“En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: ‘Ése del
que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos
encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret’. Le respondió
Natanael: ‘¿De Nazaret puede haber cosa buena?’. Le dice Felipe: ‘Ven y
lo verás’. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: ‘Ahí tenéis a
un israelita de verdad, en quien no hay engaño’. Le dice Natanael: ‘¿De
qué me conoces?’. Le respondió Jesús: ‘Antes de que Felipe te llamara,
cuando estabas debajo de la higuera, te vi’. Le respondió Natanael:
‘Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’. Jesús le
contestó: ‘¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has
de ver cosas mayores’. Y le añadió: ‘En verdad, en verdad os digo:
veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el
Hijo del hombre’”.
Este texto, del Evangelio de San Juan (1, 45-51) nos muestra lo
importante que es que reconozcamos que Dios siempre nos ve y nos
contempla.
Sin embargo, está muy extendida la especie según la cual Dios, en
realidad, no nos tiene en cuenta y que bien podemos hacer lo que nos
venga en gana.
Dios, en primer lugar, no se olvidó de su creación cuando, según las
Sagradas Escrituras, descansó al séptimo día. Muy al contrario es la
verdad porque desde entonces sigue manteniendo la creación que no podría
entenderse sin la intervención de Quien la llevó a cabo.
Pero es que, en segundo lugar, bien dice Jesucristo que el Padre “ve
en lo secreto” (Cf. Mt 6,1-6.16-18) y que, por lo tanto, nada de lo que
hacemos queda olvidado por Dios que, en efecto, todo lo ve.
Así lo dice en el texto citado:
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre
celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por
delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles,
con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya
reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu
mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
‘Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en
las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser
vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en
cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar
la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que
ve en lo secreto, te recompensará.
‘Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que
desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os
digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu
cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los
hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que
ve en lo secreto, te recompensará’”
Queda claro, pues, que hagamos lo que hagamos siempre Dios sabe lo
que hemos hecho. No lo hace porque sea un fisgón o porque necesite
saberlo sino porque gusta, ha de gustar, de conocer lo que hace su
descendencia.
¿Qué hacer, entonces?
Una vez ha quedado meridianamente demostrado que Dios nos ve siempre
(estemos bajo la higuera, o circunstancia, que estemos) sólo nos queda
fijar qué hemos de hacer para que aquello que vea el Creador no quede
fuera de su voluntad o nos ponga en evidencia como les pasó, por
ejemplo, a Adán, Eva o el mismo Caín.
Tenemos, por ejemplo, los Mandamientos de la Ley de Dios.
Tenemos, por ejemplo, las Bienaventuranzas que Cristo manifestó al mundo.
Tenemos, por ejemplo, los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia católica.
Y tenemos, por ejemplo, la oración como medio de comunicación con
Dios. Y, aunque es bien cierto, que orar no es, digamos, obligación de
cumplir como lo sea lo anteriormente citado, no es poco cierto que quien
no ora y no se comunica, así, con Dios, pierde la oportunidad grande de
dirigirse al Padre según entiende que pueda dirigirse al Creador. Dios,
que todo lo sabe y conoce, perdona a los que no sabemos dirigirnos a
Él.
Dios nos ve porque, además, nos ama y como nos ama no puede, por
menos, que saber de nosotros. Otra cosa, muy distinta, es que nosotros
queramos siempre saber de Él.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital