Hoy
día, en un tiempo en el que hay ruido que impide escuchar a Dios no
podemos, sin embargo, dejar de escuchar a Quién nos creó y a Quien nos
salva porque merece atención y no podemos hacer como si no fuera
importante para nosotros poner oído cuando debemos ponerlo.
Sabemos que mucho del ambiente que nos rodea no está muy relacionado ni con Dios o, simplemente, con lo religioso. Es más, las propuestas de una sociedad hedonista y relativista en nada o en poco pueden tener que ver con una concepción religiosa de la vida y, aquí, católica.
Por tanto, escuchar a Dios ha de resultar, por fuerza, un ejercicio bastante dificultoso pero no, por supuesto, imposible.
¿Dónde podemos acudir para mejor escuchar el Creador?
Cualquiera que se diga hijo de Dios sabe que es en Su Palabra donde podemos encontrar el mensaje que el Padre dejó escrito para sus hijos. Es ahí, entonces, donde debemos acudir en tanto en cuanto queramos hacer efectiva tal escucha.
Sin embargo, no podemos decir que la contemplación de la Palabra de Dios esté a la altura de lo que eso supone y, por lo tanto, tampoco podemos decir que se aprecie mucho la importancia que la misma tiene para nuestras vidas.
Escuchar a Dios, así, resulta bastante difícil.
¿Qué nos falta o qué nos sobra para poder llevar a buen puerto tan buena acción espiritual?
En cuanto a lo que nos falta, quizá, son las ganas de acercarnos a la Palabra de Dios que disimulamos acudiendo a la falta de tiempo como excusa a tanta falta de atención a lo que, en verdad, nos interesa o nos debería interesar.
Y sobrar… nos sobran muchas, demasiadas cosas: las propias palabras humanas, muchas veces superficiales, otras huecas y otras que nos impelen a consumir sin tener en cuenta que es más importante ser que tener.
Todo esto impide que escuchemos a Dios y eso nos aleja de Aquel que nos creó.
También podemos escuchar a Dios en aquello que nos sucede, en el mundo en el que vivimos, a través de las personas que con nosotros conviven, etc.
Por eso, escuchar a Dios ha de tener alguna consecuencia para nuestra vida porque, de otra forma, no podemos decir que somos hijos suyos con la responsabilidad que eso conlleva sino, al contrario, descendientes que poco tienen que ver con Quien los crea.
¿Cómo respondemos a Dios?
Cada cual tiene, por decirlo así, una forma muy particular de responde al Padre. Sin embargo, en nuestra respuesta a Dios no puede faltar, por ejemplo:
-La correspondencia entre lo que creemos y lo que hacemos.
-El acuerdo con La Palabra de Dios.
-Llevar a cabo la misión para la que hayamos sido elegidos.
-No renunciar a la defensa de la fe.
-Hacer frente al Mal que puede acecharnos.
Y así en cada una de las acciones que llevemos a cabo porque, de otra forma, escuchar a Dios va a resultar difícil porque si, después de haber tenido el gozo de acercarnos de tal manera al Padre no tiene tal realidad espiritual ningún efecto sobre nuestro corazón… nuestra fe, verdaderamente, podemos decir que es en vano.
Sabemos que mucho del ambiente que nos rodea no está muy relacionado ni con Dios o, simplemente, con lo religioso. Es más, las propuestas de una sociedad hedonista y relativista en nada o en poco pueden tener que ver con una concepción religiosa de la vida y, aquí, católica.
Por tanto, escuchar a Dios ha de resultar, por fuerza, un ejercicio bastante dificultoso pero no, por supuesto, imposible.
¿Dónde podemos acudir para mejor escuchar el Creador?
Cualquiera que se diga hijo de Dios sabe que es en Su Palabra donde podemos encontrar el mensaje que el Padre dejó escrito para sus hijos. Es ahí, entonces, donde debemos acudir en tanto en cuanto queramos hacer efectiva tal escucha.
Sin embargo, no podemos decir que la contemplación de la Palabra de Dios esté a la altura de lo que eso supone y, por lo tanto, tampoco podemos decir que se aprecie mucho la importancia que la misma tiene para nuestras vidas.
Escuchar a Dios, así, resulta bastante difícil.
¿Qué nos falta o qué nos sobra para poder llevar a buen puerto tan buena acción espiritual?
En cuanto a lo que nos falta, quizá, son las ganas de acercarnos a la Palabra de Dios que disimulamos acudiendo a la falta de tiempo como excusa a tanta falta de atención a lo que, en verdad, nos interesa o nos debería interesar.
Y sobrar… nos sobran muchas, demasiadas cosas: las propias palabras humanas, muchas veces superficiales, otras huecas y otras que nos impelen a consumir sin tener en cuenta que es más importante ser que tener.
Todo esto impide que escuchemos a Dios y eso nos aleja de Aquel que nos creó.
También podemos escuchar a Dios en aquello que nos sucede, en el mundo en el que vivimos, a través de las personas que con nosotros conviven, etc.
Por eso, escuchar a Dios ha de tener alguna consecuencia para nuestra vida porque, de otra forma, no podemos decir que somos hijos suyos con la responsabilidad que eso conlleva sino, al contrario, descendientes que poco tienen que ver con Quien los crea.
¿Cómo respondemos a Dios?
Cada cual tiene, por decirlo así, una forma muy particular de responde al Padre. Sin embargo, en nuestra respuesta a Dios no puede faltar, por ejemplo:
-La correspondencia entre lo que creemos y lo que hacemos.
-El acuerdo con La Palabra de Dios.
-Llevar a cabo la misión para la que hayamos sido elegidos.
-No renunciar a la defensa de la fe.
-Hacer frente al Mal que puede acecharnos.
Y así en cada una de las acciones que llevemos a cabo porque, de otra forma, escuchar a Dios va a resultar difícil porque si, después de haber tenido el gozo de acercarnos de tal manera al Padre no tiene tal realidad espiritual ningún efecto sobre nuestro corazón… nuestra fe, verdaderamente, podemos decir que es en vano.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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