Lc 11, 27-28
“27 Sucedió que, estando él diciendo estas cosas,
alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: 'Dichoso el seno que te llevó
y los pechos que te criaron'. 28 Pero él dijo: 'Dichosos más bien los que oyen
la Palabra de Dios y la guardan'”.
COMENTARIO
Podemos
imaginar al Hijo de Dios predicando por aquellas tierras que eran las suyas por
haber nacido muy cerca de allí e, incluso, en el mismo pueblo donde había
vivido hasta que dio comienzo su vida pública. Que iría mucha gente a
escucharle era de esperar porque había adquirido justa fama de ser un Maestro
que enseñaba con autoridad. Y, entonces, tampoco nos extraña que hubiera quien
se diera cuenta, en efecto, de que Jesús, el hijo de María y de José, era una
persona a la que había que tener en cuenta.
De
todas formas, entonces alguien sube la voz. Y la sube porque allí habría gran
cantidad de personas que podía estar comentando lo que decía el Maestro. Y la
sube, además, porque quiere que se escuche lo que va a decir. Y no es nada raro
ni nada por estilo. No va a poner en entredicho al Hijo de Dios sino que quiere
alabar a su Madre.
Sin
embargo, Jesús sabe que hay algo que es, incluso, más importante que aquello
que se dice de quien lo trajo al mundo. Y no quiere decir, con lo que responde
a quien eso dice, que haga de menos a su madre. Es, justo, al contrario, porque
al decir que son dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan, bien
sabe el hijo de María que su Madre ha hecho eso desde siempre. Por eso la alaba
y la llama dichosa.
JESÚS, ayúdanos a
ser dichosos como lo era tu Madre.
Eleuterio
Fernández Guzmán
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