15 de septiembre de 2012

Conocer y reconocer a Cristo



Lc 2, 33-35

“En aquel tiempo, el padre de Jesús y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: ‘Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones’”.


COMENTARIO

Cuando Jesús nació lo hizo bajo una serie de circunstancias que no eran muy del común. Ser visitado por unas personas importantes venidas de tierras lejanas que le ofrecían su sometimiento entregándole regalos con alto contenido simbólico (oro, incienso y mirra) debió hacer pensar a las personas que allí se encontraban que era alguien muy especial.

Cuando llevan al Templo al recién nacido se encuentran con el anciano Simeón. Aquel hombre justo esperaba la salvación de Israel y cuando vio a Jesús supo de inmediato que ya había conseguido el principal objetivo de su vida.

María supo muchas cosas importantes en aquel mismo instante. Por ejemplo que su hijo sería muy bueno para muchos pero no tanto para otros y que ella, ella misma, sufriría mucho a causa del pequeño que llevaban al Templo para presentarlo a Dios. Seguramente María guardó todo aquello en su corazón.




JESÚS, cuando naces ya eras signo de contradicción para muchos. Al ser llevado a la Casa de Tu Padre, el anciano que espera el bien para su pueblo te reconoce. Sin embargo, nosotros parece que, en demasiadas ocasiones, no te reconocemos.




Eleuterio Fernández Guzmán


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