Jn 15,9-17
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
‘Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
‘No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros’.
COMENTARIO
Dios lo es de Misericordia y de Amor por sobre todas los comportamientos. Por eso Jesús trajo el verdadero ser del Creador y, por eso mismo, trata de que sus discípulos comprendan que han de cambiar el corazón.
No llama siervos a sus amigos porque el siervo ha de obedecer por obligación a su amo y los hijos de Dios tenemos la libertad de escoger lo que queramos escoger aún a sabiendas de que podemos equivocarnos y con la seguridad que el Creador, incluso alejándonos de Él, siempre nos estará esperando.
Dios nos escoge a cada uno de nosotros y nos envía para que hagamos todo lo que podamos por su reino y por lo que supone su reino: Amor y Misericordia con el prójimo.
JESÚS, fuiste Amor porque eras Dios hecho hombre. Eres Amor porque eres Dios hecho hombre. Nosotros, en cambio y en determinadas ocasiones, te rechazamos y no queremos comprometernos con tu Reino porque no nos conviene. Y eso te debe doler tanto…
Eleuterio Fernández Guzmán
14 de mayo de 2011
13 de mayo de 2011
Cuerpo y sangre de Cristo
Jn 15,1-8
“En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’. Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre’. Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm."
COMENTARIO
Ciertamente era difícil que los contemporáneos de Jesús comprendiesen lo que decía al respecto de comer su cuerpo y beber su sangre. Aún no eran conscientes del gran cambio que introduciría el Hijo de Dios en la Última Cena.
Comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre era, es, como aceptar la divinidad del hijo del carpintero José y reconocerlo como Dios mismo hecho hombre.
El pan que da Cristo no es como el maná que desaparecía cada día para alimentar al pueblo elegido por Dios en su caminar hacia la tierra prometida sino que es para siempre, siempre, siempre y, por eso mismo, tiene que ser aceptado como alimento para la eternidad.
JESÚS, eres el alimento que nos lleva a la vida eterna. Aquellos que te escucharon entendían lo que les decías de forma un tanto irregular y pensaban que, a lo mejor, querías que te comieran físicamente. No entendieron que en el pan y en el vino estaban tu cuerpo y tu sangre y que a través de tales especies entrábamos en la vida eterna estando aquí mismo.
Eleuterio Fernández Guzmán
“En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’. Jesús les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre’. Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm."
COMENTARIO
Ciertamente era difícil que los contemporáneos de Jesús comprendiesen lo que decía al respecto de comer su cuerpo y beber su sangre. Aún no eran conscientes del gran cambio que introduciría el Hijo de Dios en la Última Cena.
Comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre era, es, como aceptar la divinidad del hijo del carpintero José y reconocerlo como Dios mismo hecho hombre.
El pan que da Cristo no es como el maná que desaparecía cada día para alimentar al pueblo elegido por Dios en su caminar hacia la tierra prometida sino que es para siempre, siempre, siempre y, por eso mismo, tiene que ser aceptado como alimento para la eternidad.
JESÚS, eres el alimento que nos lleva a la vida eterna. Aquellos que te escucharon entendían lo que les decías de forma un tanto irregular y pensaban que, a lo mejor, querías que te comieran físicamente. No entendieron que en el pan y en el vino estaban tu cuerpo y tu sangre y que a través de tales especies entrábamos en la vida eterna estando aquí mismo.
Eleuterio Fernández Guzmán
11 de mayo de 2011
Por voluntad de Dios
Jn 6,44-51
“En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’.
COMENTARIO
Esto dicho por Jesús tiene un sentido plenamente escatológico porque se refiere a lo porvenir, a los denominados novísimos. Por voluntad de Dios seremos enseñados por el Creador.
Todo hay que hacerlo en un sentido claro que es el que Jesucristo vino a traer al mundo.
Necesitamos creer para tener la vida eterna y tal vida se deriva, precisamente, de comer el pan que no muere nunca.
Jesús es, como dice Él mismo, el pan vivo que ha bajado del cielo. Sólo comiendo de tal pan podemos vivir para siempre y, por eso mismo, Jesús se ofrece como alimento y se da por nosotros.
JESÚS, quisiste que todos se salvaran, que todos nos salvemos. Para que pueda suceder tal cosa te ofreciste, te ofreces, como alimento. Pero, a veces, no comprendemos que eres Tú, que es Dios, quien escoge a quien quiere para atraerlo hacia Él.
Eleuterio Fernández Guzmán
“En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’.
COMENTARIO
Esto dicho por Jesús tiene un sentido plenamente escatológico porque se refiere a lo porvenir, a los denominados novísimos. Por voluntad de Dios seremos enseñados por el Creador.
Todo hay que hacerlo en un sentido claro que es el que Jesucristo vino a traer al mundo.
Necesitamos creer para tener la vida eterna y tal vida se deriva, precisamente, de comer el pan que no muere nunca.
Jesús es, como dice Él mismo, el pan vivo que ha bajado del cielo. Sólo comiendo de tal pan podemos vivir para siempre y, por eso mismo, Jesús se ofrece como alimento y se da por nosotros.
JESÚS, quisiste que todos se salvaran, que todos nos salvemos. Para que pueda suceder tal cosa te ofreciste, te ofreces, como alimento. Pero, a veces, no comprendemos que eres Tú, que es Dios, quien escoge a quien quiere para atraerlo hacia Él.
Eleuterio Fernández Guzmán
Hacer la voluntad de Dios
Jn 6,35-40
“En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día’.
COMENTARIO
El alimento verdadero, el que no perece y sirve para hasta la vida eterna es Cristo mismo. Es Él el verdadero pan de vida que no muere nunca y alimenta para siempre, siempre, siempre. Pero también es verdadera bebida.
Si viéndolo no creían algunos… ¿Qué podía esperar Cristo de aquellas personas? Decirles lo que tenían que saber: venía del Padre y quien lo veía a Él, aceptando lo que decía y llevándolo a la práctica, aceptaba, también, a Dios.
La resurrección en el último día es promesa firme de Jesús. Se hace necesario, de todas formas, creer en Él que es la condición sin la cual nada del resto vale ni sirve: o se cree en Cristo o se abandona a Dios.
JESÚS, querías que conocieran hasta qué punto era importante creer en ti porque tú hacías la voluntad de Dios y, entonces, aceptarte a ti era aceptar al Padre. Muchos no comprendieron aquello que les decías y hoy día también, a veces, miramos para otro lado cuando nos llamas a seguirte.
Eleuterio Fernández Guzmán
“En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: ‘Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día’.
COMENTARIO
El alimento verdadero, el que no perece y sirve para hasta la vida eterna es Cristo mismo. Es Él el verdadero pan de vida que no muere nunca y alimenta para siempre, siempre, siempre. Pero también es verdadera bebida.
Si viéndolo no creían algunos… ¿Qué podía esperar Cristo de aquellas personas? Decirles lo que tenían que saber: venía del Padre y quien lo veía a Él, aceptando lo que decía y llevándolo a la práctica, aceptaba, también, a Dios.
La resurrección en el último día es promesa firme de Jesús. Se hace necesario, de todas formas, creer en Él que es la condición sin la cual nada del resto vale ni sirve: o se cree en Cristo o se abandona a Dios.
JESÚS, querías que conocieran hasta qué punto era importante creer en ti porque tú hacías la voluntad de Dios y, entonces, aceptarte a ti era aceptar al Padre. Muchos no comprendieron aquello que les decías y hoy día también, a veces, miramos para otro lado cuando nos llamas a seguirte.
Eleuterio Fernández Guzmán
10 de mayo de 2011
Pan de Vida
Jn 6,30-35
“En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: ‘¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo’. Entonces le dijeron: ‘Señor, danos siempre de ese pan’. Les dijo Jesús: ‘Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed’.
COMENTARIO
El pueblo elegido por Dios, a lo largo de su historia, necesitó muchas señales del poder del Creador. Por muchas que el mismo hiciera, al parecer, no se sentían cercanos a Él. Eso mismo es lo que le piden a Jesucristo. Necesitan ver para creer.
Se refiere a Él mismo cuando dice “el pan de dios es el que baja del cielo” porque Jesucristo es la verdadera comida que lleva a la vida eterna. Por eso Jesús les dice que se deberían venir a su persona y por eso se entrega como alimento para la eternidad.
Hace falta creer en Él. No se trata de un comportamiento alienante o que quita libertad sino que, al contrario, da la libertad que es buena y benéfica para nuestra alma y para nuestra vida de aquí, en este valle de lágrimas y, sobre todo, para la vida eterna, que dura siempre, siempre, siempre.
JESÚS, querías que se salvasen todos aquellos que te escuchaban. Por eso les dices que Tú eres la salvación y que ir a ti y tenerte en sus corazones es necesario para alcanzar la vida eterna. Muchos no te creyeron pero otros sí. Nosotros queremos ser de los que te aman, entienden y quieren.
Eleuterio Fernández Guzmán
“En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: ‘¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer’. Jesús les respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo’. Entonces le dijeron: ‘Señor, danos siempre de ese pan’. Les dijo Jesús: ‘Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed’.
COMENTARIO
El pueblo elegido por Dios, a lo largo de su historia, necesitó muchas señales del poder del Creador. Por muchas que el mismo hiciera, al parecer, no se sentían cercanos a Él. Eso mismo es lo que le piden a Jesucristo. Necesitan ver para creer.
Se refiere a Él mismo cuando dice “el pan de dios es el que baja del cielo” porque Jesucristo es la verdadera comida que lleva a la vida eterna. Por eso Jesús les dice que se deberían venir a su persona y por eso se entrega como alimento para la eternidad.
Hace falta creer en Él. No se trata de un comportamiento alienante o que quita libertad sino que, al contrario, da la libertad que es buena y benéfica para nuestra alma y para nuestra vida de aquí, en este valle de lágrimas y, sobre todo, para la vida eterna, que dura siempre, siempre, siempre.
JESÚS, querías que se salvasen todos aquellos que te escuchaban. Por eso les dices que Tú eres la salvación y que ir a ti y tenerte en sus corazones es necesario para alcanzar la vida eterna. Muchos no te creyeron pero otros sí. Nosotros queremos ser de los que te aman, entienden y quieren.
Eleuterio Fernández Guzmán
9 de mayo de 2011
No importa lo terreno y perecedero
Jn 6,22-29
“Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: ‘Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?. Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello’. Ellos le dijeron: ‘¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?’. Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado’.
COMENTARIO
Jesús conocía muy bien el comportamiento de muchos de los que le seguían. Estaban admirado por lo que había hecho con unos panes y unos peces y esperaban, seguramente, volver a ver otro hecho extraordinario.
El Hijo de Dios sabe, y por eso se lo dice a aquellos que pueden oírlo, que hay algo que importa más que la misma comida. En el desierto ya tuvo que decirla al Demonio que no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Y eso es lo que quiere decirles.
La voluntad de Dios es, en efecto, no que estemos a lo que aquí muere con la materia sino a lo que, verdaderamente importa que no es otra realidad que aquello que es espiritual y que mira hacia el Creador. Eso no muere ni morirá nunca.
JESÚS, aquellos que te seguían querían ver en ti a un gran hombre que hacía cosas que ellos no habían visto nunca. No entendían que lo que importaba no era lo que hacías sino la razón de por qué lo hacías. Ellos suspiraban por la materia mientras que tú les enseñabas que había otro alimento que importa más y que no perecía nunca.
Eleuterio Fernández Guzmán
“Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: ‘Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?. Jesús les respondió: En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello’. Ellos le dijeron: ‘¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?’. Jesús les respondió: ‘La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado’.
COMENTARIO
Jesús conocía muy bien el comportamiento de muchos de los que le seguían. Estaban admirado por lo que había hecho con unos panes y unos peces y esperaban, seguramente, volver a ver otro hecho extraordinario.
El Hijo de Dios sabe, y por eso se lo dice a aquellos que pueden oírlo, que hay algo que importa más que la misma comida. En el desierto ya tuvo que decirla al Demonio que no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Y eso es lo que quiere decirles.
La voluntad de Dios es, en efecto, no que estemos a lo que aquí muere con la materia sino a lo que, verdaderamente importa que no es otra realidad que aquello que es espiritual y que mira hacia el Creador. Eso no muere ni morirá nunca.
JESÚS, aquellos que te seguían querían ver en ti a un gran hombre que hacía cosas que ellos no habían visto nunca. No entendían que lo que importaba no era lo que hacías sino la razón de por qué lo hacías. Ellos suspiraban por la materia mientras que tú les enseñabas que había otro alimento que importa más y que no perecía nunca.
Eleuterio Fernández Guzmán
8 de mayo de 2011
Al partir el pan
Lc 24,13-35
“Aquel mismo día, el domingo, iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.
Él les dijo: ‘¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?’. Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado, Cleofás le respondió: ‘¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?’. Él les dijo: ‘¿Qué cosas?’. Ellos le dijeron: ‘Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron’.
Él les dijo: ‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?’. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: ‘Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado’.
Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: ‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’. Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
COMENTARIO
“Quédate con nosotros” le dicen aquellos discípulos de Emaús a Jesús. Se habían alejado de Jerusalén porque no habían comprendido lo que tantas veces les había dicho el Hijo de Dios: moriría a manos del mal y, luego, resucitaría.
Aquellos hombres tenían velados los ojos. Es decir, no podían reconocer a Jesús. Lo reconocieron en cuanto partió el pan porque, seguramente, muchas otras veces lo habrían visto partirlo, dar gracias a Dios y, acto seguido, repartirlo entre los presentes. Entonces lo reconocen... al partir el pan.
No pueden callarse lo que les había sucedido. Enseguida vuelven a Jerusalén a contar que habían visto al Señor y que lo habían reconocido al partir el pan. Entonces se dieron cuenta que, cuando el Maestro les contaba acerca de Él en las Sagradas Escrituras, su corazón ardía. Pero sólo entonces.
JESÚS, tenías que hacerte presente entre tus discípulos para que no olvidasen lo que tantas veces les habías dicho. No te reconocieron hasta que partiste el pan y lo repartiste entre los presentes. Entonces les ardió el alma. Quédate con nosotros... eso te dijeron. Al igual que nosotros... también queremos que te quedes, siempre, en nuestra compañía.
Eleuterio Fernández Guzmán
“Aquel mismo día, el domingo, iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.
Él les dijo: ‘¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?’. Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado, Cleofás le respondió: ‘¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?’. Él les dijo: ‘¿Qué cosas?’. Ellos le dijeron: ‘Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron’.
Él les dijo: ‘¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?’. Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: ‘Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado’.
Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: ‘¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’. Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
COMENTARIO
“Quédate con nosotros” le dicen aquellos discípulos de Emaús a Jesús. Se habían alejado de Jerusalén porque no habían comprendido lo que tantas veces les había dicho el Hijo de Dios: moriría a manos del mal y, luego, resucitaría.
Aquellos hombres tenían velados los ojos. Es decir, no podían reconocer a Jesús. Lo reconocieron en cuanto partió el pan porque, seguramente, muchas otras veces lo habrían visto partirlo, dar gracias a Dios y, acto seguido, repartirlo entre los presentes. Entonces lo reconocen... al partir el pan.
No pueden callarse lo que les había sucedido. Enseguida vuelven a Jerusalén a contar que habían visto al Señor y que lo habían reconocido al partir el pan. Entonces se dieron cuenta que, cuando el Maestro les contaba acerca de Él en las Sagradas Escrituras, su corazón ardía. Pero sólo entonces.
JESÚS, tenías que hacerte presente entre tus discípulos para que no olvidasen lo que tantas veces les habías dicho. No te reconocieron hasta que partiste el pan y lo repartiste entre los presentes. Entonces les ardió el alma. Quédate con nosotros... eso te dijeron. Al igual que nosotros... también queremos que te quedes, siempre, en nuestra compañía.
Eleuterio Fernández Guzmán
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