3 de agosto de 2020

Confiar siempre en Cristo

Mt 14, 23b-36

Jesús subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. 

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: ‘Es un fantasma’, y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: ‘¡Ánimo!, que soy yo; no temáis’. Pedro le respondió: ‘Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas’. ‘¡Ven!’, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’. Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios’. 

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.”

COMENTARIO

Jesús necesitaba tiempo para orar. Y, para conseguirlo, debía apartarse de aquella multitud que le seguía. Y eso hace en esta ocasión: mientras envía a sus apóstoles a ir a otro lugar, Él se marcha solo. Necesita soledad para dirigirse a su Padre.

Jesús tenía una sorpresa preparada para aquellos que le seguían de cerca. Caminar sobre las aguas no era algo corriente. Y Pedro, que en principio confía en Cristo pierde la fe. Y Jesús, lógicamente, se lo echa en cara. Y es que lo tenía más que merecido.

El caso es que los que seguían a Jesús le buscaban sin cesar. Por eso en cuanto se dan cuenta de dónde se encuentra van tras él. Y todos los que confiaban en el Hijo de Dios quedan salvados.

JESÚS, ayúdanos a no desconfiar nunca de ti.

Eleuterio Fernández Guzmán


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