Cuando tras cada asesinato de la banda terrorista ETA se ha sucedido
la justa repulsa por el mismo y por haber demostrado, una vez más, que
hay un grupo de personas que se creen con derecho a disponer de la vida
de otros semejantes, hay una realidad que, a lo mejor, no ha sido bien
definida y puesta sobre el papel. Y es esto: atentar contra la vida de
una persona, arrogándose un inexistente derecho a disponer de ella, es
muy propio de seres que, más que humanos, hay que considerarlos alejados
de la misma naturaleza que Dios nos dio como especie y, más bien,
incluirlos en alguna de las que, como alimañas, pululan por la Tierra.
Son, por decirlo pronto, los sin alma o, como poco, los de alma corrompida.
Es muy conocida la frase de San Agustín según la cual “Dios, que te
creó sin ti, no te salvará sin ti” porque pone, sobre el tapete de la
realidad de cada cual, que, el Creador, aún dándonos la vida y haciendo
posible, incluso, el perdón del pecado original en el bautismo (o de la
forma que Dios quiera en otras manifestaciones religiosas y que,
seguramente, ignoramos) nos da la libertad para que, aceptando su
voluntad, caminemos hacia su Reino de una forma, digamos, correcta y
adecuada.
Muchas veces se argumenta que tal predicación no sirve si no es
aceptada por quien la puede recibir. Y eso, en esencia, es cierto,
porque entra, de lleno, dentro de la libertad donada por Dios a cada uno
de nosotros.
Sin embargo, no es menos cierto que, a pesar de eso, la verdad no
deja de ser verdad aunque no la aceptemos porque está ahí y, por decirlo
así, permanece sobre nuestros pensamientos y obras.
Por tanto, las personas que, a lo largo de las décadas, han tomado la
decisión de decidir sobre la vida ajena de tal forma que, bien
tiroteando o poniendo bombas o de la forma que haya sido, han acabado
con la de sus semejantes (¡Hijos e hijas de Dios, también!) deben saber
que también serán juzgados cuando corresponda y, por la forma que le
hayan dado al contenido de su alma, las decisiones tomadas no serán
olvidadas.
Seguramente eso les importará muy poco porque, de ser de otra forma,
jamás hubieran empuñado el arma que mató a Ignacio ni hubieran puesto
los explosivos que tantas vidas han segado, ni, ni ni…
No podemos pensar, por otra parte, que carecen de alma porque, como
dice el número 366 del Catecismo de la Iglesia Católica, “La Iglesia
enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios”
En eso son iguales a los demás seres humanos: en tener alma, pero no
en corromperla que es, por eso mismo de la corrupción, acción propia de
cada cual, decisión personal e intransferible.
Y, sin embargo, como fieles de la Iglesia católica también afirmamos,
con el Catecismo (el mismo número 366 citado arriba) que el alma “no
perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al
cuerpo en la resurrección final”.
Lo que yo no sé es qué tipo de alma van a presentar algunos cuando
les llegue tal momento y ya no tengan remedio sus malas acciones, sus
tergiversaciones de la Ley de Dios y, sobre todo, el escaso conocimiento
que demuestran de la naturaleza que, con benevolencia, les entregó el
Creador.
Y, a pesar de todo lo dicho, les hemos de tener, a los asesinos y a
los instigadores de las muertes, bastante pena porque parecen desconocer
lo más básico de un comportamiento adecuado y necesitan, seguro, de
mucha oración a su favor.
Sin embargo aunque comprendo que resulte difícil dar el paso que hay
del odio al perdón tenemos que saber que existe, a pesar de ser, todos,
hijos de Dios, una notable diferencia entre quien sabe que matar es
pecado y ha de perdonar y quienes, al contrario, ven, en la muerte
ajena, un escabel desde donde ver la parte de infierno que han escogido
habitar.
Por eso sabemos que Dios existe.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Análisis Digital
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