1 de febrero de 2021

El poder de Dios

Mc 5, 1-2.6-13.16-20

 

“Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con fuerte voz: ‘¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes.’ Es que él le había dicho: ‘Espíritu inmundo, sal de este hombre.’ Y le preguntó: ‘¿Cuál es tu nombre?’ Le contesta: ‘Mi nombre es Legión, porque somos muchos.’ Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: ‘Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.’ Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan junto a Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos. Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar con él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti.’ Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados.

 

 COMENTARIO


El caso es que aquellos demonios de los que nos habla la Escritura Santa, la verdad, tenían ganas de fastidiar. Y es que, una vez que reconocen al Hijo de Dios y saben que van a ser expulsados de allí donde están produciendo tanto daño, aún piden al Señor que los envíe a unos cerdos que por allí había. Y es que ellos tienen como misión fundamental incordiar al ser humano o, en todo caso, a lo suyo. Y eso es lo que hacen.

 

Allí hay quien, sin embargo, muy a pesar de haber visto cómo es liberado del Mal uno de los suyos, prefiere que lo “suyo” particular no sufra menoscabo. Y le pidieron que se fuera de allí no fuera a ser que aún salieran más perjudicados en sus espurios intereses.

 

Sin embargo, allí había alguien que era inmensamente feliz y no era otra persona que aquella a la que Jesucristo había liberado de la posesión demoníaca. Y quería proclamarlo todo como, además, Cristo mismo le había dicho.

 

JESÚS,  gracias por liberarnos del Mal.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

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