26 de octubre de 2012

Año de Fe: año de evangelización

 







El pasado día 11 del presente mes de octubre Benedicto XVI inauguró, con una ceremonia llevaba a cabo en la Plaza de San Pedro, el denominado “Año de la fe” que finalizará el  24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey.  

El Año de la Fe tiene una relación muy directa con la Nueva Evangelización porque no es poco cierto que transmitir la fe es evangelizar y, por lo tanto, llevar a quien lo necesita la imagen de un Dios misericordioso y bueno.

No debería entender que evangelizar es tarea exclusiva de aquellas personas que, dentro de la Iglesia católica, llevan a cabo una labor especial como es la de ministros consagrados. Muy al contrario es la verdad: a todos, a ellos y a los laicos nos corresponde hacer lo que bien podamos para que la transmisión de la fe sea una realidad.

Como es bien sabido que los ministros consagrados ya juegan un papel muy importante en la Nueva Evangelización, es al laicado a quien corresponde (aunque sólo sea, o aunque sea, por la gran mayoría de católicos que lo constituyen) llevar a cabo una misión muy especial como es la de llevar a Cristo a todo quien lo quiera conocer e, incluso, a quien no sabiendo de su existencia, también lo necesita.

A este respecto, bien podemos seguir lo que San Pedro, en su Primera Epístola (2, 1-10), dejó escrito cuando dijo:

“Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno. Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo. Pues está en la Escritura: = He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido. Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido,  en piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados. Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz  vosotros que en un tiempo no  erais  pueblo  y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes  no se tuvo compasión,  pero ahora  son compadecidos.”

Nos reconocemos de un linaje especial porque Dios ha puesto en nuestros corazones la posibilidad de llevarlo a todo el mundo. Colaboramos, los laicos, con los ministros consagrados cuando corresponde hacerlo y siguiendo lo establecido por la santa Madre Iglesia pero nos corresponde, a cada uno de nosotros, ser sal y ser levadura en nuestra vida ordinaria y en nuestros quehaceres ordinarios. Sólo así podremos decir que evangelizamos y sólo así cumpliremos con tan especial, importante y decisiva misión.

Vivimos en un mundo descreído e, incluso, en medio de una apostasía que no hace ruido de abandonos sino que es peor porque silenciosamente va produciendo corazones no ya tibios sino directamente tibios al no considerar a Dios con verdad y con eficacia en la existencia de uno mismo. Pues ahí, en el momento en el que vivimos, es en el que nos toca ser y estar.

Por eso, la Constitución dogmática sobre la Iglesia que, con el título de Lumen gentium salió del Concilio Vaticano II dice, en su punto 25, que “Cristo, gran Profeta, que con el testimonio de su vida y la fuerza de su palabra, proclamó el Reino del Padre, está cumpliendo su oficio profético hasta la más plena manifestación de la gloria no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en Su nombre y con Su poder, sino también a través de los laicos, a quienes, por consiguiente, constituye en testigos y los adorna con el sentido de la fe y con la gracia de la palabra, para que brille la fuerza del Evangelio en la vida cotidiana, familiar y social”.

No nos cabe otra. A los laicos nos corresponde tener un papel muy importante en la evangelización porque, en efecto, somos testigos (mártires en sentido extenso y, a veces, en sentido sacrificial) pero, sobre todo, porque somos hijos de Dios y al Padre nada más puede agradarle que su descendencia proclame en las terrazas la fe que tiene y no la esconda debajo de cualquier celemín.

De otra forma lo dice el fundador del Opus Dei, San Josemaría, cuando en “Conversaciones “ (9) nos dice que “la específica participación del laico en la misión de la Iglesia consiste precisamente en santificar ab intra –de manera inmediata y directa- las realidades seculares, el orden temporal, el mundo”.

El mundo… aquel que, tantas veces, nos atrae y nos aleja de Dios. Ahí está el papel del laico y, ahí, precisamente ahí, se encuentra el campo donde sembrar la voz del Creador. Y ahora, en este Año de la Fe, se nos llama para que cumplamos con esta grave y gozosa obligación.



Eleuterio Fernández Guzmán



Publicado en Análisis Digital

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