El día 13 del próximo mes de febrero será miércoles de ceniza: miércoles de penitencia, sobre todo, de los hijos de Dios que saben que lo son.
Si hay dos vocablos que destacan sobre los demás porque encierran, en sí mismos, el significado Pascual, son “Ceniza” y “Cuaresma” y, quizá, no sea mala cosa irlos teniendo en cuenta aunque aún falten unas semanas para que surtan todo su efecto espiritual. Una especie de Adviento analógicamente entendido, de lo que viene, antes del miércoles de Ceniza y de la propia Cuaresma.
Ceniza
Cuando el sacerdote, al imponer la ceniza, nos dice “Convertíos y creed en el Evangelio”, está haciendo, por nosotros, algo más de lo que, en principio, parece.
La conversión, para un católico, no deja de ser, sino, una confesión de fe que nos procura sanación espiritual por los males y daños inferidos a Dios o al prójimo; al fin y al cabo, a nosotros mismos.
Por eso, convertirse, a tenor de lo dicho por el presbítero, no deja de ser importante, necesario y vital para las personas que nos consideramos hijos de Dios. Supone esta confesión de fe:
1.-Abrirse a los demás.
2.-Abrirse a Dios.
A partir de acercarse al prójimo y a Dios partiendo de la demanda de perdón podemos hacer de nuestra vida o trazar, para ella, un camino nuevo que se aleje de los errores cometidos.
Reconociendo en la ceniza, en el miércoles de Ceniza, el inicio de un período de penitencia que durará 40 días (número, por cierto, altamente simbólico en las Sagradas Escrituras) nos sirve, también, para enderezar el camino de nuestra vida y orientarla, en tal tiempo de conversión, hacia el definitivo Reino de Dios gozando, en el mundo, de un glorioso anticipo del mismo.
Por otra parte, el hecho mismo de la ceniza, la ceniza misma, nos trae, al presente lo que será nuestro futuro: moriremos y seremos polvo; lo material, que tantas veces nos agobia y posee, dejará de ser importante, vital, para nosotros.
Ceniza… penitencia… conversión son palabras que, al fin y al cabo, deben tener mucha importancia en nuestra vida de cristianos teniendo en cuenta que Quién vino para darse, Jesucristo, vino y, en efecto, se entregó por todos para salvación de muchos.
Cuaresma
Viene a ser, el tiempo de Cuaresma, de purificación. Pero sabemos que purificarse no resulta fácil sino, al contrario, difícil y, a veces (por nuestra mundanidad) casi imposible.
Dejó dicho San Josemaría, en la Homilía del I Domingo de Cuaresma (2 de marzo de 1952) que “La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?” (“Es Cristo que pasa” 58)
Así, la purificación puede ser procurada contestando a cada una de una tales preguntas, de la forma que Dios espera de nosotros:
1.-¿Avanzo en mi fidelidad a Cristo?
Demandado como esencial en nuestra fe, alcanzar un grado de fidelidad mayor, es, para nosotros, no sólo importante sino básico. Ser fieles es sinónimo de haber comprendido lo que significa creer en Dios.
2.-¿Avanzo en deseos de santidad?
Ser santos, en tiempo de Cuaresma, es identificarnos, más que nunca, con un comportamiento recto y obligatoriamente cristiano: amor, perdón, servicio…
3.-¿Avanzo en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión?
Ser apóstoles en un mundo como el que nos ha tocado vivir (tan descreído…) no es fácil. Sin embargo, se requiere de nosotros un apostolado tal que, en el tiempo de purificación que supone al Cuaresma, sirva al prójimo de acercamiento exacto a la comprensión de lo que suponen los 40 días más importantes del año cristiano.
Eleuterio Fernández Guzmán
Publicado en Soto de la Marina
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