9 de septiembre de 2012

Nace María, Madre

 
 






Los católicos tenemos un amor muy especial por una joven que, cuando pudo haber dicho “no” supo decir “sí” a lo que le proponía el Ángel Gabriel. Decidió en libertad y, gracias a tal decisión, la humanidad se salvó del abismo en el que se estaba precipitando.

Aquella niña, pues lo era, que aunque lógicamente turbada ante lo que le estaba pasando, supo reaccionar de forma buena y benéfica para la humanidad, había, también, nacido fruto del amor entre su padre, Joaquín, y su madre, Ana, a la cual Dios también bendijo con el nacimiento de quien, por la edad, ya no esperaban.

Pero María, aquel nombre le pusieron a la recién venida al mundo, nació sin pecado por especial gracia de Dios y vino para procurar, aunque ella aún no lo supiese, que fuéramos salvos.

María nace
y la luz se agranda
para ser esperanza
del pueblo
de Dios.
María nace
y el camino
hacia el Creador
se ensancha.
María nace
y con ella
somos doblemente
hijos.
María nace,
María, Madre
del mundo
que se perdía.
María nace
y aparece ante nosotros
la bondad divina,
la humildad perfecta,
la dulzura hecha corazón.
María nace
para ser
perpetua alegría
del Padre.
María nace
y con ella
es todo nuevo
y todo está por descubrir.
María nace
y la salvación
tiene nombre y es el
de ella.
María nace,
María, Madre,
mediadora que viene
a sufrir y llevar en su corazón
lo que Dios quiera
que lleve.
María nace
y todos somos mejores
si queremos serlo.
María nace
y con ella quien
la reconoce como Madre
es hijo
y quien la tiene como luz
nunca se sabe perdido
ni dejado de su mano.

Cuando, por otra parte, Dios quiso tener una Madre que trajera al mundo al Hijo y, así, poder salvar lo que había creado, tuvo que escoger, desde la eternidad donde todo existe, a una joven que fuera piadosa y para quien la oración, como relación directa con Él, fuera causa de su existencia. Y escogió a María, a quien veía en el futuro como digna Madre para Él.

Y nosotros, como poco, debemos dar las gracias a Quien, siendo Todopoderoso, se sometió dulcemente a las caricias espirituales de María, Madre Suya y madre nuestra. Y es que por eso mismo Dios es perpetuo Amor. 


Eleuterio Fernández Guzmán

Publicado en Acción Digital

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