará, y su reino no será destruido jamás”.
Cristo, el Hijo del hombre, que vino para quedarse para siempre entre
nosotros y para volver en su Parusía, es Rey del Universo porque todo
ha sido hecho para Él y en Él y desde toda la eternidad Dios quiso
entregárnoslo para hacer posible la salvación de la humanidad.
Decir, entonces, ¡Viva Cristo Rey! es, además de un grito de júbilo
con el que muchos mártires se despidieron de este mundo (tanto en la
España de los años treinta del siglo pasado como en el México de los
años veinte del mismo siglo) una forma de manifestar, bien a las claras y
para que no haya equivocaciones, que sus discípulos no queremos
componendas con el mundo y que, si lo creemos con franqueza, no vamos a
permitir que se zahiera ni su santo nombre ni lo que supone para
nosotros ser hermanos del Hijo de Dios.
¡Viva Cristo Rey! ahonda en nuestro corazón la Verdad y la Verdad es
lo único por lo que vale la pena luchar. Verdad que no es farisea ni
cicatera sino cierta y llena de la savia con la Dios riega sus entrañas
que, como sabemos, son de Misericordia y Caridad.
¡Viva Cristo Rey! es una forma de decir sí y de hacer cierto un fiat
como el de María, en aquel día en el que el Ángel del Señor le pidió
respuesta a su solicitud de parte de Dios de ser su Madre. Y respondió
que era su esclava que es la única forma de responder a un requerimiento
de Dios: “aquí estoy”, limpio de vinculaciones mundanas y con la
preparación suficiente como para entender lo que quiere decir eso.
¡Viva Cristo Rey! es, además, una reivindicación de nuestra fe y el
hacer patente que somos lo que somos (pues lo somos, dice San Juan en su
Primera Epístola, 3,1) hijos de Dios.
Por lo tanto, decir ¡Viva Cristo Rey! nos pone en el camino recto
hacia el definitivo Reino del Creador donde, si es su voluntad,
tendremos la visión beatífica y podremos decir, ciertamente, que hemos
cumplido con la misión que se nos había encomendado y que, en muchas
ocasiones, no somos capaces de entender ni de comprender pero que está
ahí, para ser entendida y comprendida.
El “¡Viva Cristo Rey!” no debería nunca caerse de nuestra boca pero,
sobre todo, de nuestro corazón. Gracias a Él lo tenemos de carne y
gracias a Él esperamos la muerte como una hermana que nos acompañará
hasta el rostro de Quien todo lo puede.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital