“Yo no sé rezar, no sé lo que es ser bueno…, no tengo espíritu
religioso, pues estoy lleno de mundo… Sólo sé una cosa, una cosa que llena mi
alma de alegría, a pesar de verme tan pobre en virtudes y tan rico en
miserias…, sólo sé que tengo un tesoro que por nada ni por nadie cambiaría…,
¡mi cruz…, la Cruz de Jesús! …, esa Cruz que es mi único descanso…, ¡cómo
explicarlo!… Quien esto no haya sentido, ni remotamente podrá sospechar lo que
es.” (“Saber esperar”, punto 306)
Palabras como éstas dicen mucho de quien las dice:
mundo,
rezar sin saber,
alegría,
virtudes que no se tienen,
miserias que sí se tienen,
y, por fin:
Cruz de Cristo.
El hermano Rafael, que se conoce muy bien a sí mismo y, lo debemos
decir, también conoce muy bien a sus hermanos los hombres, sabe a ciencia y
corazón ciertos la verdad de lo que pasa por su alma.
Por una parte, sabe que es un hombre de mundo. Y no entendamos
esto como que está en el mismo y sigue todo lo que sigue el mismo. No. Quiere
decir que es mundano. Y lo dice en desdoro de sí mismo porque eso supone que su
mundanidad lo aleja de Dios.
¡Eso lo dice quien, entonces, en su propio tiempo, tenía fama de
santidad! ¡Podemos imaginar lo que podemos decir nosotros mismos de nuestra
vida!
Pero, por otra parte, sabe a qué atenerse. Es algo más que
conocido pero que, en demasiadas ocasiones, tenemos por realidad espiritual de
poca importancia cuando es lo más importante que tenemos los discípulos de
Cristo: la Cruz, Su Cruz.
En la Cruz se apoya San Rafael Arnáiz Barón porque reconoce en
ella mucho más que un símbolo. Y es que en la Cruz de su hermano, Hijo de Dios
y Dios mismo hecho hombre, el consuelo, en ella encuentra. Y es en ella donde
puede llorar, ante ella, porque sabe que sus lágrimas son de verdad y no fingen
nada que no pase por su corazón.
El hermano Rafael dice que no sabe ser bueno. Sin embargo, algo
debe ser cuando se centra en la Cruz de Cristo para ser mejor. Con ella, por tanto,
nada malo se aprende y sí todo lo bueno se recibe de parte de Dios. Y San
Rafael Arnáiz Barón, que mucho ansiaba su propia salvación eterna, sabía que la
Cruz era, por eso mismo, el camino más directo hacia el Cielo, hacia el
definitivo Reino de Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán