16 de junio de 2011

Padre Nuestro, nuestro Padre

Mt 6,7-15


“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: ‘Al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

‘Vosotros, pues, orad así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal’. Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas’.



COMENTARIO

Los discípulos tenían un interés entendible en que el Maestro les enseñara a orar porque veían en Jesús a una persona que se relacionaba con Dios de una forma muy especial a través de la oración.

Jesús les enseña la oración que ha de ser principal para un discípulo suyo: el Padre Nuestro. A través de ella se le pide a Dios una serie de realidades espirituales que ningún hijo del Creador puede dejar de pedir.

Jesús les dice algo que es muy importante y que no es otra cosa que Dios ya sabe lo que necesitan. Es más, lo sabe mejor que ellos mismos porque ve en lo secreto del corazón. Sabe, así, lo que nos conviene y no lo que, a veces, creemos que nos conviene.




JESÚS, enseñaste a tus discípulos la oración más amada por ti. Pedir a Dios como hijos que se saben dependen de su Padre es la mejor forma de tener la filiación divina como algo muy importante para nosotros. Sin embargo, no siempre rezamos reconociendo, en nuestra vida, lo que supone lo que decimos.





Eleuterio Fernández Guzmán

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