Lc
10, 17-24
“17 Regresaron los 72
alegres, diciendo: ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». 18
El les dijo: ‘Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 19 Mirad, os he
dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del
enemigo, y nada os podrá hacer daño; 20 pero no os alegréis de que los
espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los
cielos». 21 En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y
dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has
ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.
Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. 22 Todo me ha sido entregado por mi
Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino
el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». 23 Volviéndose a los
discípulos, les dijo aparte: ‘¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! 24 Porque
os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no
lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron’”.
COMENTARIO
Cuando los que había
enviado Jesucristo a predicar acerca de la Buena Noticia regresan sólo tienen
buenas palabras. Han podido hacer muchas cosas dados los dones que les había
entregado el Hijo de Dios.
Sin embargo, aquello no
era lo más importante. Jesucristo sabía que Dios tenía en cuenta otras cosas
que eran más importantes que eso (aún siéndolo). Y lo más importante era que el
Creador los tenía, muy especialmente, en su corazón.
Algo, de todas formas,
había muy importante en aquellas palabras: Dios oculta lo mejor a lo que se
consideran sabios en el mundo pero, en materia de fe y creencia en el
Todopoderoso, no eran tan sabios como ellos creían.
JESÚS,
gracias por
revelarnos lo importante de nuestra fe.
Eleuterio Fernández
Guzmán
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