Martes VII del tiempo ordinario
Mc 9,30-37
“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por
Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les
decía: ‘El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y
a los tres días de haber muerto resucitará’. Pero ellos no entendían lo que les
decía y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: ‘¿De
qué discutíais por el camino?’. Ellos callaron, pues por el camino habían
discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y
les dijo: ‘Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor
de todos’. Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus
brazos y les dijo: ’El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha
enviado”.
COMENTARIO
El Hijo de Dios debía
enseñar a sus apóstoles las realidades más profundas. Por eso les habla de la
resurrección aunque ellos no acaban de entender qué significa que un muerto ha
de resucitar.
Ellos, al contrario, están
a otras cosas más mundanas. Por eso se preocupan de quién es el primero de
entre ellos sin darse cuenta que el primero sea el último. Esto, seguro,
tampoco lo acababan de entender.
Jesús les tiene reservada
una gran sorpresa: hay que recibir a los menores, a los más sencillos teniendo
en cuenta que es a Cristo a quien se recibe. Es más, recibiendo así a un niño
se recibe a Dios mismo.
JESÚS,
ayúdanos
a seguir tus palabras fielmente.
Eleuterio Fernández Guzmán
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