El ser humano, desde que fue creado por Dios y fue, digamos, puesto en aquel Paraíso en el que vivía con gozo y esperanza, ha avanzado mucho en el conocimiento de la realidad. Así, gracias a los dones entregados por Dios y por haberlos hecho rendir, ha habido muchos avances que nos han permitido alcanzar un nivel de vida, digamos, aceptable.
Sin embargo, todo no es luz sino que hay más de una sombra y más de una realidad que debería preocuparnos muchos porque, en realidad, se trata de lo sucede con muchos de los nuestros, con aquellos que desaparecen mucho antes de nacer y que dejan de formar parte de la especie humana que fue pensada y hecha realidad por el Creador cuando quiso hacerlo y que, por cierto, sigue siendo mantenida por el Todopoderoso.
Recientemente publicaba la agencia Zenit una noticia que era apabullantemente triste. Y lo es porque produce confusión en quien la lee por lo que supone, intimida por lo grave que es y, sobre todo, es manifestación de superioridad por quien no puede tenerla.
El caso es que se dice que “Se han destruido 94 embriones, 130 ovocitos y 5 muestras de líquido seminal (debido) a una elevación de la temperatura, con nivel cero de nitrógeno y el vaciamiento del tanque”.
Sin embargo, no vaya a pensarse que la preocupación iba por el camino de tener en cuenta a los seres humanos que habían muerto sino, en todo caso, en el supuesto derecho que los futuros padres tenían de hacer posible su ilusión de tener descendencia. Por eso se decía que “el accidente ha perjudicado a las parejas a las cuales estaban destinadas los embriones”.
Al parecer olvidan, muchas personas, algo que es muy grave y que se deja escondido en algún cajón del corazón: nadie tiene derecho a tener hijos sino los hijos a tener padres. Por eso no es lícito manipular genéticamente lo que se pueda manipular hasta hacer lo imposible para que unas personas puedan cumplir su deseo de tener hijos.
Por eso, en el momento en el que por algún tipo de fallo, se han perdido muchos embriones humanos se ha dado al traste con vidas que tenían el derecho de ver la luz del día. Sin embargo, eso no parece, en este caso y en muchos, importar lo más mínimo porque se tienen a tales personas, así lo dicen, como “no-personas” y, por lo tanto, se hace con ellas lo que bien se quiera hacer entre lo que entra, por supuesto, terminar con vida de forma consciente o involuntaria.
Debemos, nosotros, al menos nosotros, rogar a Dios por el alma de tales seres humanos que no verán a sus padres ni, en general, a nadie porque no llegaran a nacer. En este caso se ha podido deber a algún tipo de error científico pero, en todos los casos, se trata de la aplicación de una concepción equivocada acerca de la vida del ser humano.
Lo que aquí podemos ver es que hay personas que creen ostentar una superioridad, que sólo corresponde a Dios, para decidir qué seres humanos deben vivir y qué seres humanos no deben vivir. Y tratándolo todo como una especie de vaciamiento de la mínima moral que corresponde tener a un ser humano para con los seres que son como ellas mismas.
Manipular, pues, las cosas hasta tal punto del que ya no hay retorno posible, no está ni medio bien para un ser humano pero menos bien está aún para un cristiano que pueda justificar tal actitud con el siempre socorrido bien que se pretenda conseguir. Olvidan, en este caso aquello de que el “fin no justifica los medios”.
De todas formas, debemos rogar tanto por aquellos que han dejado de existir o que dejarán de hacerlo de seguir, que seguirán, llevando a cabo determinadas prácticas científicas como por aquellos seres humanos que, llevados por un ego excesivo, creen que pueden ser dioses y crear vida a su antojo.
No deberían olvidar, sin embargo, que el tribunal de Dios también les esperará a ellos.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Soto de la Marina