El Papa Francisco es tremendamente realista. Reconoce que muchos católicos no leen u olvidan enseguida la documentación elaborada por el Santo Padre o por los obispos. Pero esa consideración del ambiente no le impide cantar las verdades del barquero en la Exhortación Apostólica "Evangelii Gaudium", que él mismo considera programática. Aunque voy a detenerme solamente en la Introducción, tomo el título de un punto mucho más adelantado del escrito porque, de un modo u otro, es deliberadamente reiterativo para recordar la misión apostólica de los cristianos.
Efectivamente, en el n. 114,
escribe: "Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con
el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser el fermento de Dios en
medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en
este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que
alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene
que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda
sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del
Evangelio". Desde el inicio de la
Exhortación viene insistiendo en ese tema desde diversos puntos de vista.
Al comienzo escribe que la
alegría del Evangelio llena la vida de los que se encuentran con Jesús. Sólo
así, con Cristo, la Iglesia, el entero Pueblo santo, puede cumplir con su
misión de mostrar al mundo el rostro de Dios. Por eso, inmediatamente comenta
los riesgos del cristiano para vivir la vida recibida en el bautismo y llevarla
a todas partes. El primer riesgo es nuestra propia debilidad pero, lleno de
esperanza y para colmarnos de ella a todos, dice entre otras muchas cosas: "No
huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que
pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!" No se
cansa de hacernos ver de mil maneras la Misericordia de Dios. Para volver a
dejar claro el origen de nuestra fuerza, escribe con palabras de Benedicto XVI:
"No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea,
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva".
Sólo así podremos ser fermento
de la humanidad, no para poseerla o dominarla, sino para servir a la causa de
Dios, que nunca roba nada al hombre, sino que le da todo, vela siempre por la
causa del hombre, aunque en ocasiones no lo entendamos así. E inmediatamente
escribe que el bien debe comunicarse. Rememora aquellas palabras que Pablo de
Tarso escribe sobre sí mismo: ¡ay de mi si no anunciara el Evangelio! Y
recuerda a todos que cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no
hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización
personal. Así es, porque la acción de Dios en el hombre no destruye nada de
cuanto es humano, sino que lo potencia y refuerza. Ante esa labor, la
consecuencia más inmediata es la alegría del evangelizador, añadiendo con sentido
del humor que quien la realiza no puede
tener cara de funeral.
Hemos de ver, cada día con
luces nuevas, la extraordinaria novedad del Evangelio, la palpitante y
deslumbradora figura de Cristo, que continua vivo y activo en quien lo busca. Me vienen a la mente unas
palabras de San Josemaría, que andaba siempre impulsando a todos los hombres a
ofertar a ese Jesús vivo, por el que se sintió fascinado desde muy joven, como
afirmó Juan Pablo II. Me refiero ahora a estas frases: "Cristo vive.
Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en
la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas,
del dolor y de la angustia". El Papa escribe: "Él siempre puede, con
su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas
oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece".
Con esa clara conciencia -sin
méritos propios, pero con la fortaleza de Dios-, los cristianos debemos caminar
por el mundo con una ciencia que nunca falla, con la sabiduría de que nunca ofertamos algo vetusto, ni mercancía
averiada, ni tampoco triste. No descuidamos la memoria de nuestra fe, nuestra
historia como pueblo, pero es una memoria agradecida que nos lanza hacia
adelante, que nos mantiene siempre actuales con la perenne juventud de Dios.
Desde estas coordenadas, nos
convoca a todos sin exclusión alguna. A
partir de ahí, Francisco traza el plan de su Exhortación programática que,
abarcando muchas cuestiones actualísimas, pienso que tienen su base en lo que
va escrito. De ahí parte lo que denomina "Iglesia en salida", es
decir una Iglesia en la que están presentes los escenarios y los desafíos
siempre nuevos de su misión evangelizadora, una nueva «salida» misionera que emplaza
a todos. El Papa ha hecho resonar con
fuerza las palabras de Jesús en la parábola: salid a los cruces de los caminos
y llamad a las bodas a cuantos encontréis.
P. Pablo Cabellos Llorente
Publicado en Las Provincias
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