Es cierto y verdad que estas letras que Lolo escribe, en cierto modo, también son para él mismo. Y es que al tratar del amplio mundo del enfermo… si hay alguien que se pueda sentir concernido es él.
Lolo nos habla de la importancia que tiene la labor santificante que las personas enfermas, misioneras de tal misión, que, muy a pesar de sus circunstancias, son un verdadero tesoro para el creyente.
Dice Manuel que el enfermo es “millonario de dolor” pero que tal caudal no se desperdicia o se pierde sino que, bien encauzado, ayuda y mucho en la salvación del prójimo. Y es que así, en efecto, fue su vida.
Recomiendo, encarecidamente, la lectura de lo que sigue. Y la lectura serena y pausada de lo que es un maravilloso y gozoso artículo: pura luz espiritual.
Publicado en la revista Enfermos Misioneros, en octubre de 1961
MILLONARIOS
Estas letras han nacido y van, de corazón a corazón, de cicatriz a cicatriz. Me gustaría que las leyeras por la tarde en la terraza, ahora que ya hay bochorno de siesta, que fuera la primera cosa que hagas cuando suene el timbre para el fin del reposo, todavía con la preocupación por la gráfica, las hidracinas, la sobrealimentación o los gestos del médico.
Mi carta es para ese escozor de tu vida cuadriculada y matemática: a las siete en punto el despertar; a las nueve, la visita sanitaria; a las doce, a las tres, a las seis, la comida, el reposo, los recreos, la leve compañía… Un hombre escribe, pensando en acompañar a otro que está en un sanatorio como si de pronto empezara a encenderse en su corazón la cerilla de una caja con premio.
Muchas tardes, cuando la luz se derrumba, anaranjada, por detrás de los pinares, tú, amigo, has sentido como una mano dura que agarraba tu alma como un limón y lo goteaba por los ojos en lágrimas. Es tu vida gallarda, la sangre joven que te hierve y los paseos, el corro de amigos o la tarde de campo que abandonas lo que astilla las ásperas horas de quietud, de silencio, de monotonía. Duele, y con razón, sentir un líquido de fuego por las venas, mirarse las manos que antes jugaban al frontón o empuñaron un martillo y verlas leves y desmadejadas sobre el colchón. Apenas si la primavera se ha deshojado sobre ti diecinueve, veintidós, ¿veinticuatro? Veces; pero ya tu memoria archiva un gran legajo de sufrimientos. Y es que –joven- al fin y al cabo, eres, en verdad, un MILLONARIO DE DOLOR.
CALVARIO SIGLO XX
Hay una vieja historia que se repite todos los días sobre las calles y los modos de nuestro tiempo. La vivimos todos, y cada uno tiene su buen papel en la representación. Tú, todos los días, a las seis, pones el termómetro debajo del brazo, mientras un sudor compacto y ardiente te escribe en los pómulos una estampa de agonía. De noche, cuando apenas si se oyen en los pasillos las leves pisadas de los enfermeros, una corona de preocupaciones va ribeteándote la cabeza, que arde como una corona de espinas. En la madrugada, cuando ya en el bosque hay trinar y un ruido de caracolas en las ramas, una tos, honda, seca y cansina, golpea y hiere brutalmente tus costillas como en una dura flagelación. Mañana y tarde -¿has visto tus pies?- tus pies briosos, los de la ronda, el taller o la mañana de clase, están retenidos sobre la cama casi taladrados por los clavos de una quietud forzosa y necesaria. Y así, con la fatiga o con el hondo sufrimiento de los compañeros que temen a tu enfermedad – “Perdónales, que no saben lo que hacen”-, minuto a minuto, dolor a dolor, va quedando sobre el fondo airoso y geométrico de tu sanatorio la imagen acabada de tu caminar de crucificado.
Hombre en Cruz, Cristo de hoy, tal vez sientas el temblor y la emoción de unos nombres que nacieron en un plano divino. ¿Se puede hablar de crucificados o apellidarse Cristos, desde un cuerpo que es atribulado y siente las justas limitaciones de su naturaleza? Te asustan –nos asustan- nombres que son de Dios pero entre aparatos de radio y medicamentos, con oxígeno y cartas por avión, se alza en el cuarto 18 de la Planta B tu perfil, reflejo vivo del Cristo, en la moderna Pasión horizontal de las sábanas. Y es que, con las altas palabras, con las divinas palabras, no usurpamos soberbiamente una categoría, sino que es Cristo el que desciende y va metiendo en la vida de cada uno ese fabuloso milagro de Dios en nosotros. Tú y yo, que también sufro, gracias a Él y a su generosidad, CRISTOS DEL SIGLO XX, y CALVARIOS, NUESTROS SANATORIOS. Fatiga, sangre, dolor, abandono, agonía, pero todo con el mágico fulgor y el centelleo de un signo de redención.
SUSPENSO EN GEOGRAFÍA
Más de uno está mereciendo un buen palmetazo de bachillerato. No, las capitales de la gran nación de las almas no están en Madrid, San Sebastián o Valencia, ni tienen poblaciones millonarias. Radican en las afueras, casi siempre altas, casi nunca remontando los 500 habitantes y con unos nombres que se llaman el Tomillar, Valdelatas, Montearagón, Guadarrama y El Neveral. Son conocimientos de geografía que conviene rectificar, como también que allí están los lingotes de oro o los filones de oro o los filones de metales preciosos y no en el Banco de España, Rodalquilar o El Centenillo. Desde los sanatorios viene una sabia gobernación por la que el mundo rueda, pese a todo, por un aire de esperanza.
Es la impotencia del dolor transcendido, el soberano poder de la fe que mueve montañas, de las ofrendas purificadas y vertidas en el río de la sangre de Dios. En el mundo de las almas, los pantanos se fabrican en las alturas y allí se represa la energía que luego va encendiendo un corazón aquí y otro allá, al norte y al sur, en casa o en el país donde nace el sol y hay gentes de ojos rasgados o piel de ébano, con tantanes o noches de seis meses. Las verdaderas fuerzas del mundo no residen en las bombas de destrucción; se crecen sobre los ‘átomos’ de unas celdas serranas, con gráficas y camas de esmalte. Los desalientos del mundo, las caídas o las desgracias son trajinados para la esperanza desde esas gotas de dolor humano que se acepta y trabajan las turbinas del amor de Dios para mover positivamente, aunque sea palmo a palmo, a toda la humanidad.
CREER Y NO VER
Miro a la pluma y me digo que va trazando palabras muy solemnes, que huelen a luces, a ideales, a campañas y a triunfo. Pero mi pluma está también entre cuatro paredes, junto a la sal, la jeringa o la monotonía. Y desde el baño gris de cada hora, vuelvo a mis palabras y las noto seguras, auténticas, fundamentales, como rocas de cimientos. Nunca estaré solo mientras tenga un corazón que vuela. El sol está fijo más arriba de mi telón de nubes cárdenas.
¿Qué supone sólo una queja que se respira antes de nacer? Apenas nada desde mi dimensión de hombre; bastante desde el montón de quejas que son retenidas y aunadas con las de todos los lechos de dolientes de la tierra. En algún lugar -¡y qué lugar!-, un ángel factura el mundo de los colores que pudo corresponder a unos ojos sin luz que aceptaron la renuncia, y en el cielo que se junta con los andares sin estrenar de un hombre paralítico, o con la espina dorsal, siempre rígida, de una chica con ojos azules; y el ‘levántate y anda’ de Cristo que le corresponde se escucha en un alma acartonada por el materialismo, en un profesor de instituto malayo que dice de pensar en la otra orilla, en las ruinas de una fe, en los cimientos de una esperanza… Sin salacot, sin pasaporte, con ‘esquijama’ y la silla de cristal, centenares de misioneros no oficiales van jalonando de claridad y de gloria la ruta salvadora de la Iglesia. Son muchos casi oscuros e invisibles, pero sus corazones rezan todos los días por el dolor de las almas sin luz y bajo la almohada tienen un diploma de la Unión de Enfermos Misioneros. Hasta ella les impulsó un día la conciencia de la unidad y el deseo de ser útiles. Apenas si necesitaron más que la aceptación de la voluntad de Dios en sus dolores y el propósito de vivir los sufrimientos con un giro amplio y misionero. Ninguno de ellos ha visto la espiga de su sementera, pero todos jurarían que su grano va germinando. Tan fijo es como el fulgor de las estrellas. La aceptación se nimba con la fe. Dan y dan gratuitamente, sin cápsulas de botella con premio, porque es hermoso continuar creyendo y confiando y amando al Dios-Padre providente.
¿Comprendes ahora que yo te escriba con amor, casi de rodillas, con el temblor en la pluma y la emoción de tu vida y mi vida esperanzadas, ricas y poderosas?
EL MEJOR PLAN MARSHALL
Tal vez me leas al filo de un día que es ancho y hermoso. En Pentecostés viven nuestros aldeanos la fiesta de unos trabajos y sudores que se coronan en el volumen de la cosecha. Pentecostés, para todos, es la celebración de la Gracia, de la santificación sin fronteras. Los bancos y los comercios recuentan sus cajas al filo de la Nochevieja. La Iglesia capitaliza a la luz clara de este día. Hace arqueo de almas que sufren, de cuerpos que sangran, de espíritus que viven en la pobreza y los pasa por la ventana abierta de la santidad. Del presupuesto de circunstancias dolorosas que aporta la JORNADA DE LOS ENFERMOS ha de vivir durante todo el año; y, no obstante, su saldo es una hermosa cifra de esperanza.
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