Lc 10, 21-24
“21 En aquel
momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: 'Yo te bendigo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios
e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido
tu beneplácito.' 22 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce
quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar'.
23
Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: '¡Dichosos los ojos que ven lo
que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que
vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo
oyeron'”.
COMENTARIO
Lo
que dice aquí Jesucristo podía parecer muy grave. Y es que, según sabía el Hijo
de Dios, su Padre había ocultado las cosas más importantes a los que se creían
sabios y las había comunicado a los más sencillos lo cual mostraba, claramente,
una preferencia que era lo que Dios quería se supiese para que nadie se llevase
a engaño sobre lo que, de verdad, tiene el Creador por importante. El caso es que
sólo Dios conocía al Hijo y, hasta entonces, nadie había visto a Dios porque
sólo el Hijo había salido del Padre. Es más, Dios le había entregado todo a su
Hijo para que cumpliera la misión más importante de la historia de la
humanidad: salvar a la descendencia del Todopoderoso porque Quien todo lo ha
creado y mantiene no puede querer que su semejanza se pierda como ya pasó en
otro tiempo y lugar. Por eso, el Hijo de Dios quiere que aquellos que le
escuchan gocen de lo que están viendo y viviendo.
JESÚS, ayúdanos a conocer al Padre.
Eleuterio
Fernández Guzmán
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