9 de julio de 2022

Matar el alma

 

Mt 10,24-33

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: ‘No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!

‘No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos’”.

 

COMENTARIO

 

Jesús sabe que, a lo mejor, hay quien quiere ser más que él mismo. Sin embargo, conocer la capacidad humana de mantener una fe que se dice firme es suficiente como para saber que es más que suficiente con que procuremos ser igual que Él; más, imposible.

 

El caso es que Jesús nos avisa acerca de lo que debe importarnos: aquellos que pretenden hacer daño a nuestro cuerpo, nada tienen de importantes. Y tal así porque el cuerpo, con la muerte, desaparecerá. Lo que debemos tener en cuenta es a los pretenden que nuestra alma perezca para siempre. No, pues, atengamos a la tentación ni a los tentadores.

 

Algo, sin embargo, es muy importante. Y es que si tenemos fe no podemos hacer de ella algo anecdótico. Es decir, que si se da la ocasión de mostrar que somos discípulos de Cristo no podemos esconder la realidad espiritual de la que decimos tomar parte.

 

JESÚS, ayúdanos a no esconderte por conveniencias humanas.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 

8 de julio de 2022

Confianza en el Espíritu Santo

Mt 10,16-23

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. 

Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre’”.

 

COMENTARIO

 

Cuando Jesús envía a sus discípulos sabe que no van a un mundo ideal donde toda persona quiera escuchar lo que ellos tenían que decir al respecto del Reino de Dios y del Mesías. Sabe que, en efecto, los envía a lugares donde van a ser poco queridos.

 

El caso es que, como ha dicho otras veces, por su causa habrá separación. Sin embargo, no se trata de una separación negativa sino de una que clasifica al ser humano entre aquellos que quieren la vida eterna y aquellos que la rechazan. Y tal separación sólo puede ser buena para los que escogen vivir eternamente en el Cielo.

 

Tendrán, además, una ayuda extra. El Espíritu Santo los ayudará en aquellos momentos en los que sean acusados ante los tribunales. Y ellos, seguramente sin saber cómo, hablarán como sólo Dios puede hablar.

 

 

JESÚS, ayúdanos a confiar en el Espíritu Santo.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

7 de julio de 2022

El Reino de Dios está cerca

Mt 10,7-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: ‘Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad’”.

COMENTARIO

 

La misión que Cristo había venido a llevar a cabo debía ser continuada por aquellos que había escogido y ellos habían aceptado la misma. Por eso los envía para proclamar que el Reino de Dios estaba cerca. Es más, estaba tan cerca como quisieran aceptar a Cristo como el Mesías.

 

Jesús sabe que lo que Dios da al hombre lo da de forma que, si es aceptado, debe rendir. Son los talentos que da a cambio de que sean usados. Por eso Cristo habla de que hay que dar gratis lo que se ha recibido gratis.

 

El caso es que lo que se hace tiene consecuencias en la vida eterna. Es decir, que todo aquello que hacemos ahora mismo y mañana y hasta cuando aquí estemos, tiene que ver con lo que nos pasará una vez hayamos muertos. Por eso es más que bueno aceptar a Jesús como el Hijo de Dios.

 

JESÚS, ayúdanos a dar gratis lo que hemos recibido gratis.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 

6 de julio de 2022

Dios quiera que no seamos ovejas perdidas

Mt 10,1-7

En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Franco, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: ‘No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca’".


COMENTARIO

  

Cuando Jesús escoge a los que iban a ser sus apóstoles no lo hace sin establecer, para ellos, un estatuto especial con respecto a los demás que iban a ser discípulos suyos. A ellos les da un poder que, viniendo de parte de Dios, era el que necesitaban para cumplir con la misión que se les iba a encomendar.

 

Los nombres de aquellos hombres nos han llegado desde entonces para certificar una elección. Es Dios-Cristo quien escoge a los que quiere y deja, a los mismos, la posibilidad de seguir al Hijo de Dios.

 

¿Qué quería Cristo de ellos? Primero, que fueran por el mundo transmitiendo la Buena Noticia; segundo, que lo hicieran con las ovejas perdidas del pueblo de Israel o, lo que es lo mismo, con aquellos que habían dejado de pertenecer al pueblo elegido por Dios.

 

 

JESÚS, ayúdanos a ser ovejas que has encontrado.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 

5 de julio de 2022

Trabajadores para la mies es lo que queremos

Mt 9, 32-38

 

“Salían ellos todavía, cuando le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: ‘Jamás se vio cosa igual en Israel.’ Pero los fariseos decían: ‘Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios.’  Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando todo enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: ‘La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.“

 

COMENTARIO

 

¿Habrá una blasfemia más grande que decir que Jesús expulsa a los demonios por el Príncipe de los demonios? Y es que esto, en realidad, suponía que era discípulo de Satanás. Eso, al menos, era lo que sostenían aquellos que lo perseguían a muerte.

 

Jesús, de todas formas, no se arredraba nada cuando eso se le decía o, al menos, escuchaba que otros habían dicho de Él. Al contrario: iba por los caminos y los pueblos predicando acerca del Reino de Dios y sanando a los que necesitaban ser sanados.

 

De todas formas, Jesús sabía que él sólo no iba a poder abarcar todo el espacio físico que necesitaba ser abarcado. Por eso pide a sus apóstoles que rueguen a Dios para que suscite, entre los miembros del pueblo elegido ahora (el cristiano) a los que puedan pastorearlo.

 

 

JESÚS, pide al Padre, intercediendo por una necesidad tan grande a tal respecto, que envíe a trabajadores a su mies.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 

4 de julio de 2022

La fe salva

Mt 9,18-26

En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: ‘Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá’. Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: ‘Con sólo tocar su manto, me salvaré’. Jesús se volvió, y al verla le dijo: ‘¡Ánimo!, hija, tu fe te ha salvado’. Y se salvó la mujer desde aquel momento. 

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: ‘¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida’. Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.”

 

COMENTARIO

 

Todos conocemos el amor que Cristo sentía por sus semejantes, sus hermanos los hombres. Si, además, concurría petición basada en la fe o confianza en su persona… el resultado ya podemos imaginar cuál era.

 

Aquella mujer confiaba mucho en el amor de Cristo. Pensaba que tan sólo con tocar un poco de su manto iba a quedar curada. Y Cristo, que sabe que eso es posible no puede hacer otra cosa que curarla.

 

La fe de aquella mujer la salvó. Lo mismo pasa con la hija de aquel hombre, Jairo, que pretende que Jesús le eche una mano bien grande. Y eso es lo que pasa porque el Hijo de Dios nunca abandona a quien lo necesita de verdad.

 

JESÚS, ayúdanos a no perder nunca la fe.

 

Eleuterio Fernández Guzmán