Domingo I (C) de Adviento
Lc 21,25-28.34-36
“En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: ‘Habrá
señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de
las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los
hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo;
porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al
Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder
estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra
liberación.
‘Guardaos de que no se hagan pesados vuestros
corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la
vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque
vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela,
pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que
está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre’”.
COMENTARIO
Jesús advierte del porvenir que espera al ser
humano. No lo hace para causar malestar sino, como es de esperar, para que no
hagamos como que no sabemos nada y miremos para otro lado al respecto de
nuestra vida espiritual.
Jesús sabe que aquello que va contra nuestro
beneficio del alma perjudica nuestra existencia eterna. Por eso dice tantas
veces eso de que no debemos amontonar en este mundo sino para el que viene.
Abandonar, pues, aquellos que nos causa daño a nuestro porvenir espiritual es
lo que nos conviene.
Estar en vela es lo que nos recomienda Jesús. Lo
hace porque, al ser Dios sabe que su voluntad es que estemos alerta ante lo que
nos pasa. Preparar nuestro corazón para el encuentro con el tribunal de Dios
es, esto es cierto y seguro, lo que más nos conviene.
JESÚS, gracias
a tus advertencias muchas almas se habrán salvado del fuego eterno a lo largo
de la historia. Nosotros, por desgracia, no solemos hacer mucho caso a ellas.
Eleuterio Fernández Guzmán
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