8 de agosto de 2012

La fe siempre salva




Miércoles XVIII del tiempo ordinario

Mt 15,  21-28

“En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: ‘¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada’. Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: ‘Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros”. Respondió Él: ‘No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel’. Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: ‘¡Señor, socórreme!’. Él respondió: ‘No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos’. ‘Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: ‘Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas’. Y desde aquel momento quedó curada su hija."


COMENTARIO

Nunca se dirá suficientes veces la importancia que tiene la fe en la vida de Jesucristo y, sobre todo, lo que era, en aquel entonces, para el Hijo de Dios que alguien manifestara que tenía confianza en Él. En realidad, lo era todo.

Es sabido que el pueblo judío no se llevaba bien con otros pueblos que no lo fueran. Eso podría parecer decisivo para que Cristo hiciera o no a favor de personas que no fueran de su propia espiritualidad. Sin embargo, Jesús, que es Dios hecho hombre, muestra las entrañas de misericordia del Creador y comprende a la perfección que cuando alguien manifiesta fe no puede irse de vacío a su casa.

Cuando se manifiesta aunque sea un mínimo de confianza en Jesús (pero cierta y verdadera) no puede quedar sin recompensa tal forma de ser y de actuar. Eso pasa en el caso de la mujer que pide no para ella sino para una hija que se encuentra endemoniada. Y tal forma de proceder obtiene el favor de Cristo al que conmueve la fe franca de las personas.


JESÚS, cuando alguien manifiesta que, de verdad, tiene confianza en Ti,  no puedes quedarte con los brazos cruzados y con el corazón quieto. Sin embargo, nosotros, aún sabiendo esto, solemos olvidarte en nuestra vida y no decimos lo que creemos si es que, en verdad, lo creemos.




Eleuterio Fernández Guzmán


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