Mc 2, 22-32
"Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: 'Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.'
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
–'Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.'
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.'
COMENTARIO
Como no se podía esperar otra cosa, José y María cumplen con la ley y llevan al Hijo de Dios al Templo de Jerusalén. Era un precepto que se cumplía porque debía ser cumplido.
Simeón, o Ana (aunque no aparezca aquí sabemos que también estaba allí) esperaban la salvación de Israel. Y aquel día supieron que aquel Niño que iba a ser presentado en el Templo era el Mesías.
Aquel hombre, ya anciano, que llevaba muchos años esperando aquel momento, para él, nada más tenia importancia.
JESÚS, gracias por hacer tan feliz a Simeón.
Eleuterio Fernández Guzmán
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