Sábado XVIII del tiempo ordinario
Mt 17,14-20
“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un
hombre que, arrodillándose ante Él, le dijo: ‘Señor, ten piedad de mi hijo,
porque es lunático y está mal; pues muchas veces cae en el fuego y muchas en el
agua. Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle’.
Jesús respondió: ‘¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con
vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo acá!’. Jesús le increpó
y el demonio salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento.
Entonces los discípulos se acercaron a
Jesús, en privado, y le dijeron: ‘¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?’.
Díceles: ‘Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano
de mostaza, diréis a este monte: “Desplázate de aquí allá”, y se desplazará, y
nada os será imposible’".
COMENTARIO
Muchos se dirigían a Jesús porque sabían
que podía hacer algo bueno por ellos mismos o por las personas por las que pedían.
Si tenían fe, el Hijo de Dios siempre
atendía lo que decían porque estaba en la seguridad de hacer lo que debía.
Los discípulos más allegados de Cristo
también eran requeridos para hacer el bien. Sin embargo, no siempre conseguían
que un mal saliera de una persona y lo dejara sano. Y eso no lo entendían
aquellos que, a lo mejor, pedían sin fe y sin ella se dirigían a ellos.
Jesús sabe que la fe es muy importante.
Confiar en Él y, antes que nada, en Dios, asegura el camino hacia el definitivo
reino del Padre. Por eso les conmina a tener fe. Tal es así que debían haber
pensado que tenían muy poca sin, en efecto, no podían mover una montaña.
JESÚS, los que te siguen quieren que
hagas el bien pero, muchas veces, no están por la labor de entregar sus vidas
con fe y de, en fin, tenerte confianza. Y eso es lo mismo que muchas veces nos
pasa a nosotros mismos.
Eleuterio Fernández Guzmán
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