4 de octubre de 2012

Recibir a Cristo en nuestro corazón




Jueves XXVI del tiempo ordinario

Lc 10,1-12


“En aquel tiempo, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo: ‘La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino.


‘En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’.


‘En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid: ‘Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca’. Os digo que en aquel día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad’”.


COMENTARIO


Jesús envía a más discípulos suyos a evangelizar. No les pide que vayan haciendo alarde de riqueza material ni de ostentación. Sí les pide que tengan cuidado porque van a caminar entre personas que no aceptan, muchas, la doctrina del Maestro.


Jesús pide también que se ruegue para que Dios envíe trabajadores a su mies porque el trabajo es mucho y los obreros no tantos como deberían ser y como se necesitan.


El anuncio se ha de hacer a aquellos que, en verdad, quieren ser iluminados por la luz del Creador. A las personas que se manifiestan en contra nada se puede hacer por ellas porque ha ya sido juzgadas. Por eso recibir a Cristo era, y es, el mejor negocio espiritual que podemos hacer.



JESÚS, aquellos que no te querían, nada hacían para recibir a los tuyos. Es, eso, exactamente, lo mismo que nos pasa a los que, hoy día, no aceptamos a quien Dios envío para salvarnos.




Eleuterio Fernández Guzmán


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