8 de junio de 2012

Corpus, Eucaristía, de Cristo








El cristiano, aquí católico, sabe que Cristo es fundamental y esencial para su vida de fe. Es más, sin el Hijo de  Dios su creencia no tendría sentido y, simplemente, no sería tal. Por eso, ante un día tan señalado como es el del Corpus Christi los que nos consideramos hijos de Dios y hermanos de Cristo sólo podemos agradecer al Creador que enviara a su Hijo para, dando su vida por nosotros, nos salvara.

Con el Corpus Christi, como festividad, celebramos muchas realidades espirituales que no podemos olvidar.

Dice San Josemaría, en “Es Cristo que pasa” (150), al respecto del tal día que en él “meditamos juntos la profundidad del amor del Señor, que le ha llevado a quedarse oculto bajo las especies sacramentales, y parece como si oyésemos físicamente aquellas enseñanzas suyas a la muchedumbre: salió un sembrador a sembrar y, al esparcir los granos, algunos cayeron cerca del camino, y vinieron las aves del cielo y se los comieron; otros cayeron en pedregales, donde había poca tierra, y luego brotaron, por estar muy en la superficie, mas nacido el sol se quemaron y se secaron, porque no tenían raíces; otros cayeron entre espinas, las cuales crecieron y los sofocaron; otros granos cayeron en buena tierra, y dieron fruto, algunos el ciento por uno, otros el sesenta, otros el treinta.”

Por lo tanto, en el Corpus hacemos, en esencia, referencia a la Santa Misa, a la Eucaristía o acción de gracias con la que rememoramos el sacrificio de Cristo por todos nosotros y por toda la humanidad a la espera de su segunda venida.

Y, al respecto de lo que supone la Eucaristía que es como un esconderse de Dios en las especies del pan y del vino para darse por completo en Cristo y para procurar nuestra salvación con tan divino alimento y bebida, Cuerpo y Sangre de Cristo, Santo Tomás de Aquino, en su sabiduría y piedad compuso la siguiente oración que por más que sea conocida es bien cierto que vale la pena siempre recordarla como maravilloso tributo a Cristo. Dice el “Adoro te devote”
“Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte. Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta palabra de verdad. En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido. No veo las llagas como las vio Tomas pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame. ¡Oh memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura. Señor Jesús, bondadoso Pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero. Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.”!

¡Cuánto dice de maravilloso esta oración que tanto nos sirve! Al someterse a Dios nuestro corazón nos hacemos dependientes de su divina Providencia y alejamos de nosotros toda suerte de asechanzas que el Mal teje en supercherías que nada tienen de cristiano ni de voluntad de Dios. Y, además, nos sabemos hijos que inmerecidamente han recibido de su Creador el mejor regalo que podían esperar: donación de Cristo para siempre, siempre, siempre.

El Corpus Christi nos retrotrae al momento culminante de la Pasión de Nuestro Señor. Y transforma, ahora mismo, nuestros corazones en esclavos al Amor de Dios y a Cristo mismo. Y, sobre lo que supone la Eucaristía y, por lo tanto y al fin y al cabo el Cuerpo y la Sangre de Cristo, Benedicto XVI, en la homilía de tal día de 2007 nos dijo que ‘Como el maná para el pueblo de Israel, así para toda generación cristiana la Eucaristía es el alimento indispensable que la sostiene mientras atraviesa el desierto de este mundo, aridecido por sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que más bien la mortifican; un mundo donde domina la lógica del poder y del tener, más que la del servicio y del amor; un mundo donde no raramente triunfa la cultura de la violencia y de la muerte. Pero Jesús sale a nuestro encuentro y nos infunde seguridad: él mismo es ‘el pan de vida’ (Jn 6, 35.48). Nos lo ha repetido en las palabras del Aleluya: ‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre’ (cf. Jn 6, 51)”.

Así se comprende mejor que la Eucaristía es el punto exacto sobre el que se centra nuestra salvación eterna. No es un acto social en el que asistimos como meros oyentes sino, muy al contrario, el primer paso que damos para el resto de nuestra vida en la tierra para alcanzar el definitivo Reino de Dios. Por eso es crucial no despreciar ningún momento de la Santa Misa y por eso, exactamente por eso, el Creador envió a Su Hijo.

¡Alabado sea Dios que tanto nos ama!
¡Alabado sea Jesucristo y su Cuerpo y su Sangre!
¡Alabada sea la voluntad del Creador que todo lo sabe!
¡Alabada sea la Santa Misa!

Eleuterio Fernández Guzmán


Publicado en Soto de la Marina

No hay comentarios:

Publicar un comentario