Más que conocida, por triste, es la separación que, entre los discípulos de Cristo, existe. Desde siglos muy lejanos, cuando se produjo la que hoy denominamos ortodoxa o, más recientemente, cuando el protestantismo difundió sus ideas por Europa, aquel “Para que sean uno” que el Maestro pronunció en la Última Cena, cada vez se ha hecho más difícil de llevar a cabo.
Fue en 1908 cuando el fundador de la “Society of the Atonement (comunidad de hermanos y hermanas del Atonement), el padre Paul Wattson (anglicano) tuvo la buena idea de llevar a cabo un octavario de oración que tuviera como objetivo la unidad de los cristianos. Hace, por tanto, más de un siglo desde entonces.
Sin embargo, desde que se celebró el Concilio Vaticano II la Iglesia católica, lo ecuménico, el ecumenismo ha venido a ser una realidad que, poco a poco, se va abriendo paso entre la incomprensión de unos, siendo el Decreto sobre el Ecumenismo (Unitatis Redintegratio) el ejemplo más palmario de lo aquí expuesto.
Y esto muy bien se puede apreciar en el primer punto del Proemio del Decreto:
“Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo. Los discípulos del Señor, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo”.
Por lo dicho arriba no es de extrañar que la distancia establecida entre los discípulos de Cristo sólo puede ser contraria a la voluntad del hijo de Dios y que, por lo tanto, quien se considere hermano de Jesucristo y, además, tenga la posibilidad de hacer algo más que no sea el simple poner sobre la mesa la situación en la que está la cristiandad, pues haga todo lo que pueda.
Y tal ha sido la labor de Benedicto XVI desde que se sentara, por primera vez, en la silla de Pedro.
Por eso, en el primer mensaje dado el 20 de abril de 2005 en la Capilla Sextina tendió las manos para que el ecumenismo fuera algo más que una buena meta a conseguir. Así, dijo que “Son precisos gestos concretos que penetren en los espíritus y remuevan las conciencias, llevando a cada uno hacia esa conversión interior que es el presupuesto de todo progreso en el camino del ecumenismo”.
Y así es el ecumenismo hoy.
Para que pueda hacerse efectivo, entonces refería a tres, digamos, instrumentos de superar la división:
-Necesario diálogo teológico. Y así lo está llevando a cabo el Santo Padre.
-Profundización en los motivos “históricos de decisiones tomadas en el pasado”. Y así se analiza en el seno de la Iglesia católica.
-Purificación de la memoria. Y así hizo, por ejemplo, Juan Pablo II Magno.
Además, el Decreto citado arriba recoge lo que, también, son instrumentos válidos para el conveniente desarrollo del ecumenismo. Y lo hace diciendo:
“Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico”.
Por lo tanto, también se requiere conversión del corazón y santidad de vida porque sólo basándose en un cambio en el Templo del Espíritu Santo y adoptando una decidida vida de acuerdo a la voluntad de Dios será posible la tan ansiada unidad de los cristianos.
Por eso está actuando como lo está haciendo el Santo Padre: llevando las intenciones del Concilio Vaticano II, en este aspecto, hasta hacer posible recoger frutos de tal intento.
Es, por decirlo así, el ecumenismo de hoy día.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Soto de la Marina
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