Viernes
XII del tiempo ordinario
Mt 8,1-4
“En
aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran
muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: ‘Señor,
si quieres puedes limpiarme’. Él extendió la mano, le tocó y dijo: ‘Quiero,
queda limpio’. Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: ’Mira,
no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda
que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio’”.
COMENTARIO
Seguramente, el Hijo de
Dios no quería que se supiese todavía que había llegado el Enviado del Padre.
Seguramente sabía que muchos aún no estaban preparados. Por eso le prohíbe al
leproso que vaya pregonando por ahí la persona que lo había curado.
Había algo, sin embargo,
que sí debía hacer aquel hombre sacado, de golpe, de la miseria. Debía acudir
al sacerdote para que pudiese comprobar que la lepra había desaparecido. Así se
convencerían que había habido curación.
Lo que cura al leproso,
además de la voluntad de Jesucristo, es la fe, la confianza que tiene en aquel
hombre que, como muchos dicen, enseña con autoridad. Sabe que puede curarle y
por eso se dirige a Él.
JESÚS,
ayúdanos
a tener siempre confianza en Ti.
Eleuterio Fernández Guzmán
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