Mc 1,21-28
“Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado
entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina,
porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había
precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se
puso a gritar: ‘¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a
destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios’. Jesús, entonces, le conminó
diciendo: ‘Cállate y sal de él’. Y agitándole violentamente el espíritu
inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
Todos quedaron pasmados de tal manera
que se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta
con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen’. Bien pronto
su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea".
COMENTARIO
Jesús continúa su labor. Es de suponer
que iba con sus recientes discípulos, y así “llegan a Cafarnaúm” (en hebreo
Kfar Nahum). Esta ciudad se encuentra en la orilla noroeste del Lago Kinéret
(el Mar de Galilea), 2,5 Km. al noreste de Tabgha y a unos 15 Km., al norte de
Tiberíades, donde descansa algún o algunos días.
Jesús, así, cuando ordena, severamente,
al espíritu, salir de su posesión no hace más que reivindicar la propiedad de
la persona: es de Dios, y por lo tanto, ese estado transitorio de enajenación
espiritual (es enajenación en el sentido de que es a otro a quien se le entrega
el alma) ha de cesar con su presencia. O, lo que es lo mismo, la Palabra puede
delimitar una existencia alejada de esa malicia y de esa oscuridad en la que
podemos encontrarnos bien por abandono de Dios o, sencillamente, por no querer
acercarnos, conscientemente, al Padre.
La respuesta de Jesús es: sí, he venido
a destruiros, pues vuestro poder no ha de prevalecer sobre el mundo; yo, que
soy el Santo de Dios, como dices, y por eso yo, que hago el bien y, tú, que
eres el mal, no has de prevalecer, porque está escrito. No, no tenéis nada
conmigo y sí contra mí.
JESÚS, cuando curas a una persona que
se encuentra en una situación como la del endemoniado, manifiestas el poder de
Dios. Nosotros, sin embargo, no acabamos de entender tal poder ni tal Amor.
Eleuterio Fernández Guzmán
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