8 de septiembre de 2012

Nace María, Madre






El Nacimiento de la Virgen María

Mt 1,1-16.18-23

“Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David.

David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia.

Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Así que el total de las generaciones son: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce generaciones; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

La generación de Jesucristo fue de esta manera: su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados’. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: ‘He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel’, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’”.

COMENTARIO

En este texto del Evangelio de San Mateo se remonta a las generaciones que, desde Abrahám hasta el mismo Jesús, han transcurrido en la historia del pueblo elegido por Dios desde que el Padre de todos los creyentes salió de su tierra siguiendo las indicaciones del Creador.

Nada mejor que recordar, en el día en el que celebramos el nacimiento de la Madre de Dios, cómo José, su marido y padre adoptivo de Jesús, asintió a la voluntad del Creador cuando se le dijo lo que había pasado. Sus dudas se disiparon de inmediato.

Las Sagradas Escrituras, tiempo atrás, dejaron establecido aquello que tenía que pasar. Y, en efecto, cuando llegó la culminación de los tiempos Dios mismo se haría hombre para vivir entre sus propias criaturas. Y antes de eso nació María, Madre de la humanidad entera.


JESÚS,  tienes unos antecedes genealógicos muy importantes. No obstante eres hijo de David y, por eso mismo, destinado a ser Rey de todas las naciones. Por eso tuviste que tener una Madre tan pura como maría que nació, por gracia de Dios, libre del pecado original.





Eleuterio Fernández Guzmán


7 de septiembre de 2012

Odres y corazones

Viernes XXII del tiempo ordinario

Lc 5,33-39

“En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: ‘Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben’. Jesús les dijo: ‘¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días’.

Les dijo también una parábola: ‘Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’”.


COMENTARIO

Pasaba en tiempos de Jesús que la Ley de Dios había sido tergiversada y el pueblo elegido por el Creador había llegado a adherir a la misma muchos preceptos que la hacían extraña a lo que el Todopoderoso quiso en el principio.

Jesús viene a que se cumpla la Ley de Dios. Eso supone que ha de hacerles entender que las cosas no podían seguir por el camino por el que las habían llevado. Había que cambiar muchas cosas pero, sobre todo, el corazón de aquellos hijos de Dios.

El corazón ha de ser como un odre nuevo que recoge un vino nuevo que, fuerte y sustancioso, podría romper el que fuera viejo. Lo mismo debían hacer aquellos que quisiesen seguirlo: venir a ser mejores, nuevas personas llevadas por la nueva sabia de Dios que Cristo trajo para que no se olvidara.



JESÚS, los que te escuchaban esperaban de ti que instruyeses sus corazones. En muchos casos no comprendía la Ley de Dios y en otros la habían cambiado de tal forma que no era la que el Creador quería que fuese. Pues lo mismo nos pasa muchas veces a nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán


6 de septiembre de 2012

Pescadores y pecadores



Jueves XXII del tiempo ordinario

Lc 5, 1-11

“En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar’. Simón le respondió: ‘Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes’. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’. Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: ‘No temas. Desde ahora serás pescador de hombres’. Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron."


COMENTARIO

Tener confianza en Cristo y reconocer, en Él, al Hijo de Dios, es fundamental para que la fe que se dice tener sea cierta y franca. A veces, sin embargo, se nos presentan pruebas difíciles como aquella que se les presentó a los discípulos que pescaban o, mejor, que no pescaban nada.

Jesús, que todo lo sabe porque es Dios, sabía dónde tenían que echar las redes para pescar. Le hace caso Pedro porque confía en su Maestro. Y encuentra pesca más que suficiente porque se han dejado llevar por la mano y el corazón de Cristo.

Dice Jesús que los iba a convertir en pescadores de hombres. Y, en efecto, a través de la evangelización aquellos que habían, hasta entonces, pescado peces iban a traer al reino de Dios, a muchas personas que lo desconocían. Y ahí estaría su salvación.



JESÚS, a tus primeros discípulos, tus apóstoles, les era difícil entender mucho de lo que les decías. Entendían, sin embargo, con signos y con obras. Sin embargo, a nosotros, muchas veces ni con eso nos sirve para comprenderte.




Eleuterio Fernández Guzmán


5 de septiembre de 2012

¿Estamos enfermos de mundanidad?








Muchas veces nos las prometemos muy felices porque nos sentimos tranquilos reconociéndonos hijos de Dios. Tenemos una fe y, por eso mismo, llevándola a la práctica (aunque según y cómo), caminamos creyéndonos que estamos en la seguridad de habernos ganado la vida eterna.

Sin embargo, no deberíamos estar tan seguros porque existe una enfermedad ante la cual resulta, a veces, difícil reaccionar: la que afecta a nuestro corazón y que tiene origen en la excesiva humanidad con la que, a veces, confraternizamos más de la cuenta.

A pesar de lo que pueda pensar una sociedad hedonista, relativista y llena más de mundanidad que de espíritu, aquella está necesitada de una verdadera liberación que acabe, precisamente, con los elementos que distorsionan lo que podría ser un vivir de una forma más acorde con la Ley de Dios que es, no obstante, la manera más acertada de llevar una vida humana y, por eso, de respeto hacia el prójimo.

Por eso dijo Benedicto XVI, en el Mensaje del 19 de octubre de 2008, día del DOMUND, que “La humanidad misma sufre, dice san Pablo, y alimenta la esperanza de entrar en la libertad de los hijos de Dios (cfr. Rm 8, 9-22)” y tal sufrimiento, aunque a veces acallado por el soborno que los bienes materiales infieren en el espíritu, requieren la presencia de Aquel que dio forma al ser humano y al mundo.

¿Dónde podemos encontrar tal liberación?

Sobre esto, dice el Santo Padre, en su Encíclica Spe Salvi (27) que “quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12)”.
Por tanto, liberación y Dios van unidos, a la perfección, de la mano y sin el Padre aquella ni es entendible ni posible.

Pero la enfermedad que, en muchas ocasiones, nos aqueja, y que no es otra que considerar la humanidad, el ser humanos, el ser materia, como más importante que el ser espíritu, también tiene, digamos, arreglo o, mejor, solución.

Por otra parte, en el Discurso que Benedicto XVI dirigió al 56 Congreso Nacional de la Unión de Juristas Católicos italianos (el 9 de diciembre de 2006) dijo, refiriéndose al papel que lo religioso ha de jugar en la sociedad actual, que “Al contrario, la religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública”.

Porque, efectivamente, no cabe entender posible que se trate de apartar a los cristianos, aquí católicos, de una vida pública en la que estamos inmersos como unas personas más dentro del ámbito social.

Eso nos liberará del exceso de mundanidad que nos aqueja.

Ya recogió, al respecto, el Beato Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica Post-Sinodal Christifideles Laici (CL desde ahora) referida, precisamente, a la “vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo”, lo que, en realidad, es el origen de nuestra contribución a la vida común. Así en el punto 2 dice que “El llamamiento del Señor Jesús ‘Id también vosotros a mi viña’ no cesa de resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a este mundo”

Y nosotros, los que somos herederos de la Fe que fundamentó Jesucristo a lo largo de su vida pública, estamos en la obligación de hacer visibles nuestras creencias y de conformar, con ellas, una sociedad abierta al amor y a la misericordia de Dios.

Eso nos liberará del exceso de mundanidad que nos aqueja.

Sabemos, por otra parte, que la realidad no es como lo fuera en tiempos de Jesucristo. Sin embargo, las circunstancias, digamos, espirituales, no parecen haber cambiado nada de nada.

Así, sobre lo dicho arriba no es menos cierto que “Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.” (CL 3)

De aquí deriva, exactamente, la necesidad de establecer un compromiso claro entre el cristiano, aquí católico, y el mundo. Lejos de estar alejados de él (luego diremos lo que entiende el Santo Padre sobre esto) hemos de sentirnos concernidos por lo que sucede en el mundo que vivimos ya que, aunque peregrinemos hacia el definitivo Reino de Dios estamos en aquel y eso nos obliga, obligación grave, a no dejarnos vencer por la molicie o la mundanidad.

Eso nos liberará del exceso de mundanidad que nos aqueja.

¿Cómo hacer que nuestro papel de cristianos, de católicos, sea tenido en cuenta o, al menos, no lo hagamos de menos?

Hay una serie de expresiones que, indicadas por Jesucristo a lo largo de sus parábolas y su predicación, muestran, bien a las claras, qué es lo que podemos sentirnos y, sobre todo, hacia dónde podemos encaminar nuestros pasos. Tales expresiones han de sernos de ayuda para liberarnos de la mundanidad que tanto daño hace al Cuerpo de Cristo.

También lo recoge esto la Exhortación Apostólica citada arriba: “Las imágenes evangélicas de la sal, de la luz y de la levadura, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva” (CL 15)

Hay, por lo tanto, que ser sal para dar sabor evangélico a nuestras vidas y a las vidas del prójimo; ser luz para iluminar el camino de aquellas personas que se sientan perdidas en el mundo y no encuentran salida a sus, a lo mejor, apartadas vidas de Dios; ser levadura para que la Fe pueda crecer y ensanchar los corazones (ya de carne y no de piedra) tanto de los que creen como, sobre todo, de los que no creen pero pueden ser capaces de acoger la Palabra de Dios y obtener fruto del paso de sus sílabas por sus vidas.

Eso nos liberará del exceso de mundanidad que nos aqueja.

Y, sin embargo, a pesar de que es muy posible que sepamos, por una parte, qué hemos de hacer y, por otra parte, tengamos el sentido exacto de nuestra obligación, no vemos facilitada nuestra labor de cristianos porque las estructuras políticas del mundo, del siglo, no son, digamos, demasiado abiertas para con nosotros.

A esto se tuvo que referir Benedicto XVI cuando, en su viaje en 2008 (del 15 al 20 de abril) a Estados Unidos de América se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Tras hacer mención expresa del recordatorio que se hacia, en aquel año 2008, del aniversario (60) de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no pudo por menos que recordar, en aquella sede del supuesto entendimiento universal, que hay más de un derecho humano que, por lo general, se respeta poco y, lo que es peor, se tiene la tendencia a respetar menos.

Ante lo que, en general, puede considerarse como la proliferación del respeto a la “libertad de profesar o elegir una religión” no es entendible, “Es inconcebible, por tanto, que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos” porque, precisamente, vernos obligados a renegar de Dios nos pone en brazos de la mundanidad que nos aqueja.

Y esto en el sentido, equivocado, de querer que los aspectos religiosos de la vida de los individuos queden confinados en el ámbito privado o, como mucho, en la sacristía que, como sabemos, al ser un lugar cerrado no puede influir en el devenir del mundo.

Por eso, los cristianos que vivimos en el mundo y que nos consideramos legitimados para intervenir en su devenir, no podemos permitir, sin más ni más, que sea violado nuestro derecho a profesar nuestra religión de forma tal que la doctrina que contiene sea llevada a la práctica por los que nos consideramos (y lo somos; ya lo dijo san Juan el versículo 1 del capítulo 3 de su Primera epístola) hijos de Dios.

De esa forma estaremos en disposición de sentirnos, verdaderamente, lo que somos y será, con toda seguridad, la mejor manera de sentirnos liberados de la mundanidad que nos aqueja y pretende alejarnos de Dios y de sumergirnos en una existencia pagana y carnal.

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Soto de la Marina

Jesús cura y anuncia





Miércoles XXII del tiempo ordinario

Lc 4,38-44

“En aquel tiempo, saliendo de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo Él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’. Pero Él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 

Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde Él, trataban de retenerle para que no les dejara. Pero Él les dijo: ‘También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado’. E iba predicando por las sinagogas de Judea".

COMENTARIO

Jesús no dedicó su vida, llamada pública, a quedarse mirando para ver qué pasaba a su alrededor. Sabía que tenía que cumplir una misión y la llevaba a cabo a todas horas y sin, muchas veces, tener tiempo siquiera de descansar.

Jesús curaba, y cura, a quien lo necesita y a quien se ve urgido a que se intervenga a su favor. Jesús lo mismo echaba demonios de los endemoniados que curaba enfermedades comunes como la lepra o la ceguera. No tenía límite su poder y así lo hacía rendir.

El ansia de anunciar el Reino de Dios era superior a lo que otros pudieran decir. Jesús sabía que había venido para hacer lo que estaba haciendo y no lo escondía debajo de cualquiera celemín. Jesús era Dios hecho hombre y lo hacía ver aunque Él no quisiera que se supiera.

JESÚS, eres el Hijo de Dios y aquellos que resultaban curados por tu intervención no podían, ni querían, evitar decirlo. Te estaban agradecidos que es, justamente, lo contrario que muchas veces hacemos nosotros.




Eleuterio Fernández Guzmán


4 de septiembre de 2012

Transmitir la Fe, nuestra fe







El Decreto Ad Gentes (Sobre la actividad misionera de la Iglesia) firmado por Pablo VI el 7 de diciembre de 1965, en el marco del Concilio Vaticano II, dice que “La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que "quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad, porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos", "y en ningún otro hay salvación". Es, pues, necesario que todos se conviertan a Él, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo” (Ad Gentes, 7)
De aquí que propagar la Fe sea, es, en esencia, el mandato dado por Dios a través de Cristo cuando éste envió a sus apóstoles a difundir la Buena Noticia por el mundo entonces conocido. Desde entonces esa propagación ha devenido hermoso fruto de amor y de esperanza para muchos pueblos que ignoraban, siquiera, la existencia de Cristo, la verdad de Dios y lo que, en realidad, podían alcanzar con ese conocimiento para sus vidas.

No debemos olvidar que la especial misión encomendada por Cristo sigue, aún, en vigor y, por lo tanto, no cabe desmayar en ese mensaje de difusión de la doctrina de Cristo que es, por eso mismo, voluntad de Dios.

En ocasiones como las que nos ofrece, ahora mismo, la Santa Madre Iglesia, la de recordar la importancia que tiene la propagación de Fe cabe, por tanto, hacer eso mismo: un recuerdo, una mención, un no dejar olvidado qué es lo que quiso nuestro hermano Cristo que hiciéramos. Así, al recordar que lo católico es lo universal nos acercamos a la verdadera voluntad de Jesús cuando dijo aquello de “Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 32). Esa atracción, por así decirlo, también se pone en nuestras manos, los apóstoles modernos que con la transmisión de la Fe hacemos lo posible para que esto se haga realidad.

Recordar también que hoy día, teniendo en cuenta la difusión de ideologías tendentes a hacer olvidar la Fe, todas ellas de carácter relativista y nihilista, es no olvidar, so pena de caer en la desesperación más grande, que la obligación primera de todo cristiano es dar ejemplo de que lo es. Ese ejemplo también se extiende, mundialmente hablando, aunque sin olvidar nuestro inmediato entorno (familia, conocidos, trabajo, etc.) ese propagar, ese decir, con los medios de hoy (recordar, aquí, las palabras del Padre Alberione, fundador de la familia Paulina ha de ser importante: “Hay que acercar el Evangelio a los hombres de hoy con los medios de hoy”) que Dios está aquí y que no nos olvida ha de ser, así mismo dicho, un gran apoyo ante la desesperación, a veces, del vivir.

Recordar, por otra parte, a San Francisco Javier y a Teresita del Niño Jesús (Patronos de las Misiones, desde que en 1927 Pio XI les otorgara tal título) es acentuar la fuerza espiritual que tiene la transmisión de la fe que Cristo nos entregó. Seguir el“caminito” de Teresa o la gran ruta de Javier, ambos sostenidos por el amor a Dios y al prójimo, es posibilitar que la Palabra de Dios llegue donde, hasta ahora, es desconocida o, ¡Ay!, donde ha sido olvidada (tan cerca de nosotros mismos...) atrapada por la mundanidad y por las ganas de tener antes que de ser.

Por eso nos debemos sentir alegres, dichosas, aquellas personas que, con nuestra ayuda económica o con nuestra ayuda personal, allende nuestra patria o en nuestra patria misma, podamos hacer lo posible para que la labor de la Iglesia de difundir la Palabra de Dios a lo largo y ancho del mundo sea posible; para que no cesen de subir, hacia Cristo, todas las almas que en el mundo son, a pesar de las dificultades intrínsecas y extrínsecas que eso tiene o puede llegar a tener.

Porque es ahora cuando se reclama, de nosotros, de la forma que sea más apropiada y adecuada para cada cual, en las circunstancias ordinarias de nuestra vida de hijos de Dios, que arrimemos el hombro en la tarea evangelizadora; es ahora, en el hoy de hoy mismo, cuando se trata de arrebatar a Dios del mundo para sustituirlo por el vacío; es ahora, ahora, cuando se nos pide que demos un paso adelante para que pueda decirse de nosotros que, incluso en las inclemencias espirituales del mundo del siglo XXI, que no tenemos miedo, como muy bien dijera, recién elegido, el Beato Juan Pablo II.

Al fin y al cabo no se nos reclama nada extraordinario sino, al contrario, algo que debería ser común, lógico, esperable: dar fe de la Fe, aquí y allí. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

Conocido por todos es Cristo




Martes XXII del tiempo ordinario

Lc 4,31-37

“En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: ‘¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dio’’. Jesús entonces le conminó diciendo: ‘Cállate, y sal de él’. Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros: ‘¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen’. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región."


COMENTARIO

Muchos de los que escuchaban a Jesús no estaban de acuerdo con lo que decía. Bien porque no les gustaba que les dijera la verdad o bien porque hubieran preferido escuchar de sus labios algo más de violencia contra el enemigo romano, el caso es que no querían cumplir lo que aconseja aquel Maestro.

Otros, sin embargo, reconocían que no sólo les gustaba lo que escuchaban sino que sabían que Jesús, el hijo de María y de José, lo que decía era con una autoridad superior a muchos de los que todos tenían por sabios y entendidos en materias espirituales.

Cuando Jesús expulsa un  demonio de una persona a la que tenía apresada en su inmundicia malsana todos se dan cuenta de que Jesús es alguien que tiene un poder que no es entendible por el ser humano. Sin duda se dan cuenta de que tiene el poder de Dios.


JESÚS, sólo con actos externos parece que comprendían que eras el Hijo de Dios. Tus contemporáneos atendían según veían y, en cierto modo, a nosotros nos pasa exactamente igual.




Eleuterio Fernández Guzmán


3 de septiembre de 2012

Los hijos de Dios creen en Dios




Lunes XXII del tiempo ordinario


Lc 4,16-30

“En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: ‘Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír’. Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: ‘¿No es éste el hijo de José?’. Él les dijo: ‘Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria’. Y añadió: ‘En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio’”.



COMENTARIO

Jesús, por así decirlo, no era, en muchos aspectos, un judío distinto a los demás. Cuando le correspondía acudía a la sinagoga porque allí se encontraba en la casa de Dios y hacía lo que cualquiera esperaba que hiciera. Sin embargo, hay diferencia, mucha, entre el Hijo de Dios y el resto de sus contemporáneos.

Cuando Jesús coge la parte que le tocó de las Sagradas Escrituras para leerla muchos esperaban qué era lo que iría a decir. Como ya le conocía sabían que no sería una interpretación como la que podría hacer cualquiera. Y, en efecto, a muchos gustó y a otros discurrió que se refiriera a Él como el Hijo de Dios.

Lo que Jesús dice es, nada más y nada menos, que había llegado la liberación para muchos de los oprimidos por las enfermedades, a los que no querían ver a Dios en sus vidas y a los que deseaban no ser pobres pero sí serlo de espíritu. Y eso, por desgracia, no era bien recibido por todos.


JESÚS,  ofreces liberación de mucho de lo que nos oprime. Sin embargo, en no pocas pudiera dar la impresión, bastante cierta, de que nos gustan ciertas opresiones y de que nos da igual lo que puedas decirnos al respecto.



Eleuterio Fernández Guzmán


2 de septiembre de 2012

Ser como hay que ser





 

Domingo XXII (B) del tiempo ordinario

Mc 7,1-8.14-15.21-23


“En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén, y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas. Es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: ‘¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?’. Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres’”.

Llamó otra vez a la gente y les dijo: ‘Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre’".

COMENTARIO

Una cosa es la tradición y otra, muy distinta, que la misma esté de acuerdo con la voluntad de Dios. Cuando se ha establecido por tradicional algo que, en realidad, tiene una finalidad no conforme a lo que Dios quiere, no vale y no sirve.

Jesús sabía que muchos de los que gobernaban espiritualmente al pueblo judío hacían lo que no debían hacer y decían, sin embargo, lo que los demás sí debían hacer. Y en eso el Hijo de Dios mostraba su fidelidad y conformidad con la voluntad de Dios.

Una de las realidades más acuciantes de la vida del pueblo judío era el hecho de tener por malo para el espíritu lo que entraba en el cuerpo. Jesús transmite que, en realidad, lo que importa es lo que sale del corazón que es, en verdad, donde nacen las obras.


JESÚS,  muchas equivocaciones mostraban, en su comportamiento espiritual, aquellos que vivían en tu tiempo. No sería malo recordar, para nosotros mismos y ahora mismo que, en realidad, es lo mismo que nos pasa y, así, corregir determinadas formas de ser.



Eleuterio Fernández Guzmán