Lc 1, 57-66
61 Le decían: ‘No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.’ 62 Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. 63 El pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre.’ Y todos quedaron admirados. 64 Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios.
65 Invadió el temor a todos sus vecinos, y
en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; 66 todos los que
las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?»
Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.
COMENTARIO
Todo debía cumplirse según lo había establecido Dios. Por eso, Isabel iba a traer al mundo a su hijo, a su único hijo. La que llamaban estéril iba a dar a la humanidad al último profeta de la Antigua Alianza, quien sería el Precursor del Mesías.
Zacarías debía estar, primero, preocupado por su propia situación pero, luego, debía estar esperanzado porque sabía que lo que le había dicho el Ángel iba a suceder como había sucedido todo lo que le había dicho. Y recupera la voz cuando hace Juan dándose cuenta de que aquel hijo suyo era un enviado de Dios.
No es de extrañar, para nada, que todos
los presentes se preguntaran qué sería de aquel niño. Y no era nada extraño
porque, desde su propia concepción hasta el nacimiento, todo lo sucedido había
sido un hecho, verdaderamente, extraordinario y propio, sólo, del poder Dios.
DIOS
NUESTRO, PADRE NUESTRO, gracias por
darnos un testigo tan fiel como fue Juan el Bautista.
Eleuterio Fernández Guzmán
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