7 de noviembre de 2019

Ser astutos como serpientes


Lc 16, 1-8

"Decía también a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda. Le llamó y le dijo: `¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no seguirás en el cargo.' Se dijo entre sí el administrador: `¿Qué haré ahora que mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea destituido del cargo me reciban en sus casas. 'Y llamando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: `¿Cuánto debes a mi señor?' Respondió: `Cien medidas de aceite.' Él le dijo: `Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta.' Después dijo a otro: `Tú, ¿cuánto debes?' Contestó: `Cien cargas de trigo.' Dícele: `Toma tu recibo y escribe ochenta. 'El señor alabó al administrador injusto porque había obrado con sagacidad, pues los hijos de este mundo son más sagaces con los de su clase que los hijos de la luz.'" 


COMENTARIO

En efecto. En una ocasión, el Hijo de Dios dijo a los que le estaban escuchando, a modo de consejo, que sus discípulos debíamos ser humildes como palomas. Pero también dijo otra cosa que hoy, en este Evangelio de San Lucas, es más que importante: debemos ser astutos como serpientes.
Es posible que alguien coja el rábano por las hojas y vea sólo eso de “serpientes” y se comporte como hace tal animal. Sin embargo, es cierto y verdad que Jesucristo no quería que hiciésemos eso sino que, en cuanto a tal ser vivo que repta por haber hecho lo que hizo en el Paraíso, debemos ser astutos pues se supone que la serpiente lo es.
Lo de astutos ha de querer decir, nos quiere decir Jesucristo, que no vayamos por el mundo de forma imprudente sino que guardemos lo que debamos guardar cuando sea conveniente guardar.

JESÚS, gracias por advertirnos de cómo debemos actuar y ser en el mundo.

Eleuterio Fernández Guzmán

Ansiar que Cristo nos recoja cuando nos perdamos

Lc 15- 1-10

"Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: 'Éste acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra? Cuando la encuentra, se la pone muy contento sobre los hombros y, llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido.' Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.
'O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas y les dice: `Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.' Pues os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.'"


COMENTARIO

Aquellos que criticaban al Hijo de Dios porque, al parecer, estaba demasiado cerca de los considerados pecadores, a lo mejor no habían acabado de entender la misión para la que había sido enviado el hijo de María y, adoptivo, de José. Y es que era difícil que, sin querer aceptar, eso, que había sido enviado, lo demás pudiera tener cabida en su corazón.
El caso es que sí, que Jesucristo se reunía con pecadores e, incluso, comía y bebía con ellos. Y no lo hacía, digamos, por llevar la contraria a lo establecido en la sociedad y en el qué y cómo del pueblo judío. No. Lo hacía por algo más importante que tales convenciones sociales.
El Hijo de Dios había venido al mundo a salvar lo que se había perdido y, claro, a llevar al redil de Dios a las ovejas que se hubieran perdido que, como podemos ver, eran más que muchas. Y, entonces, cuando eso sucedía y había conversión del corazón en tales creyentes, el Cielo se alegraba mucho aunque, eso creemos nosotros, tampoco eso comprendían los detractores de Cristo.

JESÚS, gracias por salvar lo que necesitaba salvación.

Eleuterio Fernández Guzmán

6 de noviembre de 2019

Duras palabras para la vida eterna


Miércoles, 6 de noviembre de 2019
Lc 14, 25-33
Caminaba con él mucha gente y, volviéndose, les dijo: «Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. «Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: `Éste comenzó a edificar y no pudo terminar.' O ¿qué rey, antes de salir contra otro rey, no se sienta a deliberar si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. 


COMENTARIO

Es bien cierto que el Hijo de Dios había venido al mundo, fue enviado al mismo por el Todopoderoso, porque debía salvar lo que estaba perdido. Por eso en algunas ocasiones (que sepamos, al menos, en tales) dice eso de que no ha venido a salvar lo que ya está salvado. Por tanto, conviene escuchar muy bien lo que nos dice porque, en el fondo, se trata de esto de nuestra propia salvación eterna.
Jesucristo sabe que para seguirlo a Él hay que dejarlo todo. Sin embargo, es posible haya confusión con esto porque hoy día también se puede seguir al Hijo de Dios y ya entendemos que eso no ha de querer decir lo que pudiera parecer a primera vista.
Jesucristo quiere que dejemos todo lo que nos sobra, todo lo que nos ata al mundo y que, entonces, le sigamos. Y sí, que vayamos con Él cargados con nuestra cruz porque quiere compartirla con nosotros. Y entonces vemos que estas palabras no son desatino sino exacta y cierta Verdad.

JESÚS, gracias por decirnos la verdad de las cosas del alma, lo que nos conviene, lo que debemos hacer y querer hacer.

Eleuterio Fernández Guzmán

5 de noviembre de 2019

Acudir al ser llamados


Lc 14, 15-24

"Al oír esto, uno de los comensales le dijo: ' ¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!' Él le respondió: ' Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: `Venid, que ya está todo preparado.' Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: `He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.' Y otro dijo: `He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.'Otro dijo: `Me acabo de casar, y por eso no puedo ir.'
'Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, el dueño de la casa, airado, dijo a su siervo: `Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos.' Dijo el siervo: `Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio.' Dijo el señor al siervo: `Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa.' Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena.'"


COMENTARIO

Habría, hay, que tener muy en cuenta las palabras que el Hijo de Dios dice en este Evangelio de San Lucas. Y es que son una clara advertencia al hecho de ser llamados y no hacer el mínimo caso a tal llamada.
Los llamados, nosotros mismos, solemos poner muchas excusas para no acudir cuando Dios nos requiere. Y eso, como en la parábola de los que acuden a trabajar a diversas horas del día y luego reciben la misma paga, suele pasar a menudo.
Jesucristo nos lo dice bien claro para que nadie se lleve a engaño: todo aquel que sea llamado y no escuche (porque no quiere, se entiende) la llamada de Dios será gravemente zaherido porque se nos dice que quien eso haga no probará la cena del Todopoderoso. Y eso, se diga lo que se diga, no es lo más recomendable.


JESÚS, gracias por avisarnos sobre cuál ha de ser nuestra respuesta al requerimiento de Dios.

Eleuterio Fernández Guzmán

4 de noviembre de 2019

Lo que nos conviene de verdad


  
Lc 14, 12-14

“12 Dijo también al que le había invitado: ‘Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. 13 Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; 14 y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.’”


COMENTARIO

En muchas ocasiones se ve obligado el Hijo de Dios a decir que el amor por el prójimo es más que importante. Y es que el egoísmo, en tal sentido, ni es ni puede ser del agrado de nuestro Creador, Dios Todopoderoso.

Amar al prójimo quiere decir, siempre, tener en cuenta lo que es necesidad de aquel que está cerca de nosotros. Y no es que Cristo no quiera que tengamos en cuenta a los que están más cerca de nosotros (nuestra familia y amigos) sino que quiere que no olvidemos a los demás.

Hay algo de mucha importancia que el Hijo de Dios nos dice aquí. Y es que quien hace lo que el prójimo necesita quedará sin recompensa. Pero es que se trata de una recompensa que lleva a la eternidad.

JESÚS,  ayúdanos a ser buenos prójimos de nuestro prójimo.


Eleuterio Fernández Guzmán

3 de noviembre de 2019

Ansiar la salvación, como Zaqueo




Lc 19, 1-10

“Entró en Jericó y cruzaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: ‘Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.’ Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: ‘Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.’ Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: ‘Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré cuatro veces más.’ Jesús le dijo: ‘Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.’”


COMENTARIO

Aquel hombre tenía, seguramente, una vida muy agradable: gozaba de una buena posición social por su fortuna económica y, por eso mimo, no podía quejarse de nada. Sin embargo, al parecer, no todo lo tenía.

Jesucristo es seguro que conocía a Zaqueo. Por eso sabía que debía pasar por su casa porque era posible que aquel jefe de publicanos también quisiera verlo. Y así era.

Cuando Zaqueo se presentó ante el Hijo de Dios de aquella forma, subido en aquel árbol, queriendo conocer, ansiado la presencia de Jesucristo, encontró, precisamente, lo que buscaba: la salvación, que había llegado a su casa.


JESÚS,  gracias por salvar a Zaqueo.

Eleuterio Fernández Guzmán