Martes XXXI del tiempo
ordinario
Lc 14,15-24
"En aquel
tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la mesa: ''Dichoso el que pueda
comer en el Reino de Dios!'. Él le respondió: Un hombre dio una gran cena y
convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los
invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos a una empezaron a
excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te
ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a
probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado, y por eso no puedo
ir’.
'Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos’. Dijo el siervo: ‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio’. Dijo el señor al siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena'".
COMENTARIO
Dios Padre quiere a
todos sus hijos consigo. Es, en tal sentido, propio del Señor que nos ama que
estemos con Él porque quiere que gocemos de la vida eterna.
Nos invita a estar en su
Reino, en su definitivo Reino. Y nos llama como ha hecho a lo largo de los
siglos con todos sus hijos. Pero muchos no han aceptado tal llamada y se han
dedicado a mirar para otro lado como si eso no tuviera consecuencias para sí
mismos.
En este texto hay un
claro aviso que nunca deberíamos tener por no dicho por Dios. Nos dice el
Creador que quien no acepte la
invitación que le envía el Todopoderoso no entrará en su Reino. Y eso debería
preocuparnos mucho.
JESÚS, mucho y bueno nos dice aquí Dios. Ayúdanos a tenerlo siempre en
cuenta.
Eleuterio Fernández
Guzmán
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