8 de octubre de 2011

Sobre el Santo Rosario






El rezo del Santo Rosario surgió en los monasterios, alrededor del año 800 a modo de Salterio de los laicos.
Desde aquel entonces han sido millones de creyentes los que han dedicado un gozoso tiempo a recordar la vida de Jesucristo y de su madre María porque el Santo Rosario es una oración sumamente importante para quien cree en Dios.
A este respecto, Benedicto XVI, el 19 de octubre de 2008 dejó dicho que “para que nadie dude sobre lo aquí dicho, nada mejor que sea el Santo Padre quien diga lo que, al respecto, entiende sobre el Santo Rosario que “En realidad, esta cadenciosa repetición del ‘Ave María’ no turba el silencio interior, sino que lo busca y alimenta. De la misma forma que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las mismas palabras y junto a ellas habla al corazón. Así, recitando las Ave María es necesario poner atención para que nuestras voces no “cubran” la de Dios, que siempre habla a través del silencio, como “el susurro de una brisa ligera” (1 Re 19, 12). ¡Qué importante es entonces cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en la recitación personal como en la comunitaria! También cuando es rezado, como hoy, por grandes asambleas y como hacéis cada día en este Santuario, es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior”.
A esto añadió, en otra ocasión, que  ”el santo rosario no es una práctica piadosa del pasado, como oración de otros tiempos en los que se podría pensar con nostalgia. Al contrario, el rosario está experimentado una nueva primavera”; que  ”El rosario es uno de los signos más elocuentes del amor que las generaciones jóvenes sienten por Jesús y por su Madre, María”; que “En el mundo actual tan dispersivo, esta oración -el rosario- ayuda a poner a Cristo en el centro como hacía la Virgen, que meditaba en su corazón todo lo que se decía de su Hijo, y también lo que El hacía y decía”.
También entiende el Santo Padre que “cuando se reza el rosario, se reviven los momentos más importantes y significativos de la historia de la salvación; se recorren las diversas etapas de la misión de Cristo”; que “Con María, el corazón se orienta hacia el misterio de Jesús. Se pone a Cristo en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras ciudades, mediante la contemplación y la meditación de sus santos misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria”; que “Que María nos ayude a acoger en nosotros la gracia que procede de los misterios del rosario para que, a través de nosotros, pueda difundirse en la sociedad, a partir de las relaciones diarias, y purificarla de las numerosas fuerzas negativas, abriéndola a la novedad de Dios”.
Pero, para que no haya dudas al respecto de lo que se puede alcanzar con el rezo del Santo Rosario dice que  ”cuando se reza el rosario de modo auténtico, no mecánico o superficial sino profundo, trae paz y reconciliación. Encierra en sí la fuerza sanadora del Nombre Santísimo de Jesús, invocado con fe y con amor en el centro de cada Avemaría” y que “El rosario, cuando no es mecánica repetición de formas tradicionales, es una meditación bíblica que nos hace recorrer los acontecimientos de la vida de la Señor en compañía de la Santísima Virgen María, conservándolos, como Ella, en nuestro corazón”.
Hay, sin embargo, un  documento en el que se expresa la importancia del Santo Rosario y de donde podemos entresacar las gracias que contiene tal oración católica y a donde podemos dirigirnos en busca de la misma: la Carta Apóstolica Rosarium Virginis Mariae que el beato Juan Pablo II dio a la luz pública el 16 de octubre de 2002.  Allí se dice, por ejemplo, que  “el Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave María, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira” (RVM 26).
Pero también dice que “si la repetición del Ave María se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero ‘programa’ de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: ‘Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia’ (Flp 1, 21). Y también: ‘No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí’ (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad”.
Añadió, además, como sabemos, a los Misterios ya conocidos, los luminosos centrados muy especialmente en la evangelización que Cristo vino a traer al mundo.
Por eso, cada cuenta del Santo Rosario, nos trae a la memoria el devenir de una Madre y todo lo que con su hijo tuvo que ver que es, no por casualidad sino por voluntad divina, es como la vida de cada uno de los creyentes que ponemos en tal oración nuestra propia vida, nuestra esencia como hijos de Dios y, sobre todo, la creencia firme y fiel en lo que es la Verdad.


Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Análisis Digital

Cumplir la voluntad de Dios





Sábado XXVII del tiempo ordinario





Lc 11,27-28





“En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, sucedió que una mujer de entre la gente alzó la voz, y dijo: ‘¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!’. Pero Él dijo: ‘Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan’.





COMENTARIO



En otra ocasión Jesús se enfrenta a una situación similar a la que hoy plantea el Evangelio y su respuesta fue la misma porque era posible que confundieran la misión que había venido a llevar a cabo y no podía permitir que eso pasara.



Es lógico que se alabe a la madre de alguien que es buena persona o, en general, que haga bien las cosas. Sin embargo, como suele suceder siempre, Jesús va por delante de los demás y da un paso más. Su preocupación no es, tanto, lo que se dice sino lo que se hace.



Lo que más imparta a Jesús sólo puede ser una cosa: cumplir la voluntad de Dios expresada en su Palabra. No otra cosa es importante e, incluso, la pone por encima de la propia familia que, en determinadas ocasiones, preferirá hacer otra cosa que no lo que Dios quiera. Y guardar la Palabra de Dios es, exactamente, llevarla a cabo.





JESÚS, muchos de los que te escuchaban y veían tenían pensamientos de seres humanos y, por eso mismo, bien pidiéndote signos bien diciendo que lo que más importa es la propia comodidad. Sin embargo, Tú sabes que importa la Palabra de Dios y, por eso mismo, recomiendas tantas veces que se cumpla aunque nosotros, en demasiadas ocasiones, hacemos oídos sordos a la misma.







Eleuterio Fernández Guzmán





7 de octubre de 2011

Estar con Cristo




Viernes XXVII del tiempo ordinario







Lc 11,15-26







“En aquel tiempo, después de que Jesús hubo expulsado un demonio, algunos dijeron: ‘Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios’. Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo.







Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: ‘Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?, porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.







‘Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; y, al no encontrarlo, dice: ‘Me volveré a mi casa, de donde salí’. Y al llegar la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio’.







COMENTARIO







Muchos de los que escuchaban a Jesús querían verlo mal porque les ponía ante los ojos el mal que hacían al respecto de la Ley de Dios. Decir, entonces, que Jesús expulsaba a los demonios porque era uno de ellos era una forma de manifestar, en el fondo, el odio que sentían hacia Él.



El grado de intolerancia de aquellos que decían tales barbaridades del Hijo de Dios era grande y, por eso mismo, Jesús les dice que si Él expulsa los demonios a través de Dios es que, en realidad y en efecto, había traído el Reino De Dios al mundo.



Les dice, también, Jesús, que deben andar precavidos porque, en cualquier momento puede volver el demonio a apoderarse de una persona y deben, entonces, estar alerta. Por eso hay que estar “fuertes y bien armados” en cuanto a la oración y al amor a Dios y al prójimo.






JESÚS, muchos de los que te perseguían querían culparte de cualquier cosa. Tú, sin embargo, les pones ejemplos que demuestran la falsedad de las acusaciones. Nosotros, sin embargo, en determinadas ocasiones, no hacemos caso a sus indicaciones y nos dejamos vencer por el mundo.











Eleuterio Fernández Guzmán



6 de octubre de 2011

Bondad de Dios




Jueves XXVII del tiempo ordinario





Lc 11,5-13







“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle’, y aquél, desde dentro, le responde: ‘No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos’, os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite.



‘Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!’.


COMENTARIO



Si Jesús había enseñado a los discípulos que se lo pidieron la oración con la que tenían que dirigirse al Padre, llamándolo Nuestro, no es poco cierto que tenía que avanzar un poco en la enseñanza para que comprendieran que Dios era bueno y era misericordioso.



Recomienda pedir, dirigirse a Dios, con insistencia, como hace el amigo de lo que les cuenta a los que le oyen. No vale, por tanto, con pedir y esperar a obtener lo pedido porque bien puede tratarse de una petición fruto de no haber considerado si es que, acaso, nos conviene o no nos conviene lo que pedimos.



Dios, además, sólo puede darnos lo que, en verdad, nos conviene por mucho que eso no vaya, precisamente, acorde con nuestros egoístas intereses. Nada que le pidamos a Dios que sepa que nos ha de hacer bien, podrá negarlo si, además, pedimos teniendo en cuenta a su hijo Jesucristo, a quien engendró para salvación del mundo.





JESÚS, sabes que siempre podemos dirigirnos a tu Padre para pedir o dar gracias. También sabes que es necesario saber, de verdad, qué es lo que pedimos porque en algunas ocasiones no estamos muy seguros de si nos conviene o no nos conviene. Pero sabes que podemos pedir y que vale la pena hacerlo. Nosotros, sin embargo, en muchas ocasiones, pedimos lo que no deberíamos pedir.






Eleuterio Fernández Guzmán



5 de octubre de 2011

Padre Nuestro




Miércoles XXVII del tiempo ordinario




Lc 11,1-4





“Sucedió que, estando Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ‘Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos’. Él les dijo: ‘Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación’.




COMENTARIO





Era lógico que aquellos primeros discípulos, viendo la intensidad con la que oraba Jesús, quisieran que les enseñase la forma en la que se dirigía a su Padre, Dios Creador. Le piden, por eso mismo, que les enseñe.



Jesús podía haber echado mano de las oraciones que todos aquellos judíos habían utilizado a lo largo de su vida de oración. Sin embargo, prefiere darles a conocer una nueva que, hasta entonces, ninguno de ellos había pronunciado y que encerraba toda la sabiduría de Dios mismo.



Se deberían dirigir a Dios, Padre de Cristo y Padre de ellos mismos, haciendo una serie de peticiones que deberían hacer con devoción, con amor y con verdad o, lo que es lo mismo, haciendo que su corazón dijese, a través de su boca, lo que, en realidad, pensaba y que no se tratase de frases hechas sin sentido, en el fondo, de verdad.





JESÚS, les enseñas a tus discípulos a rezar, a pedir, al Padre porque sabes que es la forma en la que quiere Dios Creador que nos dirijamos a Él. Pedir en tu nombre a Quien nos crea es la mejor manera de nos escuche. Sin embargo, tantas veces pedimos falseando lo que pensamos…




Eleuterio Fernández Guzmán







4 de octubre de 2011

Ser Marta o María

Martes XXVII del tiempo ordinario







Lc 10,38-42







“En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude’. Le respondió el Señor: ‘Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada’.







COMENTARIO



Cuando Jesús visitaba, en Betania, a los hermanos María, Marta y Lázaro, es de suponer que se sentara con ellos a predicar y a enseñarles lo que era su Reino y que el cumplimiento de la Ley de Dios era lo más importante. También es de suponer que muchos acudirían a escucharle y los dueños de la casa tendrían mucho trabajo para atender a las personas que allí acudían.



Marta y María son ejemplo de actitudes distintas. La primera se preocupa por las cosas de la casa, del mundo, y procura atender lo mejor que puede a los a su casa acuden. María, sin embargo, se queda escuchando a Jesús y, como bien dice el Hijo de Dios, tal es la mejor actitud a seguir.



En realidad, Jesús sabe que la tendencia de sus hermanos en la fe es querer seguir en el mundo y, también, seguirle a Él pero también sabe que lo más importante es lo que hace María, sin descuidar lo que hace Marta. Escuchar a Cristo y hacer o, mejor, para hacer de la vida una que lo sea admiración del Padre.





JESÚS, Marta y María eran amigas tuyas y hermanas de Lázaro a quien, luego, devolverías a la vida. Ambas te querían pero María prefería estar junto a ti y olvidarse de otras cosas superfluas. “Sólo Dios”, como dijo el hermano Rafael y, entonces, sólo Tú.








Eleuterio Fernández Guzmán









Una forma de ser cristianos, hijos del Padre


Podemos decir que hay dos formas de ser cristianos y que coinciden, por un lado, con la falta de creencia en la Iglesia institución-sólo hombre (Jesús) y, por otro, con la consideración de la Iglesia institución (heredera)-Cristo, Jesucristo, hijo de Dios y Dios mismo hecho hombre.

Así, hay una forma de ser cristianos pegada al mundo, que ignora que los discípulos no somos de éste aunque aquí estemos, y esa forma de ser cristiana entiende la fe como un puro uso y disfrute, acogiendo los misterios divinos como trasuntos seculares, como dejándose atrapar por lo que no se conoce de Dios para rechazar, en el fondo, esa misma divinidad porque eso se hace cuando no se corresponde con al Amor de Dios con un mismo amor de hijos.

Por eso, esa forma de ser cristianos no acaba de asumir la voluntad de Dios porque, al fin y al cabo, sería reconocer que su mundanidad no hace surco donde sembrar la semilla de la Palabra porque se han apoderado de sus sílabas apoyándose sobre el necesitado sobre el que escancian un rumor de dios (de su dios-hombre) con el que llenan sus oídos con el fuego de artificio de su retórica.

Además, esta forma de ser cristianos, cuando atiende al respeto humano para conducir sus relaciones sociales, deja de percibir el mundo como verdaderamente tendría que percibirlo. El mundo, nuestro vivir en él, ha de conducirse atendiendo a lo que verdaderamente importa, independientemente de lo que quienes perciben nuestro actuar entiendan con arreglo a su concepto de la sociedad; concepto que, por otra parte, casi siempre es impuesto. El que sea sí lo que es sí y no lo que es no, expresión de Jesucristo en comprensión exacta de la voluntad de Dios, es la mejor manera de conducirse, no cambiando como llevados por una veleta, por la subjetividad más dañina que considera a la comunidad de personas como un campo donde sembrar nuestra propia y única cosecha y cosecha de la que obtenemos un fruto agrio, amargo, pues al excluir al otro, al prójimo, en un comportar egoísta, la dulzura de la entrega a ese otro la perdemos, la dejamos de tener.

Y es que esa forma de ser cristianos, tan sublime en sus pretensiones como alejada de la Verdad misma, cuando se somete, voluntariamente, a las facilidades y posibilidades de lo pragmático (refugiándose en sentirse pueblo de Dios o Iglesia pero en un sentido, digamos, exclusivista), lo primero que deja de tener es un ser que deja de ser para estar. Así, el tener pasa a ser más importante que el mismo hecho de ser, atribuyendo, la posibilidad, por ejemplo, de manipular a la persona, desde su concepción, atendiendo al sentido utilitario que, al fin y al cabo, tiene esta concepción perversa del mundo y de nuestra vida. Recordemos, si es necesario y para que quede bien claro, que el fin no justifica los medios, nunca, a pesar del utilitarismo rampante que, hoy día, se adueña de muchos comportamientos y conciencias, las cuales empeoran su comportar si apoyan su hacer en una equivocada concepción cristiana de la vida. Es esta forma de ser cristianos, donde sólo recubre, el espíritu, una tenue capa de la luz de Cristo y, entonces, del Padre.

Sin embargo, hay otra forma de ser cristianos que es la que estima que podemos acudir a multitud de fuentes legítimas que nos proporcionarán una unión con nuestro Padre Eterno. Tenemos, en la Tradición y en el Magisterio de la Santa Madre Iglesia, perfectamente establecido en la Constitución Dogmática Dei Verbum (sobre la divina revelación), cuando dice, en su número 10 que “el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia” una posibilidad real de que nuestra relación con Dios sea real porque ”La Sagrada Tradición…y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia” (DV, 10). Eso que, a veces, se llama jerarquía para defraudar, con eso, las legítimas expectativas de los creyentes.

Así, esa segunda forma de ser cristianos aprecia que no nos encontramos perdidos si vemos ese “hilo invisible” que, como cordón umbilical de fidelidad, nos ha de mantener, fijado el corazón en eso, en contacto directo, íntimo, profundo, con Dios. Esa verticalidad es un sustento totalmente imprescindible para que nuestro edificio de vida, para que nuestro gozar del mundo sin abandonar a Quien lo ideó, pensó, elaboró y perfeccionó, no nos impida nuestra relación horizontal con nuestros semejantes sin la cual aquella no tendría sentido porque determinaría nuestro abandono de lo que de comunitario que tiene la Palabra de Dios, que de su letra se infiere y traduce, para nuestras vidas, con un hacer inmediato y claro. Esa verticalidad, sin la cual abandonamos, voluntariamente (y para esto Dios también nos creó y proporcionó esa posibilidad) esa filiación divina que nos constituye en cuerpo y alma, no puede fomentarse en nuestras relaciones políticamente entendidas con corrección, como afectadas por aquel respeto humano, ya mencionado, tan alejado de esa unidad de vida (Dios-Fe-hombre-realidad) sin la cual todo nuestro discurso de prédica se queda vacío, permanece falso, se hace hueco.

Por todo esto, si somos personas que gozan con su Fe; personas que se sienten agraciadas con el amor de Dios; personas que nos valemos de los medios que Él nos da para no abandonarlo; personas que pertenecemos a la segunda forma de ser cristiana; personas que, en fin, no negamos ser su imagen, su semejanza, no podemos, por tanto, hacer como si nuestra naturaleza no fuera geocéntrica o como si una vez nacidos nos hubiéramos desvinculado, para siempre, del seno que nos contuvo y teniendo en cuenta que, además, y como muy bien pusiera Jeremías (en 1,5) en boca de Dios “antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía” . Y esta unión no podemos olvidarla, pero en el verdadero sentido y no como, a veces, nos conviene tenerla.


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

3 de octubre de 2011

Samaritanos



Lunes XXVII del tiempo ordinario






Lc 10, 25-37






“En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y dijo para poner a prueba a Jesús: ‘Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?’. Él le dijo: ‘¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?’. Respondió: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo’. Díjole entonces: ‘Bien has respondido. Haz eso y vivirás’.






Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: ‘Y ¿quién es mi prójimo?’. Jesús respondió: ‘Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva. ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?’. Él dijo: ‘El que practicó la misericordia con él’. Díjole Jesús: ‘Vete y haz tú lo mismo’”.






COMENTARIO






La Ley de Dios está para ser cumplida por aquellos que se dicen sus hijos y comprenden que el Padre ha de ser, para ellos, su primera obligación como creaturas suyas. Así se demuestra entender la norma que nos puso en el corazón para que lo tuviéramos de carne y no de piedra.






Jesús, al referirse al samaritano quiso hacer lo propio con cada uno de sus oyentes y, ahora mismo, con cada uno de nosotros. Debemos ser como aquella persona que auxilió no sólo a quien no conocía sino, además, a quien era, según el pueblo judío, persona poco apropiada para tratar con ella.






Es prójimo todo aquel que no somos nosotros mismos. Por eso cualquier persona que necesite auxilio es un prójimo y, entonces, todo el que se dice hijo de Dios ha de proceder como el Padre quiere que proceda: con amor y con entrega.














JESÚS, la parábola del samaritano y aquella persona que se sintió perjudicada por otros ha de servirnos de ejemplo a los que nos decimos hermanos tuyos. Quien nos necesita ha de tener nuestra ayuda y quien, sea quien sea, busca consuelo, ha de tenerlo. No nos vale huir de tan gran responsabilidad.








 

Eleuterio Fernández Guzmán








2 de octubre de 2011

Hacer rendir los talentos


Domingo XXVII (A) del tiempo ordinario


Mt 21,33-43


“En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: ‘Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’.

‘Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?’. Dícenle: ‘A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo’. Y Jesús les dice: ‘¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos’.


COMENTARIO

Dios nos entrega unos talentos para que nos defendamos a lo largo de nuestra vida. Es cierto que, a veces, no somos capaces de descubrir los que son pero, en otras muchas ocasiones sí reconocemos los que son.

A muchos profetas mataron miembros del pueblo elegido por Dios. Hicieron tal cosa porque no les gustaba aquello que les decía y querían terminar con aquel tormento de avisos sobre lo porvenir y sobre lo que no tenían que hacer.

A veces rechazamos a Cristo sin darnos cuenta que es el Hijo de Dios y lo que eso significa para nosotros. Hermanos suyos somos y, por eso mismo, no podemos ir contra la voluntad de Dios. No damos frutos porque no nos interesa darlos si en contra de perder nuestro tiempo o por otras razones egoístas.


JESÚS, Dios siempre espera de nosotros que rindamos los frutos  de lo que su Amor sembró en nuestro corazón. Nosotros, sin embargo, a veces llevados por el mundo o a veces por nuestros propios egoísmos, no hacemos lo que nos corresponde hacer y eso supone rechazar la piedra angular que Tú eres.



Eleuterio Fernández Guzmán