11 de febrero de 2012

Saciarse de Cristo








Mc 8,1-10





“En aquel tiempo, habiendo de nuevo mucha gente con Jesús y no teniendo qué comer, Él llama a sus discípulos y les dice: ‘Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos’. Sus discípulos le respondieron: ‘¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?’. Él les preguntaba: ‘¿Cuántos panes tenéis?’. Ellos le respondieron: ‘Siete’.





Entonces Él mandó a la gente acomodarse sobre la tierra y, tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos cuatro mil; y Jesús los despidió. Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta".





COMENTARIO





Compartir lo que se tiene es muy importante para un discípulo de Cristo. Cuando alguien necesita ayuda nada mejor que un hermano haga lo que pueda y sepa para sacarlo de la postración en la que pueda encontrarse.





Jesús sabe que aquellas personas necesitaban su sustento y, por eso mismo, hace lo que puede y sabe: ora a Dios pidiendo remedio contra lo que una grave situación. Y obtiene lo que pide porque el Creador siempre escucha a quien ora sabiendo que será escuchado.





Se saciaron de pan. Sin embargo, también se saciaron de la caridad de aquel hombre que les había proporcionado el alimento que querían igual que hizo Dios con sus antepasados en el desierto mediante el maná. Quedaron llenos del espíritu con el que aquel Maestro les solución el problema que tenían.







JESÚS, los que te necesitaban sabían que siempre les socorrerías. Por eso no te abandonan ni se van a otros lados a buscar comida. Confían en ti y, por eso mismo, porque han puesto su fe en Ti obtienen de Dios lo que necesitan.









Eleuterio Fernández Guzmán





10 de febrero de 2012

Éste es el Cristo


Eleuterio Fernández Guzmán







Dios, en su infinita Misericordia, sólo podía obrar bien con el pueblo que había elegido para que, por los caminos de aquel su mundo, transmitiera la Verdad. Y manifestó su Amor enviando a su Hijo, engendrado y no creado, para que fuéramos salvados.

La salvación del mundo y de todo lo creado por el Omnipotente tenía que obtenerse de una forma sobrenatural porque el Bien que se transmitía con ella era propio de unas manos y un corazón que, pudiéndolo todo, todo lo daba en beneficio de sus creaturas.

Y vino al mundo, naciendo en lo más pobre de lo pobre, Quien debía ser luz, sal que no pierde nunca su sabor y levadura que, en el corazón del hombre, lo llena y ensancha de amor, dicha y gozo y lo hace vivir con el Agua Viva que es para toda la eternidad y para siempre, siempre, siempre.

Y Aquel tenía que ser presentado en el Templo. No cumplir con la Ley de Moisés era algo que no entraba en el proceder de María y de José. Y allí acudieron. Fieles a lo dicho por el profeta hacen lo que todos los padres deben hacer. Son tiempos de esperanza en la llegada del Salvador que muchos, no todos al parecer, esperan en la seguridad de que la promesa, por ser de Dios, será cumplida cuando su voluntad así lo quiera.

Y lo quiso.

Los corazones de muchos estaban preparados para recibir al Mesías. Su esperanza estaba en su punto álgido porque Simeón y Ana eran fieles hijos de Dios que se sabían hijos de Dios y creían en lo que tanto tiempo habían estado esperando. Y se cumplió aquel mismo día en el que María y José, padres cumplidores con lo obligado, acudieron al Templo.

¿Quién era Aquel que llevaban a Jerusalén para ponerlo ante Dios en su propia Casa?

Dice Simeón que, según san Lucas, era «hombre justo y piadoso» (Lc 2, 25) «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción» (Lc 2, 34). Aquel era, pues, el Cristo, a quien los elegidos por Dios habían estado esperando desde que Abrahám dejara la comodidad de su casa y caminara, llevado por Dios, por el desierto de su vida y la de su pueblo.

Éste, Aquel, era el Cristo. Con Aquel, con Éste, muchos se elevarán por sobre de su miseria humana y mundana y llegarán a Dios desde su mismo corazón. Serán salvados por haber sabido escoger entre el Hijo y el mundo y haberse quedado con el Salvador que entonces, allí mismo, sostenía Simeón, anciano fiel a Dios.

Sin embargo, no para todos, Aquel, Éste, será luz y será semilla en sus corazones. Para muchos no será sino quien viene no para salvarlos sino para introducir en sus mundanas existencias la espina de la Verdad que hace sangrar las almas de quienes no quieren ser salvados sino, en todo caso, tener a buen recaudo los bienes materiales que han obtenido con su arrastrada vida por el mundo. Para tales personas Aquel, Éste, no será, sino, un signo al que prefieren no adherirse por si acaso tienen que salir del Templo y destruir sus negocios de palomas y cambios de moneda. No son partidarios de Dios sino de sus propios diosecillos de barro.

Y así era Cristo: pequeño pero omnipotente, indefenso pero a salvo de las asechanzas del mundo. Y con sus escasas dimensiones humanas fue presentado. Para salvación del mundo Aquel, Éste, fue puesto ante Dios para que lo tomara como propio, Hijo para que el Padre se complazca cuando salga del Jordán tras su bautismo de agua. Él, que portaba el que era de fuego y de Espíritu, se deja presentar ante Él mismo. Confluencia de Padre e Hijo siendo el Hijo el mismo Padre y conformando el misterio que, al llamar de la Santísima Trinidad, nos brinda la posibilidad de reconocer, otra vez, lo poco que somos y lo Todo que es Dios, incapaz de abandonar a un pueblo infiel pero suyo.

Y se presentó Cristo. Y nosotros, desde una distancia de miles de años, deberíamos admirar cada palabra que, sobre su persona, pequeña, se dijo y, sobre todo, tener en nuestro corazón la certeza de que cada día se hace presente entre nosotros porque Éste es el Cristo y nosotros sus hermanos.

Amén.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en ConoZe

Periodismo y editoriales católicas







Podríamos decir que todo católico tiene un derecho a ser formado a través los medios que la Iglesia católica tiene a su alcance. Así, tanto desde el punto de vista jerárquico como puramente privado, quien se considera hijo de Dios y se sabe en la verdadera Iglesia, la fundada por Cristo y pastoreada por el Vicario de Cristo, ha de demandar que se le ofrezca la posibilidad de conocer mejor su fe y de saber a qué atenerse cuando contra ella se disponga quien sea. 


Por eso, tanto el periodismo católico como las editoriales católicas han de sustentar su existencia en reconocerse fraternalmente con los que Dios escogió como miembros de su “nuevo” pueblo elegido porque es un servicio muy importante que merecen como tales.

Existe, también para este particular caso, la luz que nos envía Dios a través de alguno de sus hijos, para que, en el mundo que nos ha tocado vivir, sepamos a qué atenernos y tener en cuenta lo que, en verdad, nos conviene como católicos.
Manuel Lozano Garrido, más conocido como Lolo, fue periodista laico y católico o, a mejor, al revés. El 12 de junio de 2010 fue beatificado en Linares (Jaén-España) ante más de 20.000 personas.
Al día siguiente, el 13 de junio, Benedicto XVI hizo referencia a Lolo. Así, refiriéndose al periodista al que se le había distinguido con el gozo de la misma, dijo que “supo irradiar con su ejemplo y sus escritos el amor a Dios, incluso entre las dolencias que lo tuvieron sujeto a una silla de ruedas durante casi veintiocho años.

Al final de su vida perdió también la vista, pero siguió ganando los corazones para Cristo con su alegría serena y su fe inquebrantable.

Los periodistas podrán encontrar en él un testimonio elocuente del bien que se puede hacer cuando la pluma refleja la grandeza del alma y se pone al servicio de la verdad y las causas nobles”.

Sirva, pues, de ejemplo Lolo que, aún en la enfermedad supo transmitir un mensaje cristiano de raíz evangélica, haciendo de su profesión un ejemplo franco de cristianismo y de su cristianismo como base para un importante comportamiento vital.

Es a personas como a Lolo a quienes tenemos que imitar porque de su vida se deduce que quien recibe la llamada de Dios y hace caso a ella se muestra a los demás como es el Reino de Dios: gozoso aunque haya enfermedad y reconociéndose hijo de un Padre que lo ama y lo tiene como suyo.

Y, volviendo al momento de la beatificación de Lolo, en la Homilía que pronunció el arzobispo Angelo Amato, SDB, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, dijo que “Aunque escuchaba el latido del mundo, ya no veía nada más que a Dios. Y del corazón de Jesús él tomaba a manos llenas las indicaciones justas para edificar al prójimo con perlas de sabiduría. Pidió y obtuvo del obispo poder tener en su habitación un altar para la celebración de la misa. Para él era el signo de su continuo diálogo con Dios. Por esto tituló su libro “Mesa redonda con Dios”. De esta escuela de dolor y de fe tomó la fuerza para escribir nueve libros y más de trescientos artículos, publicados en revistas y periódicos nacionales y locales”

Por eso, nos debería servir y venir muy bien a todos los católicos que podamos esto leer, esta oración, privada, relativa a Lolo, para recordar lo que nos debe importar:

 “Oh Dios, que abriste el tesoro inmenso de tu Amor a tu siervo Manuel para que él, sumergido en el dolor, desde su sillón de ruedas, lo proyectase a los hermanos con su testimonio y escritos. Concédenos que le sepamos imitar en su aceptación dócil y esperanza ilusionada, cuando el sufrimiento llame a la puerta de nuestra vida, y en su generosidad plena y ardor apostólico, cuando tratemos de darnos a los demás; dígnate glorificar a tu siervo Manuel y concédeme por su intercesión el favor que te
pido…  Así sea”.


Alabado sea Dios que suscita, entre nosotros, testigos fieles como Lolo

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Análisis Digital

Todo lo hace bien




Viernes V del tiempo ordinario



Mc 7,31-37





"En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: ‘Effatá’, que quiere decir: ‘¡Ábrete!’.



Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: ‘Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos’".



COMENTARIO



Jesús no quería que se supiera lo que hacía de manera que pudiesen entender las cosas como no debían entenderlas. Cuando cura al sordo que era casi mudo lo hace por caridad y por misericordia, virtudes que tiene como elementales en el Hijo del hombre.



El poder de Dios es inmenso. Por eso nada le cuesta a Jesús abrir el oído del sordo. Lo hace a solas como para comunicarle su fuerza y que nadie más lo sepa. Sabe Jesús muy eso de que la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha.



El agradecimiento es una virtud muy humana. Es de suponer que la persona que se ve liberada de la sordera y de la mudez no puede limitar su vida a vivir. Tiene que comunicarlo porque es grande su gozo. Lo mismo hacen todos los que han visto lo que ha hecho Jesús.





JESÚS, tu humildad no te permite presumir de lo bueno que haces. Lo haces porque puedes pero también porque es una obligación contraída, eres Dios hecho hombre, con los tuyos. ¡Cuánto deberíamos aprender de Ti! Sin





Eleuterio Fernández Guzmán





9 de febrero de 2012

Una fe así de grande




Jueves V del tiempo ordinario







Mc 7, 24-30





“En aquel tiempo, Jesús partiendo de allí, se fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido, sino que, en seguida, habiendo oído hablar de Él una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies. Esta mujer era pagana, sirofenicia de nacimiento, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Él le decía: Espera que primero se sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’. Pero ella le respondió: ‘Sí, Señor; que también los perritos comen bajo la mesa migajas de los niños’. Él, entonces, le dijo: ‘Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija’. Volvió a su casa y encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido."




COMENTARIO





Era difícil que Jesús pasase por algún sitio y no se diesen cuenta de que estaba allí. Era muy conocido por el bien que hacía y eso nadie podía olvidarlo. Lo buscaban porque lo necesitaban, incluso, más de lo que los buscadores podían pensar.





La fe era muy querida por Jesús. Aunque el Hijo de Dios no tuviese fe (porque supone creer en lo que no se ve y Él era Dios mismo hecho hombre y no tenía que creer en sí mismo) lo bien cierto es que sabía que era muy importante para el Creador: creer, confiar en Quien creó.





Salva Jesús a la niña por la fe de la madre. Quien intercede por alguien necesitado ha de tener el favor de Dios pues muestra misericordia y caridad hacia tal persona. Pedir por el prójimo ha de ser visto por el Creador como expresión de conocer su verdadera voluntad.







JESÚS, aquella niña estaba poseída por un demonio, hijo del Mal. La fe de la madre la salva. No se trata de que no la hubieses salvado de igual forma sino de que quien quiere, pida y, pidiendo, se le dé.







Eleuterio Fernández Guzmán







8 de febrero de 2012

Cuaresma









El día 22 del presente mes de febrero es miércoles de ceniza: miércoles de penitencia, sobre todo, de los hijos de Dios.

En el Mensaje que Benedicto XVI dirigió al pueblo creyente para la Cuaresma de 2009, destacó tres “prácticas penitenciales” que conviene no olvidar ni luego, en plena Cuaresma, ni ahora, que estamos tan cerca de la misma: “La oración, el ayuno y la limosna”.

Pero, incluso sobre tales expresiones de entrega espiritual, dos vocablos destacan por sobre los demás porque encierran, en sí mismos, el significado Pascual: Ceniza y Cuaresma.


Ceniza

Cuando el sacerdote, al imponer la ceniza, nos dice “Convertíos y creed en el Evangelio” , está haciendo, por nosotros, algo más de lo que, en principio, parece.

La conversión, para un católico, no deja de ser, sino, una confesión de fe que nos procura sanación espiritual por los males y daños inferidos a Dios o al prójimo; al fin y al cabo, a nosotros mismos.

Por eso, convertirse, a tenor de lo dicho por el presbítero, no deja de ser importante, necesario y vital para las personas que nos consideramos hijos de Dios. Supone esta confesión de fe:

1.-Abrirse a los demás.

2.-Abrirse a Dios.

A partir de acercarse al prójimo y a Dios partiendo de la demanda de perdón podemos hacer de nuestra vida o trazar, para ella, un camino nuevo que se aleje de los errores cometidos.

Reconociendo en la ceniza, en el miércoles de Ceniza, el inicio de un período de penitencia que durará 40 días (número, por cierto, altamente simbólico en las Sagradas Escrituras) nos sirve, también, para enderezar el camino de nuestra vida y orientarla, en tal tiempo de conversión, hacia el definitivo Reino de Dios gozando, en el mundo, de un glorioso anticipo del mismo.

Por otra parte, el hecho mismo de la ceniza, la ceniza misma, nos trae, al presente lo que será nuestro futuro: moriremos y seremos polvo; lo material, que tantas veces nos agobia y posee, dejará de ser importante, vital, para nosotros.

Ceniza… penitencia… conversión son palabras que, al fin y al cabo, contra nuestra vida de cristianos en Quién vino para darse: Jesucristo.


Cuaresma

Viene a ser el tiempo de Cuaresma de purificación. Pero sabemos que purificarse no resulta fácil sino, al contrario, difícil y, a veces (por nuestra mundanidad) imposible.

Dejó dicho San Josemaría, en la Homilía del I Domingo de Cuaresma (2 de marzo de 1952) que “La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?” ( “Es Cristo que pasa” 58)

Así, la purificación puede ser procurada contestando a cada una de una tales preguntas, de la forma que Dios espera de nosotros:


1.-¿Avanzo en mi fidelidad a Cristo?

Demandado como esencial en nuestra fe, alcanzar un grado de fidelidad mayor, es, para nosotros, no sólo importante sino básico. Ser fieles es sinónimo de haber comprendido lo que significa creer en Dios.

2.-¿Avanzo en deseos de santidad?

Ser santos, en tiempo de Cuaresma, es identificarnos, más que nunca, con un comportamiento recto y obligatoriamente cristiano: amor, perdón, servicio…

3.-¿Avanzo en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?

Ser apóstoles en un mundo como el que nos ha tocado vivir (tan descreído…) no es fácil. Sin embargo, se requiere de nosotros un apostolado tal que, en el tiempo de purificación que supone al Cuaresma, sirva al prójimo de acercamiento exacto a la comprensión de lo que suponen los 40 días más importantes del año cristiano.

Por eso ahora, que tan cerca estamos de la Cuaresma, bien podríamos tratar de reflexionar sobre las preguntas aquí planteadas para que el tiempo de purificación que, otro año más, nos regala Dios sirva, efectivamente, de momento de pureza espiritual importante, de raíz, para nosotros.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

















































Lo que Dios quiere que se haga




Miércoles V del tiempo ordinario


Mc 7,14-23

“En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y les dijo: ‘Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga’.

Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. Él les dijo: ‘¿Así que también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?’ —así declaraba puros todos los alimentos—. Y decía: ‘Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre’.

COMENTARIO

Jesús tenía que luchar contra muchas de las tradiciones que se habían impuesto, a lo largo de los siglos, entre el pueblo escogido por Dios. Entre la tergiversación de la voluntad de Dios y la imposición de normas no adecuadas a la misma, el Maestro tenía mucho que enderezar.

Era común creer que lo malo venía de fuera del ser humano y que, por eso mismo, había alimentos que no se podían comer porque estaban impuros. Jesús sabía que la cosa no iba por ahí sino que tenían que mirar dentro de sí mismos.

El ser humano hace lo que le dicta su corazón. Por eso mismo, si piensa en lo malo, hará lo malo y si piensa y recapacita en lo bueno, hará lo bueno y mejor para su vida y para la de su prójimo. Por eso debían, debemos, cambiar nuestro corazón para que venga a ser de carne y no de piedra. Actuando así haríamos mejor lo que nos conviene hacer.



JESÚS,  muchos de los que contigo vivían no conocían, en realidad, la Ley de Dios porque estaban instruidos por personas que habían hecho de la misma un interés propio y egoísta. Nosotros, en determinadas ocasiones, hacemos exactamente lo mismo que hacían aquellos.




Eleuterio Fernández Guzmán


7 de febrero de 2012

Cumplir la voluntad de Dios





Martes V del tiempo ordinario




Mc 7, -13




“En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-.




Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: ‘¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?’. Él les dijo: ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres’. Les decía también: ‘¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte’. Pero vosotros decís: ‘Si uno dice a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro "Korbán" -es decir: ofrenda-’, ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas’.




COMENTARIO




Si había algo que molestaba de forma muy especial a Jesús era la hipocresía. No quería que las personas dijeran una cosa y luego hicieran otra. En materia de fe y de espiritualidad era lo peor que se podía hacer.




Tampoco estaba muy de acuerdo con lo que estaban haciendo aquellos que eran custodios de la Ley de Dios. La habían cambiado a gusto de sus propios intereses y a los hijos de Dios le transmitían ideas que no eran, precisamente, la voluntad del Creador.




Las tradiciones contrarias a la voluntad de Dios no eran bien vistas por Jesús porque alteraban lo que era, en realidad, tenía que ser. Hacer de menos al Creador tergiversando lo que tenía como bueno y benéfico para su descendencia significaba, para Jesús, una forma muy negativa de proceder.






JESÚS, tenías que corregir el daño que los sabios habían hecho al pueblo elegido por tu Padre y, por eso mismo, les tenías que decir qué tenía que hacer a tal respecto. Y eso es lo que Tú nos dices, ahora mismo, a todos nosotros.








Eleuterio Fernández Guzmán


























6 de febrero de 2012

Ir tras Cristo con confianza




Lunes V del tiempo ordinario


Mc 6,53-56

En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos hubieron terminado la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que Él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejara tocar la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

COMENTARIO

Desde que Jesús dio comienzo, tras su bautismo en el Jordán, los años de vida pública por los que le conocemos, muchas personas creyeron en Él y le buscaron.

Jesús siempre atendía a los que necesitaban curación. Era no sólo física sino, también, del alma. Pero los que estaban enfermos de diversas formas y maneras buscaban su compañía de una forma muy especial porque confiando en Él sabían que podrían salir adelante.

Seguir a Jesús, para aquellas personas, era una forma cierta de salvarse y de alcanzar la vida eterna. Aquellos eran, por decirlo así, las ovejas que el Buen Pastor buscaba para que pasaran al redil de Dios y no fueran abandonadas por los diversos pastores que, de forma no apropiada, las dejaban escapar por no atenderlas.


JESÚS,  los que te buscaban te necesitaban y querían de ti lo mejor que podías darle: amor, comprensión, curación, salvación eterna. Nosotros, sin embargo, no sólo no te buscamos cuando te necesitamos sino que, en más de una ocasión, rehuimos tu amor.



Eleuterio Fernández Guzmán


5 de febrero de 2012

Dejarse curar por el Cristo



Domingo V (B) del tiempo ordinario

Mc 1, 29-39

“En aquel tiempo, cuando Jesús salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: ‘Todos te buscan’. Él les dice: ‘Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido’. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

COMENTARIO

Jesús no dejaba de cumplir la misión para la que le había enviado el Padre. Curaba a los enfermos de cuerpo y de alma porque sólo quien necesita curación puede obtenerla del Hijo de Dios. Los otros, los que están curados no necesitan médico.

Muchos buscaban a Jesús para que los curara del cuerpo. Las enfermedades que aquellos que se acercaban al Cristo eran unas que lo era no sólo físicas sino que, además, apartaban a las personas que las padecían de la vida social. Eran tenidos como personas pecadores que tenían enfermedades porque había cometido pecados ellas o sus padres.

Jesús sabe que aquella extraña forma de pensar no es la correcta. Cura porque reconoce que es la mejor forma de que aquellos pobres enfermos se incorporen a la vida social y sean considerados no del grupo de los apestados sino del de los hijos de Dios. Jesús expulsaba demonios y, con ellos, el mal de la ignorancia.


JESÚS,  curaste a muchos que te seguían porque confiaban en Ti. La expulsión de los demonios era un bien doble porque no sólo el poseído quedaba liberado de tan pesada carga sino que, de forma automática era considerado una persona apta para la vida social. Doble vida dabas y, además, la eterna.



Eleuterio Fernández Guzmán