“El
es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él
fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y
las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades:
todo fue creado por él y para él, el existe con anterioridad a todo, y todo
tiene en él su consistencia”.
Este
texto de la Epístola a los Colosenses (1, 15-17) muestra una raíz espiritual
que siempre debemos tener presente. Y es que hoy, 24 del presente mes de
noviembre, se da por finalizado el Año de la Fe que convocó, en su día, el
emérito Benedicto XVI. Además (y no por casualidad escogió tal fecha) es el día
de celebración en el que recordamos que Jesucristo es Rey del Universo en una festividad que el Papa Pío XI instituyó el 11
de diciembre de 1925 y con la que se cierra el tiempo llamado ordinario.
Empecemos,
pues, como corresponde a un día como el citado: una oración a Cristo Rey:
“¡Oh Cristo Jesús! Os reconozco por Rey universal. Todo lo que ha
sido hecho, ha sido creado para Vos. Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.
Renuevo mis promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus
pompas y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano. Y muy en particular
me comprometo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de
vuestra Iglesia.
¡Divino Corazón de Jesús! Os ofrezco mis pobres acciones para que
todos los corazones reconozcan vuestra Sagrada Realeza, y que así el reinado de
vuestra paz se establezca en el Universo entero. Amén.” “
Nos
dice mucho esta oración. No nos dirigimos al Hijo de Dios prometiendo cosas sin
importancia sino aquellas que son fundamentales para nuestra existencia como
hermanos suyos y como hijos de Dios. Por eso le decimos que queremos renunciar
al Mal porque sabemos que es lo que Dios quiere de sus hijos; que queremos
vivir como cristianos o, lo que es lo mismo, que queremos que Cristo sea
nuestro ejemplo a seguir.
A
tal respecto, el Predicador de la Casa Pontifica, el P. Raniero Cantalamessa,
ofmcap, en su comentario a tal festividad, pero de 2007, dijo esto:
“El
interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no
es si reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza
está reconocida por los Estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y
vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mí, quién
fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro? Según san
Pablo, existen dos modos posibles de vivir: o para uno mismo o para el Señor
(Rm 14, 7-9). Vivir «para uno mismo» significa vivir como quien tiene en sí
mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí
misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin
perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa
vivir por Él, esto es, en vista de Él, por y para su gloria, por y para su
reino”.
Debemos,
por lo tanto responder a tales preguntas, en un a modo de examen de conciencia,
para cerciorarnos de si, en verdad, somos tan cristianos como decimos ser o
como pretendemos ser. Es decir, si Cristo reina en nosotros y en nuestro
corazón, sabemos a qué atenernos en nuestra relación con los que sufren y con
los más necesitados; si, por el contrario, el señorío de Cristo sobre nuestra
vida no es el que tiene que ser seguramente haremos justamente lo contrario a
lo que Dios quiere que hagamos pues no es casualidad que esto pase sino
exactamente lo que tiene que pasar cuando Cristo no es Rey, de verdad, de
nuestra vida.
Cristo
Rey. Es demasiado importante esta expresión de fe. Por eso debemos tenerla muy
en cuenta cuando recordamos, por ejemplo, que una expresión como tal, admirativa,
agrandaba los corazones de muchos mártires cuando, antes de dar su vida,
precisamente, por su Rey, lo proclamaban voz en grito. Así, los mártires
mexicanos de la Cristiada; así los españoles de la persecución religiosa del
siglo XX; así tantos otros de los que, seguramente, no tenemos noticia pero de
la que sí tiene Dios Padre, Padre, precisamente, del Hijo.
En
realidad nada decimos de nuevo cuando nos referimos a Cristo como Rey del
Universo. Todo fue creado, como sabemos y nos ha recordado san Pablo, por Él y
para Él y, por eso mismo, es Todopoderoso por ser Dios hecho hombre. Nosotros,
como mucho, afirmamos lo que es verdadero y cierto y, en todo caso, procuramos
aceptar en nuestra vida que nada podemos hacer sin nuestro Rey y que sin Él
nada es posible. Por eso nos gusta exclamar, como aquellos otros a los que nos hemos
referido arriba:
¡Viva
Cristo Rey!, ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva Cristo Rey!
Amén.
Eleuterio Fernández Guzmán