26 de mayo de 2016

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Jueves VIII del tiempo ordinario

Mc 10,46-52

En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ‘¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!’. Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’. 

Jesús se detuvo y dijo: ‘Llamadle’. Llaman al ciego, diciéndole: ‘¡Ánimo, levántate! Te llama’. Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’. Jesús le dijo: ‘Vete, tu fe te ha salvado’. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.

COMENTARIO

Cristo, a lo largo de lo que hemos dado en llamar “vida pública” tuvo muy en cuenta a las personas que se dirigían a él con fe y con confianza en su persona. Y, al parecer, aquel ciego las tenía.

El ciego Bartimeo lo llama “Hijo de David”. Sabe, por tanto, que es el Mesías enviado por Dios. Y confía de forma absoluta que lo va a curar. Por eso le pide compasión. Tiene fe y eso sólo puede tener una respuesta de parte de Jesús.

Aquel hombre era perseverante. Muchos le decían que se callara porque, a lo mejor, no dejaba escuchar lo que estaba diciendo el Maestro. Ellos no comprendían nada acerca de la necesidad de aquel hombre ciego. Pero Jesús sí comprendía. Y lo curó.


JESÚS, ayúdanos a tener la fe y la confianza de Bartimeo.



Eleuterio Fernández Guzmán

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