Jn 3, 1-85a.7b-15
“1
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío.2 Fue
éste donde Jesús de noche y le dijo: ‘Rabbí, sabemos que has venido de Dios
como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios
no está con él.’ 3 Jesús le respondió: ‘En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.’ 4 Dícele Nicodemo: ‘¿Cómo
puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su
madre y nacer?’ 5 Respondió Jesús: ‘En verdad, en verdad te digo: el que no
nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Tenéis que
nacer de lo alto. 8 El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes
de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.’ 9
Respondió Nicodemo: ‘¿Cómo puede ser eso?’ 10 Jesús le respondió: ‘Tú eres
maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? 11 ‘En verdad, en verdad te digo:
nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto,
pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. 12 Si al deciros cosas de la
tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? 13 Nadie ha
subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14 Y como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo
del hombre, 15 para que todo el que crea tenga por él vida eterna.”
COMENTARIO
Jesús
dice mucho a Nicodemo en esta conversación. Creemos, de todas formas que,
siendo persona formada, acabó entendiendo más que el común de sus
contemporáneos, incluidos los Apóstoles.
Todo
lo que dice el Hijo de Dios tiene importancia y, por eso, precisamente por eso,
se lo dice a Nicodemo. Hay, pues, que nacer al hombre nuevo y abandonar el
corazón antiguo. Así se llega al definitivo Reino de Dios y se goza de la vida
eterna.
Es
más, el Hijo de Dios avisa de su propia muerte al decir que será levantado. Sabemos,
claro, que se refiere a la Cruz en la que fue colgado y levantado. Entonces,
todo el que crea tendrá vida eterna.
JESÚS, ayúdanos a creer.
Eleuterio Fernández Guzmán
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