“Verse libres de la miseria /…/, ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más. Tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones que hacen ilusorio este legítimo deseo”. Con estas palabras, la Carta Encíclica Populorum Progressio, de Pablo VI, de la que en el mes de marzo pasado se cumplieron 45 años, comienza su Primera Parte, titulada “Por un desarrollo integral del hombre”, título y contenido que clarifica, bastante, el sentido de este documento de la Iglesia.
Es claro que la Iglesia se ha preocupado, se preocupa y se preocupará, de las cuestiones sociales pues no es un organismo que, como se pretende muchas veces, esté (o deba estar) fuera de la sociedad, sino, al contrario, un conjunto de fieles inmerso, de todas las formas posibles, en la comunidad universal, donde habitan.
Por eso, tanto León XIII, con su Rerum Novarum, como Pio XI, con su Quadragesimo Anno y Juan XXIII con Mater et Magistra y Pacem in Terris se han adentrado en cuestiones las que no podían estar ausentes y han iluminado, con la luz del Evangelio, esas cosas nuevas que la Iglesia, como Madre y Maestra, considera esencial para que la verdadera paz, en la tierra, sea posible y se haga real.
Como ejemplo de la posibilidad que la Iglesia tiene de estar en la sociedad, el Beato Juan Pablo II, en 1992, (13 de febrero) erigió la Fundación Autónoma Populorum Progressio con el ánimo de que fuera expresión del amor de la Esposa de Cristo a todos los necesitados de la tierra. Antecedente, por así decirlo, fue el Fondo Populorum Progressio, creado por Pablo VI para que el mismo se utilizara para llevar a cabo programas de reforma agraria. Este Fondo fue asumido por la Fundación creada por el Papa polaco que, dando forma completa y estructura, constituyó, con uno y otra, una sola cosa.
Desde su creación, han sido más de 2.200 proyectos los que se han llevado a cabo, habiéndose invertido, hasta hace pocos años, más de 18.700.000 US$ lo que nos permite decir que, en la mayoría de los casos, se ha tratado, y se trata, de macroproyectos, muy centrados, pues, en dar solución a problemas muy concretos y a situaciones no genéricas sino, al contrario, perfectamente determinadas.
Si decimos qué naciones se han visto favorecidas tendríamos que nombrar a muchas. Sin embargo, esto sólo podría parecer que nos refugiamos en cifras lo que junto a la cita de proyectos y dinero, parecería que lo que importa no son las personas sino lo que se relaciona con ellas. Y eso no es así sino, al contrario, el deseo expreso de la Iglesia que el destino de su obra es el hombre, hijo de Dios y hermano de los miembros de aquella.
Desde que se aprobó la Populorum Progressio muchas cosas han cambiado en el mundo. Si bien en aquel entonces se la pudo hacer pasar por revolucionaria por determinados sectores de la Iglesia esto era, ya se puede imaginar, totalmente alejado de la realidad. Lo único que hizo fue reconocer la existencia de males sociales y la respuesta a ellos a veces sólo se podía hacer desde reacciones necesarias ante el desastre desigual que imperaba. Sin embargo, a pesar de que, en general, hoy día (2012) no existe ese enfrentamiento que, en aquellos años en la que apareció esta Carta Encíclica, se daba entre capitalismo y marxismo, sí que se puede decir que siguen existiendo diferencias sociales que, en muchos casos, muestran lo sangrante que puede llegar a ser la práctica del capitalismo de forma extrema. Digamos que la Globalización malentendida acarrea problemas aunque no se deja de reconocer que es muy benéfico, en general, para la humanidad.
Sabido es que, actualmente, la macroeconomía ha adquirido una importancia tal que, en muchas ocasiones, se sobrevalora ésta en relación con el hombre concreto. Por eso, lo que es concretamente superior (por tener contenido global) se acaba imponiendo sobre lo que es, al fin y al cabo, sujeto de eso mayor, que es el ser humano, con su problemática intrínseca de ser célula que forma el cuerpo social. Por esto la Carta Encíclica de la que hablamos no ha perdido actualidad pues la misma realidad (aunque de diversa forma a lo que había cuando se publicó) sigue siendo, esencialmente y en el fondo, igual.
Dice la Carta Encíclica que “el desarrollo es el nuevo hombre de la paz”. Sin embargo, actualmente aquel está repartido, digamos, de forma desigual; unas naciones tienen un desarrollo económico extraordinario y otras, al contrario, se debaten entre la vida y la muerte debido a lo escaso de su desarrollarse. Y este germen de comportamientos que, a veces, dista mucho de uno que ser humano, dista mucho de la paz, de la verdadera y no sólo del silencio de las armas. Hay algunas clases de paz y la mejor de todas es la que establece una relación amorosa entre las personas. Aquel antiguo “mirad como se aman” de los primeros cristianos ha de ser difundido hoy día; aquel sentido, caritativo, que conformó las primeras comunidades cristianas, debería ser eje a través del cual se condujera la humanidad.
Algunos años después, nada menos que 45, lo dejado dicho por Pablo VI tiene total vigencia. Dijo entonces (y vale para ahora) que “entre las civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero es, en efecto, creador de fraternidad” (PP 73)
El amor entre hermanos, pues todos somos hijos de Dios, es germen y semilla del desarrollo. Por eso es ahora, cuando puede parecer que 1967 queda muy lejos para la historia de la humanidad, cuando comprendemos, como pasa con Jesús y su Evangelio, que todo es tan viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Soto de la Marina
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