Lc 24, 13-25
“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo
llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre
sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y
discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban
retenidos para que no le conocieran. El les dijo: ‘¿De qué discutís entre
vosotros mientras vais andando?’ Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de
ellos llamado Cleofás le respondió: ‘¿Eres tú el único residente en Jerusalén
que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?’ El les dijo: ‘¿Qué
cosas?’ Ellos le dijeron: ‘Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso
en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos
sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros
esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas
cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas
mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al
sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto
una aparición de ángeles, que decían que él
vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron
tal como las mujeres habían dicho, pero a él no
le vieron.’ El les dijo: ‘¡Oh
insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No
era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?’ Y,
empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que
había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él
hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: ‘Quédate con
nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.’ Y entró a quedarse con
ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron
los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a
otro: ‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos
hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras?’ Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron
reunidos a los Once y a los que estaban con
ellos, que decían: ‘¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha
aparecido a Simón!’ Ellos, por su parte,
contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la
fracción del pan.”
COMENTARIO
Seguramente, aquellos dos
discípulos de Emaús habían querido mucho al Maestro. Les había enseñado mucho y
hasta les había dado de comer en alguna que otra situación dificultosa.
Ellos, sin embargo, se
desaniman enseguida. Vuelven a Emaús tristes porque su Maestro, según ellos, no
había podido terminar su misión. Y ellos vuelven a sus habituales quehaceres
sin darse cuenta de que el mismo Jesús les está hablando. Tienen los ojos velados
y no pueden conocerlo.
Pero el Hijo de Dios ha de
manifestarse. Lo hace a través de la
fracción del pan. Entonces a ellos se les abren los ojos y se dan cuenta de que
aquel hombre era el mismísimo Jesús. Y vuelven a Jerusalén a comunicar la buena
nueva.
JESÚS,
ayúdanos a no ser tan
tibios como aquellos dos de Emaús.
Eleuterio Fernández Guzmán