Mt 5, 13-19
"13 'Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. 14 «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. 15 Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. 16 Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. 17 «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. 18 Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. 19 Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.'"
COMENTARIO
El texto del Evangelio de San Mateo que se nos reserva para hoy contiene muchas verdades dichas por el Hijo de Dios. Y no podemos olvidar ninguna de ellas porque todas son cruciales para el devenir espiritual de sus hermanos. Y es que no es poco que se diga que nosotros, ¡Sí!, nosotros, somos sal y luz del mundo.
Ser sal y ser luz supone mucho. Es decir, no es una expresión que quiera alagar a quien la escucha sino que pone sobre la mesa el papel que deben desempañar, en el mundo, los hijos de Dios que, dándose cuenta de que lo son, son piedras de la Iglesia católica. Y ser sal y ser luz es una obligación que se nos impone por creer y por querer que también crea quien no cree.
Y, luego, algo que es del todo crucial: no podemos olvidar la Ley de Dios, los Mandamientos dados por el Creador a Moisés. Y es que hacer eso supone, ya lo dice (y si se enseña tal forma de hacer las cosas) Jesucristo, ser pequeños en el definitivo Reino de Dios.
JESÚS, gracias por dar a entender la verdad de las cosas de nuestra fe católica.
Eleuterio Fernández Guzmán
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