“¡Oh!, ¡Bendito Jesús, cuándo
acabará la farsa! Cuándo llegará el día en que podamos dejar este cuerpo con
todas sus lacras y sus miserias, cuándo dejaremos el mundo con todas sus
mentiras.” ("Saber esperar", Punto 221)
Cualquiera podría decir que el
hermano Rafael está angustiado. Y, ciertamente, lo está, como aquí podemos leer
y ver.
No es el primero, ni el segundo ni
el tercero de los creyentes católicos que, digamos, han subido a los cielos que
ha manifestado, eso, su ansia por pisar las praderas del definitivo Reino de
Dios, llamado Cielo.
¿Quiere decir eso que le gustaría
haberse suicidado o algo así?
La respuesta a eso es, claramente,
no. San Rafael Arnáiz Barón sabía perfectamente que su vida no era suya sino de
Dios y que sería el Creador, su Creador, el que lo llamara cuando tuviese por
oportuno llamarlo. No se trataba, sin embargo de eso, claro está.
Sí se trataba, por otra parte, del
ansia que tenía nuestro hermano en la fe, de Dios y de su Cielo.
Algo muy importante nos dice el
hermano Rafael en este texto. Y es que, ciertamente, nosotros tenemos un
cuerpo, la parte física de nuestro ser (la otra es la espiritual, el alma, que
es inmortal) que tiene muchas lacras y, también, muchas miserias, Y eso no hace
falta, por decirlo así, que nos lo diga nadie porque cada cual sabemos de lo
que habla nuestro hermano. Sin embargo si eso lo dice alguien que era como era,
Rafael Arnáiz Barón, luego santo de la Iglesia Católica, en fin… a lo mejor es
como para hacérnoslo mirar…
Pues bien. Nuestro hermano
manifiesta un ansia más que notable por dejar el cuerpo en el mundo, bajo tierra
o en un nicho mortuorio, y volar hacia el Cielo.
¡Sí, San Rafael Arnáiz Barón tiene
ansia de Cielo…
Sabe, también, que el mundo se
construye, para desgracia del mismo, sobre mentiras. Y eso le duele más que
mucho porque sabe, a ciencia y corazón ciertos, que a Dios eso no le puede
gustar nada de nadar porque el Padre es todo Verdad y eso quiere para sus hijos
creados a su imagen y semejanza.
El hermano Rafael, como podemos
ver, quiere lo mejor. No duda lo más mínimo: el cuerpo… que se quede en el
mundo, pudriéndose: el alma, a volar hacia el Cielo al encuentro de Dios si es
que no ha tenido que acabarse de purificar en el Purgatorio-Purificatorio.
Y, sin embargo, lo deja todo a la
santísima Providencia de Dios. Y es que, como no sabe cuándo será llamado por
Dios, espera que eso sea pronto pero mientras llega ese momento puede pedir, sí
que puede, que sea pronto pero no puede hacer nada más que orar y pedir al
Todopoderoso el encuentro con Él.
A San Rafael Arnáiz Barón todo
esto, el mundo y sus cosas, le parecen una falsa. Y no se equivoca. Por eso
quiere ir a Dios y a su definitivo Reino. Y no le falta razón, nada de razón.
Eleuterio Fernández Guzmán
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