Muy bien sabemos que el Hijo de Dios era un hombre de oración y que oraba muchas veces. Así lo reflejan las Sagradas Escrituras cuando, antes de determinados hechos extraordinarios (por ejemplo, la multiplicación de los panes y los peces) se dirigía al Padre y oraba. También lo hizo antes de escoger a sus apóstoles…
Esto nos indica que Jesús, como Maestro, enseñaba a sus discípulos y nos enseña a nosotros, que orar es una labor muy importante a llevar a cabo por parte de los hijos de Dios.
Por eso dice San Alfonso María de Ligorio, en “El gran medio de la Oración”, que “Es además la oración el arma más necesaria par defendemos de los enemigos de nuestra alma. EL que no se vale de ella, dice Santo Tomás, está perdido. El Santo Doctor no duda en afirmar que cayó Adán porque no acudió a Dios en el momento de la tentación. Lo mismo dice San Gelasio, hablando de los ángeles rebeldes: No aprovecharon la gracia de Dios y porque no oraron, no pudieron conservarse en santidad. San Carlos Borromeo dice en una de sus cartas pastorales que de todos los medios que el Señor nos dio en el evangelio, el que ocupa el primer lugar es la oración. Y hasta quiso que la oración fuera el sello que distinguiera su Iglesia de las demás sectas, pues dijo de ella que su casa era casa de oración: Mi casa será llamada casa de oración. Con razón, pues, concluye San Carlos en la referida pastoral, que la oración es el principio, progreso y coronamiento de todas las virtudes”
En realidad, orar es manifestar lo que somos. En efecto, ser hijos supone tener un Padre que, en este caso es, además, nuestro Creador. Y nada más normal, lógico y es de esperar que deseado, que el hijo hable con el Padre, se dirija a Él para pedir lo que necesita o para dar gracias por lo que tiene o lo que ha recibido e, incluso, por lo que espera recibir de su bondad.
No es, por tanto, nada extraño ni debería parecer raro que un creyente en Dios Todopoderoso que sea católico ore. Y si, en todo caso, no sabe cómo hacerlo, bien está el consejo de San Josemaría, cuando en el número 90 de “Camino” dejó escrito esto:
¿Que no sabes orar? —Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: "Señor, ¡que no sé hacer oración!...", está seguro de que has empezado a hacerla” pues, muchas veces no sabemos qué decir ni cómo dirigirnos a Dios.
A este respecto, ha dicho recientemente Benedicto XVI en la audiencia del 12 de septiembre pasado que “La oración es como una ventana abierta que nos permite tener la mirada vuelta hacia Dios, no solamente para recordarnos la meta hacia la cual nos dirigimos, sino también para dejar que la voluntad de Dios ilumine nuestro camino terreno y nos ayude a vivirlo con intensidad y empeño”.
Por eso, por mucho que se diga, orar es humano o, lo que es lo mismo y en la lengua de la Iglesia católica, orare humanum est.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Acción Digital
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